Hace unos días hemos visto con gran indignación, repudio e impotencia la denuncia a cincos hombres por violación sexual. Como si esto fuera poco, en Cusco, también se hizo pública una denuncia por violación grupal a una mujer de 60 años. Y quedemos en algo que voy a dejar muy claro antes de seguir con esta columna: una violación sexual es «toda actividad sexual no solicitada ni consentida por las dos partes, cuyos perpetradores utilizan la fuerza, amenazan y se aprovechan de las víctimas cuando no pueden dar su asentimiento». Esto no lo digo yo: lo dice la American Psychological Association, organismo rector estadounidense de la psicología, que ha estudiado de cerca este tipo de delitos. Entonces, convengamos que el abuso sexual incluye cualquier acción de índole sexual, sea o no con penetración; que se realiza sin que la víctima haya dado su autorización o anuencia; y que se lleva a cabo mediante la imposición violenta (física [golpes] o psicológica [amenazas]. Ahora bien, un punto muy importante, que sigue una lógica científica implacable, es que, si la víctima está ebria, drogada o dormida, tampoco puede dar su consentimiento, pues su estado de consciencia, su capacidad para discernir y evaluar la situación está alterada. Y esto es un hecho científico comprobado: basta con leer las investigaciones en neurociencia básica para comprenderlo. Pero hay un asunto adicional que la sociedad suele pensar y afirmar con vehemencia: «quienes violan son personas enfermas». Yo les pregunto, ¿realmente todos los violadores, que hemos visto en las noticias, son personas con trastornos psiquiátricos? ¿No hemos visto profesionales, personas en altos cargos, universitarios, sujetos que nunca han presentado ningún síntoma de este tipo y que, además, están bastante cuerdos? Si no padecen algún trastorno, ¿por qué abusan sexualmente de sus víctimas? Eso es lo que trataré de explicar en esta columna.
Los violadores también pueden ser personas sin patologías
¿Algunos violadores poseen trastornos psiquiátricos? Sí, pero no todos. De la misma forma, muchas personas que agreden física o verbalmente a otras pueden tener o no este tipo de desórdenes. No es una relación causal, así que dejemos de buscar la explicación por ese lado. Nos encantaría pensar que solo las personas con algún tipo de desequilibrio y un mal manejo terapéutico son capaces de tamaña atrocidad —ojo que un número muy reducido de diagnósticos se podría relacionar con hechos delictivos, como el trastorno antisocial de la personalidad. La mayoría no se vincula en absoluto. Otra posible interpretación que se suele dar es que se trata de personas que desean reafirmar su poder. Esto también sucede, pero no describe a la totalidad de abusadores sexuales—. El problema es que enfocarnos en esas dos hipótesis no nos va a llevar a ninguna solución real, pues nos orientaríamos hacia el lugar equivocado. De hecho, son las personas perfectamente «típicas» las que están llevando a cabo este tipo de aberraciones. Son personas que funcionan en sociedad como cualquier otra. Son personas que han seguido una línea de vida totalmente habitual. Son personas que podrían estar en nuestras reuniones sociales. Son personas que podrían trabajar con nosotros. Son personas que, incluso, podrían tener actos altruistas hacia los demás. Entonces, ¿qué los lleva a violar sexualmente a una víctima?
La cultura de la violación
No les va a gustar leer esto. Muchos individuos, en redes sociales, rechazan esta explicación sin miramientos y sin siquiera haber investigado sobre el tema en fuentes confiables. Su argumento es casi tautológico: «No me parece, porque no» o «No me parece, porque, ¿cómo va a ser?». ¿De qué estoy hablando? De que la causa de las violaciones sexuales, exceptuando aquellas realizadas por personas con diagnósticos como trastorno antisocial de la personalidad o por quienes buscan una demostración de poder, se deben y responden a la «cultura de la violación». Para entender mejor este concepto, voy a explicarlo paso a paso.
