Cuando inició la pandemia y el virus se extendió hasta aquellos países que no habían anticipado tal invasión, además de las medidas que adoptaron los gobiernos, los intelectuales de esta época escribieron un par de columnas de suma importancia para comprender lo que nos iba a suceder como consecuencia. En un lado del espectro, Slavoj Žižek, filósofo esloveno, proponía un sistema más colaborativo como secuela de la situación sanitaria, es decir, el surgimiento, desde el mismo deseo de las personas, de un modelo político-económico más inclinado hacia el bienestar comunitario. En el otro lado, Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, contradecía este pensamiento y consideraba que el sistema actual iba a continuar, no solo bajo el mismo tempo al que estamos acostumbrados, sino sostenido por una cadencia más rígida y acelerada. Si nos remitimos a la base de estos dos postulados, podremos observar que, mientras Žižek nos habla de un cambio de sociedad, Byung-Chul Han, en realidad, cree en una radicalización del zeitgeist, es decir, en un fundamentalismo más extremo acerca del modelo imperante político, económico y social.
¿Por qué hago esta comparación entre ambos pensadores? Sucede que, si revisamos las últimas encuestas de la semana pasada sobre la intención de voto, los comentarios en redes sociales y los resultados preliminares a boca de urna, vamos a reconocer que algunos candidatos que están entre los primeros responden, en cierta medida, a posturas radicales del ámbito político, bien si son de izquierda o de derecha. En este sentido, como nos anunció Byung-Chul Han, más que una transformación del modelo o de un viraje hacia un ambiente más armónico, estamos cada vez más cerca de un recrudecimiento, pero —agrego yo— de un recrudecimiento de dos extremos: el capitalismo y su contraparte. Es como si los candidatos de centro se hubiesen perdido o dispersado en el aire límite que nos rodea.
Esto se puede deber a muchos factores, claro está. Pero, si permiten mi análisis, voy a anclarme en la neurociencia y la psicología para responder a la pregunta «¿Por qué las preferencias se han decantado por estructuras ideológicas periféricas?». Desde la psicología, sabemos que las situaciones de riesgo someten a las personas a experimentar un clima sostenido de temor, ansiedad y angustia (incluso, de horror). Este tipo de escenarios emocionales puede generar dos respuestas: buscar salidas creativas que permitan afrontar la coyuntura o, como defensa, repetir, con más fuerza, patrones y creencias que no necesariamente tienen un aval analítico. Si lo queremos ver desde otra óptica, las personas emplean el pensamiento más racional para tomar decisiones con base en evidencias o el pensamiento más intuitivo, aquel que posibilita una respuesta rápida, urgente y sin evaluación ante una amenaza (como un reflejo). Por ejemplo, ante la pandemia, que es una situación de riesgo, ¿las personas analizaron objetivamente las medidas a tomar para evitar el contagio o reaccionaron de forma agresiva ante las recomendaciones médicas y empezaron a aconsejar soluciones que les habían funcionado previamente, pero en momentos completamente diferentes (sin evidencia real)?
La neurociencia nos puede explicar esto de forma bastante simple: cuando una persona se ve sometida a una situación de amenaza, se activan las estructurales cerebrales del miedo y la agresión para avisarle que «algo malo está pasando» y pueda defenderse. En ese preciso instante, el sistema emocional toma posesión de las acciones, por lo que no son filtradas por el pensamiento. Hay, como decimos los psicólogos, mucha carga emocional. Esto está bien, porque es un mecanismo evolutivo para sobrevivir. Sin embargo, lo que ha sucedido en nuestro escenario electoral es que las personas han permanecido en ese estado de defensa y su corteza prefrontal (centro del pensamiento analítico) se ha visto sometida a la fuerza de su sistema emocional, por lo que sus decisiones, en lugar de ser filtradas por un proceso de análisis, son el reflejo directo del temor, la ira y al angustia. Eso los ha llevado a buscar opciones más radicales como defensa, opciones que se basan en creencias y patrones que no responden a evidencias en la realidad.
Este contexto es preocupante, porque se sigue repitiendo este mismo proceso de decisión en cada elección de la historia republicana del Perú. En lugar de ser una elección que sopese todas las aristas, es una defensa por la incapacidad o la dificultad que tienen las personas para regular sus emociones y para darse cuenta de lo que les sucede a este nivel. Mientras eso no cambie, la historia del Perú será una eterna repetición.
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