«La normalidad es un término en desuso». Esta fue la idea central de una conversación que tuve esta semana con uno de mis sobrinos. Él me comentaba, de manera muy afligida y a modo de queja, que no se sentía normal, como las otras niñas y los otros niños, sino que tenía la sensación de que era «muy distinto» y que esa forma de ser en el mundo le estaba trayendo problemas que lo hacían sentir insuficiente, como si todo lo que saliese de él estuviese inherentemente mal. Le conté que muchos personajes importantes en la historia de la humanidad, es decir, que han contribuido con el progreso de la sociedad, parecían presentar algún tipo de «distinción». Por ejemplo, le hablé sobre Leonardo da Vinci, un polímata italiano muy prolífico que dedicó su vida a la extravagancia de hacer toda clase de cosas gracias, según investigaciones póstumas, a presentar TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad): desde inventar un tornillo aéreo (antecesor de lo que conocemos actualmente como helicóptero), realizar dibujos anatómicos cuando no existía la tecnología contemporánea para adentrarnos en el cuerpo humano (por ejemplo, el Hombre de Vitruvio o los estudios sobre embriones humanos) hasta pintar a la popular Gioconda o La Última Cena. Ante la duda que surgió, en este caso, «¿Cómo le ayudó a Leonardo da Vinci tener un trastorno?», le expliqué lo que se sabe ahora sobre el lado positivo de la neurodiversidad, es decir, de aquel espectro de funcionamiento cerebral que no se ajusta a la mayoría o a la norma, pero que, en contra de la lógica de nuestros tiempos, muestra capacidades excepcionales.
Le dije que, así como Leonardo da Vinci, las personas con TDAH pueden llegar a ser en extremo creativas, puesto que su capacidad para generar ideas es muy basta. Tienen una habilidad innata para pensar de forma divergente, es decir, para producir ideas innovadoras que, quizás, no se ajusten a los cánones o al zeitgeist, debido, precisamente, a un funcionamiento neurológico alternativo: a su cerebro, le cuesta inhibir soluciones, ideas, pensamientos, ensueños, fantasías o recuerdos. Por ello, no es extraño ver a una persona con TDAH dejar de prestar atención a una actividad específica para permitir que su mente divague y hacer gala del sobrenombre que ha adquirido desde la psicología: «ideadora». A esto, en neurociencia, se le conoce, también, como un déficit para desactivar la red neuronal por defecto, aquella red que se activa cuando «soñamos despiertos».
Sin embargo, como añadí, la sociedad se ha dedicado a hacer a un lado a las personas diferentes o a intentar colocarlas en estructuras muy duras, como bloques de concreto, para moldearlas y convertirlas en individuos iterativos, cortados bajo los lineamientos de un perfil que se considera «idóneo». Esto crea una situación en la que las personas con atributos diferentes no poseen capacidades, sino déficits o dificultades que se tratan de erradicar como si de mala hierba se tratase. Al respecto, Thomas Armstrong, Ph. D. (impulsor del paradigma de la neurodiversidad) y Medirian McDonald, Ph. D. (investigadora de la genialidad en el autismo), afirman que, desde la sociedad y la educación, la neurodiversidad se viene enfocando mal: para este autor y esta autora, no se debe buscar transformar a personas con TDAH o autismo en ciudadanos neurotípicos, es decir, con un funcionamiento cerebral habitual, sino que se deben repotenciar sus capacidades y llevar a un límite adecuado sus debilidades. En el caso del autismo, por ejemplo, se debería fortalecer la inteligencia focalizada (inteligencia centrada particularmente en un aspecto, como razonamiento matemático o memoria de trabajo) y mejorar las habilidades sociales hasta llevarlas a un nivel suficiente; en el caso del TDAH, darle un espacio y un tiempo a la generación de ideas, pero no cortar de raíz esa competencia.
Después de esta explicación, mi sobrino reparó en que él y sus talentos son merecedores de admiración y de aplausos, y se calmó. Luego de cortar la llamada, recordé que esta historia, en la que las niñas, los niños, los adolescentes e, incluso, los adultos se sienten insuficientes para el mundo se repite constantemente. Y no debería ser así, pues todas y todos, aún no lo sepamos, tenemos capacidades que apreciar. Por esa razón, la psicología y la neurociencia, cada vez más, se están interesando en lo que, antaño, se consideraba «anormal» y, hoy, se llama «genialidad».
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