Se le llama cultura, debido a que presenta símbolos, códigos, modismos (frases compartidas que nos ahorran tiempo), valores, actitudes, creencias y costumbres. Cuando encontremos todos o la mayoría de estos elementos juntos, no tengamos duda de que estamos frente a una cultura. Por ejemplo, la mafia fue una cultura (y lo sigue siendo en los lugares en que existe), las pandillas son otra cultura, la cárcel es otra cultura, etc. No confundamos «cultura» solo con algo positivo: cultura es cualquier sociedad, comunidad o grupo social que comparte estos componentes. Y, nuevamente, no lo digo yo: lo dice la American Psychological Association y cualquier otra investigación dedicada a los estudios sociales. Así como sí se trata de una cultura, es específicamente de la violación, en tanto todos estos atributos que he mencionado giran en torno a este delito. Paso a explicarlos:
- Creencia 1: «El hombre es hombre y tiene necesidades».
- Creencia 2: «El hombre tiene mucho deseo sexual».
- Creencia 3: «El hombre no puede controlarse».
- Código 1: «Si no te cuidas, hija, obviamente te van a violar».
- Código 2: «Si estás sola, hija, obviamente te van a violar».
- Costumbre 1: Embriagar a las mujeres para facilitar el intercambio sexual.
- Costumbre 2: Si eres mujer, tienes que salir acompañada.
- Costumbre 3: Si eres mujer, debes vestirte de tal forma que cubras todo el cuerpo.
- Costumbre 4: Si eres mujer, no puedes salir hasta altas horas de la noche.
- Costumbre 5: Si eres mujer, no puedes embriagarte.
- Modismo 1: «Es que era una chica fácil».
- Modismo 3: «Es que le gustaba la vida social».
- Actitud 1: Culpar a la víctima de violación.
- Actitud 2: Exculpar o justificar al violador.
- Valor 1: No denunciar a los violadores si son tus amigos.
- Valor 2: Apañar, durante la violación, a los agresores si son tus amigos.
Si me extiendo más, desglosando cada componente de la cultura de la violación, esta columna se podría hacer interminable. Pero lo nuclear de este asunto es que las creencias, los códigos, las costumbres, los modismos, las actitudes y los valores se complementan para formar un todo unificado. Todos estos constituyentes se relacionan y van en la misma línea: «Los hombres no pueden controlar su deseo sexual y las mujeres deben protegerse. Si no lo hacen, obviamente, van a ser violadas». A partir de este credo, se justifica a los violadores y se culpa a las víctimas. Este tipo de pensamiento perpetúa ad infinitum esta práctica que crea daños psicológicos, en algunos casos, irreversibles para la víctima, pero que, además, genera un estado permanente de temor, inseguridad, ansiedad y paranoia en las mujeres, que, de por sí, puede ser un disparador de trastornos psiquiátricos.
En una siguiente columna, explicaré algo que me parece una obviedad: «los hombres, así como las mujeres, pueden autorregularse en todo sentido, porque poseen una corteza prefrontal que les permite reducir su impulso y tomar una decisión». Por ahora, pasaré a señalar qué podemos hacer para frenar esta cultura.
¿Qué estrategias implementar para romper con esta cultura?
Lo primero que se debe hacer es un correcto diagnóstico. Ya lo tenemos: se llama cultura de la violación —faltaría investigar a fondo el marco simbólico y comportamental—. Una vez que hemos identificado nuestro punto de partida y que hemos observado que los violadores no presentan, globalmente, trastornos psiquiátricos, sino que son hijos sanos de esta cultura, podemos avanzar al paso dos: diseñar estrategias públicas que permitan erradicar de raíz todas las creencias, valores, costumbres, etc., que convergen. Para ello, se podría trabajar con un equipo multisectorial, desde psicólogos, psiquiatras, médicos, educadores, neurocientíficos, comunicadores, sociólogos, antropólogos, neuroeconomistas, profesionales del sector público, especialistas en estudios de género, entre otros, para lograr un abordaje integral. Recordemos que se deberían cambiar patrones de pensamiento y conducta a nivel de país.
De que se puede lograr, se puede lograr. La pregunta es la siguiente: ¿el Estado está dispuesto a invertir en esta solución o prefiere seguir con las medidas punitivas de encerrar a los violadores sin pensar en medidas preventivas?
Esa pregunta la dejo abierta, pero con mi más sincero deseo que, de una vez, el Gobierno pueda abrir los ojos y escuchar a los especialistas.
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