El Diego, como lo conocen en el barrio en clara alusión a quien disputara una de las ovaciones más universales en el mundo del fútbol, ya lleva años «tratando de ser feliz». Tiene un trabajo estable en un piso bastante alto de la ciudad lleno de lunas en lugar de paredes; procura estar en los eventos sociales más mainstream que pueda encontrar (de esos que ingresar es más difícil que pasar el examen de admisión de la Universidad Nacional de Ingeniería); viaja, como cuota mínima, dos veces por año a ciudades que son tendencia por «unanimidad»; está matriculado, con una membresía de un par de años, en el gimnasio que está a la vuelta del trabajo; y cambia de ropa como de piel un reptil joven. A ojo cerrado, parece un adulto funcional que intercala diferentes responsabilidades, gustos y aficiones para sentirse bien en el mundo. Sin embargo, si entornamos los ojos, como si quisiéramos calibrar mejor la entrada de luz, podríamos ver que Diego no está a gusto con sus decisiones; como repite cada vez que se encuentra para beber con sus amigos: no está satisfecho con la vida.
Este tipo de insatisfacción le es tan extraña a Diego como a la gente que lo rodea porque él ha logrado lo que, en esta ciudad de extensa pujanza, desea cualquier joven emprendedor. En terapia, actividad que ha empezado hace un par de semanas, pone en palabra que no comprende de dónde viene esa sensación: «yo he hecho todo bien». Agrega: «La felicidad era ese algo al que íbamos a llegar terminando la universidad. Buen trabajo, buen sueldo, amigos, salidas, juerga, viajes: eso era el sueño en esta parte de la ciudad. No entiendo por qué todo lo que los demás anhelan me producen lo mismo que un vaso de agua: una sensación insípida, muy insípida».
Y es que lo que aún no ha descubierto Diego en las sesiones, por el corto tiempo que lleva su terapia, es que la felicidad no viene en envases de conserva a 3 por 10 soles, es decir, no puede manufacturarse de la misma manera para cada mente, para cada cerebro. No existe una fábrica real que diseñe prototipos de felicidad y los venda, como si fuesen prendas de vestir, por tallas al por mayor. Aunque la publicidad y el boca a boca hayan unido la obligación por ser feliz con la imposición de serlo de determinada forma bajo normativas y moldes externos (por ejemplo, visitar los lugares de moda de la ciudad, subir al avión cada vez que haya tiempo, estar fit, etc.), la felicidad, de hecho, tiene una forma por cada piel que habita.
Esa es una de las razones por las que enfundarse en el «traje exitoso» no le ha sentado bien a Diego. En terapia, irá descubriendo que no solo la carrera que eligió no es afín con sus deseos, sino que su vida social y sus pasatiempos están igual o más alejados de su verdadero yo que su decisión vocacional. Con todo, conforme avance el proceso, llegará al punto en el que deberá decidir si continúa con el personaje ficticio que ha creado con tanta dedicación o da un paso al costado para reconstruirse con sus verdaderos ropajes. Esperemos que ese sea su punto de no retorno.
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