RPP Noticias conversó con el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber sobre la urgencia de leer filosofía para comprender mejor no solo la pandemia de la COVID-19, sino la realidad compleja que nos rodea.
La filosofía, según el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber, es un acto de amor desde un sentido etimológico: amor por la sabiduría. Y como todo acto de amor, el autor de “Filosofía en 11 frases” y “¿Para qué sirve la filosofía?” está empeñado en compartir su conocimiento filosófico con el gran público. Un “professor”, etimológicamente hablando.
A esta posición de divulgador contribuye el hecho de que haya dedicado una vida a la docencia y conduzca, desde el 2011, el programa “Mentira la verdad”, producido por el Canal Encuentro, que difunde temas filosóficos en señal abierta. Una experiencia a la que llegó de la manera más inesperada, según confesó a RPP Noticias.
A propósito de la presentación del primer volumen de su libro “Filosofía a martillazos”, que tendrá a lugar en la FIL Lima 2020 este 31 de agosto a las 8:00 p.m. vía Facebook Live, RPP Noticias conversó con Sztajnszrajber acerca de cómo meditar en tiempos de emergencia y cuán importante resulta la filosofía para interpretar la realidad que se nos presente. Así sea un partido de Messi.
Para alguien que ha escrito un libro titulado “Filosofía en 11 frases”, ¿qué frase filosófica podría recoger el espíritu de la pandemia que vivimos?
Y bueno, “Dios ha muerto”, ¿no? No podemos no empezar repensando cuáles son nuestros órdenes existenciales. Tomo la frase de Nietzsche, más que nada y más allá de la metáfora específica de lo divino, como la crisis de los principios ordenatorios. Estamos viviendo un acontecimiento que socava nuestro orden cotidiano, nuestra normalidad consabida y que tiene esas características de los acontecimientos que establecen cimbronazos en nuestra forma de construir sentido. De alguna manera, la frase de Nietzsche apunta a eso: hay narrativas que venían explicando la realidad que se desplazan de sus lugares. Es cierto que hay una tendencia de mucha gente de aferrarse a lo previo y minimizar los efectos de la pandemia y el confinamiento, pero me parece que estamos viviendo un suceso extraordinario.
Hay un famoso mito griego que cuenta que en realidad hay un único dios que muere, el dios Pan. Y cuenta la historia de un marinero que pasa cerca de una isla donde se grita que el dios Pan ha muerto. Eso es como el semblante de una época que termina. Hay algo que se está moviendo muy a fondo en nuestra forma de pensar la realidad y tiene estas características contundentes.
Has dicho que el individualismo será una consecuencia grave de la cuarentena. ¿No juega en contra el hábito tan contemporáneo de estar hiperconectados?
Ya veníamos en una sociedad individualista. Lo que me parece es que la pandemia potencia el individualismo en el sentido de que pone más en evidencia la salvaguarda de uno consigo mismo. Me cuesta ver en estos meses, desde que comenzó este suceso, actitudes masivas de prioridad del otro. Me parece que el confinamiento no es solo material, institucional, sino, metafóricamente hablando, el confinamiento de uno mismo. Paul Preciado dice que la nueva frontera es ahora el tapabocas. Imagina que si el territorio de la patria se fue reduciendo al individuo, todo otro se vuelve un extranjero peligroso y amenazante. Desde esa perspectiva creo que hay un neoindividualismo muy fuerte hoy en día.
Fernando Savater sostenía hace poco que en esta coyuntura es más importante la cultura que la filosofía. ¿Qué rol, en todo caso, ocupa la filosofía en tiempos de emergencia?
Creo que la filosofía no cambia su manera de pensar y encarar la pregunta por el sentido. En un contexto de crisis, tan radical como este, la filosofía se siente más cómoda. No es casual que esté circulando tanto texto filosófico, tanta creación de conceptos desde la filosofía en relación a lo que nos está pasando. Sigo creyendo que la tarea más imperiosa de la filosofía es deconstruir las normalidades. Es decir, este contexto le resulta fácil a la filosofía. Muchos de los que no están habituados a leer filosofía, no están realizando otra cosa que hacerse preguntas existenciales, filosóficas, porque el contexto lleva a esto. La filosofía, más que trabajar los estados de emergencia, debe ponerse mucho más aguda cuando todo funciona bien. Su objetivo es deconstruir el sentido común. Ahora, puesto en relación a una respuesta práctica, hoy hay muchas prácticas filosóficas que pueden ser contenedoras y acompañantes de la situación que estamos viviendo. Hace bien leer filosofía en estos momentos como una manera de pensar a fondo lo que nos está pasando y no quedarnos con lo que se dice en los medios y los miedos que se van plasmando en la cotidianeidad.
La peste o la pandemia no es un contexto nuevo para la humanidad. ¿Qué autores que le hayan tomado el pulso a escenarios similares podrías recomendar para pensar mejor estos días?
