Dedicarse a lo que uno realmente quiere parece ser un idioma extranjero para muchas personas. Bien por razones de inequidad (agenciarse un pronto oficio para generar ingresos rápidos que permitan la subsistencia en un entorno con desigualdad de oportunidades), por presión familiar, por un nivel de autoconocimiento bajo o por motivos personales conscientes e inconscientes, un gran número de personas llevan a cabo labores que no les representan satisfacción o bienestar. En psicoterapia o en procesos de orientación vocacional, las y los especialistas reparamos en que decidir qué es lo que orgánica y genuinamente se quiere hacer es un nuevo aprendizaje para las y los pacientes, quienes llegan gravitados por una serie de factores que conocen y por otro grupo de elementos que les son completamente ajenos y que les costará descubrir mientras duren las sesiones. En este último grupo, probablemente se encuentre la velocidad de escape que facilite la salida de aquel lugar de insatisfacción profesional o laboral, y el ingreso a lo que realmente quieren ser y hacer.
Aunque en psicoterapia las y los terapeutas no hablemos abiertamente de los conceptos que se ponen en interjuego, sabemos que están presentes. Uno de estos constructos que dificultan que las y los pacientes logren formarse o trabajar en lo que realmente añoran es el «mito familiar». Tal como su nombre nos lo advierte, es un conjunto de funciones, roles, logros y hazañas que son adjudicados a los miembros de la familia. Ya desde antes del nacimiento, los padres fantasean con la «imagen» que tendrán hijas e hijos, por lo que no es extraño que, con el paso de los años, sus deseos empujen, orienten o presionen las decisiones de ellas y ellos.
Por ejemplo, si en la familia siempre se recompensó el ideal económico, va a ser muy difícil que las y los adolescentes elijan una carrera artística; por otro lado, si siempre se habló mal del mundo de los negocios, es probable que carreras como marketing, administración, finanzas, entre otras, queden descartadas. Algo similar sucede si, en la familia nuclear, se idolatró a uno de los hermanos o padres por destacarse: ello podría generar una percepción de incapacidad en los demás que se transforme en la elección de carreras «más fáciles». En este último ejemplo también podemos colocar aquellas críticas que los padres dirigen hacia las habilidades de sus hijas e hijos. Dicho en otros términos, los deseos de los padres se convierten mutatis mutandis en los «deseos» de hijas e hijos, que más que deseos legítimos son demandas putativas y punitivas, lo que genera todo lo contrario a un sentido de vida: una existencia más cercana a un dispositivo programado bajo los intereses de los creadores.
Es así que la elección vocacional traspasa el mero trámite de decidir, entre todas las ofertas técnicas, universitarias y laborales, cuál es la que se adapta mejor a nuestras capacidades y deseos. De hecho, es un entramado en el que coexiste nuestro interés con la estela de toda una familia, estela que, en muchas ocasiones, termina por ensombrecer las ilusiones y aspiraciones propias. Esta complejidad es la que se aborda en psicoterapia cuando el motivo de consulta es el pedido de orientación vocacional. Sin embargo, estos son solo algunos de los elementos que se ponen en juego; de los demás, les hablaré en la siguiente columna.
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