La actriz venezolana conversó con RPP Noticias sobre “Húmedos, sucios y violentos”, colección de 66 relatos cortos con el que debuta como autora a través de una exploración del erotismo y el mal.
De Venezuela, su país natal, la actriz Kathy Serrano partió para San Petersburgo (Rusia) a los 19 años. El motivo (o la aspiración): estudiar dirección de teatro. Eran fines de los años ochenta, la Unión Soviética estaba desapareciendo y la joven intérprete escribía poesía, versos que ahora, en conversación con RPP Noticias, los recuerda oscuros. “De alguna manera, reflejaba todo lo que me pasaba en un país que es hermoso y durísimo a la vez”, recordó.
No solo de poesía se alimentaba su escritura por entonces. También de dramaturgia, por su propia carrera. De modo que, tras su paso por el país soviético, Serrano aterrizó en el Perú en 1994 y, desde entonces, no solo construyó una carrera actoral en la televisión y el teatro¡, sino también continuó puliendo sus aspiraciones literarias al ingresar a cuanto taller pudiera ayudarle a formar su oficio. Alonso Alegría y Alonso Cueto fueron, en ese sentido, sus maestros.
¿Qué escribía entonces? Relatos, sobre todo. Muchos de ellos perdidos tras sufrir el robo de su computadora. Pero la necesidad de contar historias no desapareció, sino se volvió más estimulante. En el 2017, en un taller de escritura de Ricardo Sumalavia —su actual pareja—, Serrano descubrió el encanto del microrrelato. Y el fruto de esa pasión son los 66 relatos breves que componen “Húmedos, sucios y violentos” (Estruendomudo), su debut literario.
Uno podría pensar que una actriz se inclinaría más hacia la dramaturgia que al microrrelato. Pero ¿de dónde surge tu preferencia por la brevedad? ¿Qué encuentras de atractivo en el género?
Escribir dramaturgia siempre me ha costado mucho. En todo caso, el teatro me sirve ahora para la creación de personajes. Lo del microrrelato fue un amor a primera vista. Me senté en este espacio y leí “Ecosistema” de José María Merino. ¡Maravilloso! Yo venía de 12 años de promover “La noche de los cortos”, donde se mostraban muchos cortometrajes, y me dio un amor por la brevedad, la economía de recursos, todo aquello que puedes decir en poco tiempo. Luego, al conocer los microrrelatos, eso me enamoró. Un verdadero, buen, excelente y exquisito microrrelato no tiene espacio para una palabra más. Es muy difícil lograrlo. A veces hay una confusión de que la brevedad es fácil, pero ponte a construir un universo en un parrafito…
“Húmedos, sucios y violentos” tiene un total de 66 microrrelatos, pero imagino que hubo un proceso de selección riguroso antes de publicarlos. ¿Cómo has ido componiendo este libro?
Este primer manuscrito se viene construyendo desde hace tres años. El año pasado, publiqué quince en un libro que se llama “Una voz que existe”, donde colaboraron Fortunata Barrios, Giovanna Pollarolo, Victoria Guerrero y otras autoras. Además, seguí escribiendo otros y cuando los reuní en enero de este año, quedaron una cantidad más o menos de 90, pero el groso son como 500.
“Furioso”, la primera parte del libro, está marcado por la violencia, sobre todo contra la mujer. Hay víctimas que cuentan sus tragedias desde el otro mundo.
A mí desde niña me interesa la muerte. Siento que es alguien y me interesa humanizarla, porque la muerte está conmigo desde los ocho años cuando vi morir a mi papá. A los 14, estuve a punto de irme; a los 17 tuve un accidente muy grande; mi mejor amigo murió en una moto. Toda la vida, desde niña, la muerte se ha transformado en ese algo que yo quiero entender, que sé que es lo único que tengo. La muerte me ha gustado para traerla a mí o para burlarme de nosotros mismos, los humanos. La muerte con la sexualidad, con lo erótico, me llaman mucho la atención; el juego, esta cosa de humor negro, y la violencia, sí, me interesa, porque me duele. Si eres mujer –y esto no es un panfleto, es una realidad—, desde que tienes uso de razón, sientes la violencia en todos lados. Tengo 52 años y hace dos días le caí a gritos a un tipo en la calle. Está presente en nosotros, en las redes, en la familia, los trabajos.
Esta violencia está ligada, como dices, a un erotismo, pero a uno perverso. Da la impresión de que te diviertes bastante escribiéndolo.
Pero no me siento sola, porque he estado leyendo a algunas autoras como Patricia Esteban Erlés o Mariana Enríquez… Quise hablar de las mujeres, pero no las quise ver como unas víctimas pasivas. Quise hablar de los cuentos de hadas en dos de ellos — “Caperucita reloaded” y “Caperucita y los lobos”—, pero desde otra posición. Sí, soy mujer y desgraciadamente nos toca cosas tremendas y no siempre son solo los hombres lo que te aplican el patriarcado, también hay mujeres, porque es toda una crianza milenaria. Pero lo que quise explorar fue el no ser pasiva. ¿Qué pasa si esa víctima no es pasiva, si te devuelvo el golpe, si te hago probar cosas de tu propia medicina?
Tiene razón Fernando Iwasaki cuando habla del diálogo que entabla tu obra con autoras como Mariana Enríquez o Mónica Ojeda. ¿Qué autoras o autores han sido determinantes para ti?
En este momento, Mariana Enríquez es una. Mónica Ojeda está siendo otra, pero llegó hace poco a mi vida. Tengo a Alice Munro, Carson McCullers, Patricia Highsmith, Samanta Schweblin, Elsa Drukarov, hace poco leí a Marcelo Luján también. Patricia Esteban Erlés tiene cosas que me interesan mucho y también estoy leyendo a Lucia Berlín. Pero antes de eso, hay un autor teatral y también de narrativa que me marcó mucho: Sławomir Mrożek. Y otro autor de un libro que he leído 500 veces, que se llama “El maestro y Margarita” de Mijaíl Bulgákov: la visita del diablo a Moscú y cómo desenmascara a la condición humana. Y mientras viví en Rusia, vivía enamorada de Chéjov.
Escritura y actuación: ¿qué puntos encuentras en común en estas dos facetas de tu vida?
En San Cristóbal (Venezuela), yo quería estudiar Humanidades y no me dejaron. Creo que no tenía conciencia de que podía estudiar literatura y me fui por la actuación, y estudiaba con mucha pasión. Yo quería ser muchas y muchos, poder encarnar muchas vidas de mujeres, y no solo de mujeres. Una mujer puede ser Hamlet. yo quería meterme en la piel de muchos seres humanos que pudiesen ser diferentes. Con la escritura es lo mismo. Yo puedo fantasear a que yo he sido esos 66 personajes, en alguna parte de cada una puedo estar creando. Jugar a crear personajes, darles vida y carne, jugar a ser la muerte o la niña, a ser el verdugo o la víctima, que soy Santiago o esa que espera una cita que no se va a dar. No es que sea ellos, pero actuar es eso: tratar de ponerse en los zapatos, el vestido o la humanidad del otro.
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