No haría una relación tan lineal con situaciones históricas paralelas. Toda filosofía es una invitación a ir a la frontera, a los contornos; a pensarnos desde los lugares constituyentes de nuestra subjetividad. La literatura es un hecho intempestivo, que no está signada por el tiempo. Volver a leer “La alegoría de la caverna” de Platón en un contexto pandémico me parece fascinante porque nos puede habilitar de respuestas, pero también leer la teoría del panóptico foucaultiano y las teorías del disciplinamiento social que comienzan con la biopolítica después de Foucault. La filosofía, lo que tiene, es que puedes leer “La peste” o a filósofos de los años sesenta… todos de alguna manera van a aportar. Vos hacés un recorte de sus conceptos y te sirven y te ayudan a pensar la situación que sea. Por lo menos el tipo de filosofía que me gusta hacer. Yo puedo leer a Aristóteles y entender por qué Messi se va del Barcelona. Se pueden hacer esas conexiones que hablan de cómo el discurso filosófico es básicamente hermenéutico, nos sirve para interpretar distintas cosas.
Llegaste a la filosofía tras cuestionar la fuerte educación religiosa que recibiste. ¿Filosofar es siempre un acto de rebeldía?
Creo que sí, porque creo que la vocación de la filosofía es siempre abrir aquellas perspectivas que están soterradas y que de alguna manera quedan por fuera de las versiones hegemónicas. La filosofía está siempre sacando a la luz versiones que han quedado fuera de juego, porque básicamente saber es poder. Y entonces se instala una única versión de las cosas, y allí la filosofía va por los discursos minoritarios y aquellos escorzos que de algún modo quedan invisibilizados. Esas versiones que quedan por debajo hacen que, tomando la palabra latina subversión, la filosofía pueda no ser sino una práctica subversiva. De subversión del sentido común, de formas normalizadas de pensar. Ese es el modo en que yo entiendo la filosofía.
Después a alguien le puede gustar la filosofía de Santo Tomás de Aquino, que uno puede decir que de rebeldía no tiene nada, pero depende de cómo la leamos y en qué contexto. Porque aun las filosofías más condescendientes o más asociadas a proyectos del orden no dejan de proponer lecturas que no son las usuales. La filosofía es siempre un acto de pensamiento inusual, que se sale de aquello que se presenta a la vista y a la mano como formas obvias de lidiar con las cosas. Siempre hay una anomalía en la práctica filosófica.
En tu libro “Filosofía a martillazos” retomas temas universales –el amor y Dios— junto a otros que parecen de una enorme actualidad, como la democracia y posverdad. ¿Qué otros temas habrías incluido en este libro si lo hubieses escrito después de la pandemia?
Hubiese tocado el tema de la ciencia o algo más relacionado con eso. Ese punto de tensión entre la creencia, el conocimiento, algo de teoría del conocimiento. Tengo un capítulo en el tomo 2 [de “Filosofía a martillazos”], que acaba de salir en la Argentina, donde toco el tema del poder. También el de la muerte y el tiempo. A la muerte, el poder y el tiempo, le hubiese incorporado cuestiones que se potenciaron con la pandemia. Las matrices están, son las mismas, pero le hubiese aportado algo de la coyuntura. Pero como tema cien por ciento nuevo, habría trabajado la salud que me parece un temazo: la relación entre filosofía y salud.
Perteneces a una línea de filósofos dedicados a la divulgación. ¿Encontraste un modelo cuando decidiste dedicarte a esto o todo ocurrió de manera inesperada?
Fue absolutamente inesperado. A mí me surge porque durante más de 20 años fui docente en lo que en Argentina se llama enseñanza media, que es la secundaria, y lo que me empezó a pasar es que tuve demanda de los padres de mis alumnos para dar cursos en paralelos, porque les llegaba buena noticia de las clases. Ya desde la docencia fui dándome cuenta que divulgar es un acto docente. Lo que pasa es que cambia el tipo de estudiante con el que trabajás, porque hay otro propósito, es mucho más eventual. Pero la divulgación no deja de ser una práctica docente con un objetivo menor, en el sentido de su duración en el tiempo, aunque busca generar una estupefacción, porque por ahí tenés un cimbronazo intelectual. ¿Modelos? En la Argentina, como en cualquier lugar, hubo un montón de divulgadores que venían haciendo afrentas personales, recorridos individuales, pero acá surgió Canal Encuentro de divulgación cultural. Soy, de algún modo, uno de los tantos emergentes que hemos surgido de una política cultural y educativa. Si tengo que hablar de modelos, me siento representado por una propuesta política de democratización del conocimiento que se dio en la apuesta del Estado por este canal.
¿Se siente un cambio muy fuerte al pasar de las aulas a la televisión?
Cero. No dejo de hacer nada de lo que no hacía en un aula. Le hablo a la cámara lo mismo que a los 30 estudiantes que están ahí. Lo mismo cuando escribo. No cambié mi discurso ni mi formato. En todo caso, lo cuestionable es lo que hacía en las aulas (risas). Pero siempre creo que estamos abriendo las puertas del aula. El éxito de la divulgación es una reivindicación de la tarea docente. Es falsa la idea de que lo que se genera en una escuela no le importa a nadie. O que la escuela es un lugar donde no sucede nada y solo se reproduce burocráticamente un conocimiento vacuo. Cuando hay vocación de transferencia, la cosa le llega a uno o treinta o a dos millones.
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