Cuando una o un adolescente decide qué rumbo profesional o laboral seguir, hay una serie de factores que, activados, conducen hacia un resultado deseado (o indeseado). ¿Cuántas personas conocemos que, una vez en la edad adulta, se sienten satisfechas con la carrera elegida? No debe ser ajeno para nosotras y nosotros que un porcentaje de amigas, amigos y familiares se encuentre en una especie de limbo de insatisfacción, desde donde no saben si seguir invirtiendo su tiempo, dinero y bienestar en el destino profesional actual o virar hacia un lugar que podría ser completamente foráneo y, por ende, aterrador. Pero, ¿por qué sucede esta situación? Al finalizar la etapa escolar, ¿acaso no se efectúa un procesamiento consciente de todos los datos importantes (p. ej., nuestras capacidades y destrezas, nuestros más anhelados intereses y nuestra tan idealista visión del futuro) para concluir en un compromiso académico? Realmente, esta evaluación, como todas las que realizamos, se constituye por elementos que conocemos y otros que, posiblemente, no sabemos que existen.
Los que sí comprendemos, como nuestras competencias, son más fáciles de identificar, aun cuando a algunas y algunos adolescentes les resulte difícil. Sin embargo, existen ciertas variables en las que no solemos pensar, como las metas que rigen muchas de las decisiones humanas. Una de ellas es la meta de bienestar, aquella que nos motiva a sentirnos satisfechos con nuestra vida. Pese a ser una meta que, por si sola, ya representa lo que un gran número de civilizaciones ha deseado, no siempre es la que orienta la decisión vocacional. Esta compite férreamente con la meta económica, que nos impulsa hacia la búsqueda de más ingresos; y con la meta de estatus, que nos moviliza hacia la obtención de mayor rango o jerarquía en nuestra línea de carrera. En la sociedad en la que vivimos, aunque suene contraintuitivo, estas son dos de las metas mejor valoradas, incluso por encima de la meta de bienestar.
Es por ello que, fuera de nuestro rango de consciencia, estas metas pugnan por lograr un lugar privilegiado en nuestra decisión. Dependiendo de la personalidad que hemos desarrollado, las recompensas que hemos recibido durante la infancia y la adolescencia (tanto de padres, docentes, como de la sociedad), los mensajes que hemos escuchado de personas de nuestro entorno o de personajes públicos, entre otros factores, vamos a elegir una carrera profesional alineada con lo que realmente queremos o con lo que sabemos que nos va a otorgar dinero y estatus. Precisamente, esta lucha inconsciente es la que generará una acción de la que estaremos orgullosas y orgullos en el futuro, o de la que renegaremos como si de un tumor a extirpar se tratara.
Esta última situación es la que lleva a algunas personas a iniciar un proceso de psicoterapia. Como se entiende, al ser metas que no son accesibles a nosotras y nosotros por haberse construido a partir de mensajes e imágenes inconscientes, va a ser una labor no solo compleja, sino cuasi imposible si pretendemos descifrarlas por nuestra cuenta. Por esta razón, es recomendable que, frente a una situación de insatisfacción vocacional, busquemos ayuda profesional que nos permita ver aquello invisible que, en nuestra mente, se erige como un gran muro que detiene lo que, en realidad, queremos ser y hacer.
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