RPP Noticias conversó con el escritor peruano Santiago Roncagliolo sobre "Y líbranos del mal", su más reciente novela que retrata oscuros secretos familiares en un ambiente de fanatismo religioso y abuso sexual.
En el umbral de su vida adulta, Jimmy tiene muchas preguntas: ¿cómo es el Perú, el país del que procede su papá, quien nunca habla de él? ¿Por qué le irrita que alguien insinúe cosas de su vida allá? ¿Cuál es la razón por la que no regresa a Lima para cuidar a Mama Tita, su madre enferma? Es la intriga inicial de una madeja que va deshilándose hasta desentrañar un pasado de terror en "Y líbranos del mal" (Seix Barral), la nueva novela de Santiago Roncagliolo.
Autor de libros claves como "Abril Rojo" (ganadora del Premio Alfaguara 2006), "Pudor", "La pena máxima", entre varios otros, Roncagliolo sondea en su nueva ficción el fanatismo religioso y abuso sexual al que fueron sometidos muchachos de las élites limeñas en una congregación católica. El disparador de esta historia, según dijo el escritor a RPP Noticias, fue una noticia sobre "uno de los abusadores más monstruosos y depredadores que se fue a Estados Unidos y tuvo un hijo".
"Y líbranos del mal" es, sin duda, el libro menos humorístico de Santiago Roncagliolo, aunque otras constantes de su narrativa salgan a flote —su prosa ágil y sólida, su manejo de la intriga, su storytelling en estado puro—, y coincida con su anterior novela, "La noche de los alfileres", en abordar experiencias de vida similares.
Tengo la impresión de que "Y líbranos del mal" está conectada con "La noche de los afileres": en ambas se explora el paso de la adolescencia a la vida adulta. ¿Qué te llama la atención de esta etapa?
Cuando eres adolescente es cuando decides quién vas a ser, porque hasta tu adolescencia te han dicho lo que vas a ser. Te han puesto en un colegio, en un barrio, te han dado una familia. A partir de los 16 años, más o menos, incluso antes aunque a veces después, empiezas a tomar decisiones, a ser el adulto que vas a ser. Pero solo tienes lo que hayas visto. Y ya que mencionas las similitudes, también son novelas de padres ausentes, de hijos buscando a sus padres, porque sus modelos paternos son difusos, borrosos, enfermos, disfuncionales. Me gusta este momento de la vida en el que eres por primera vez un adulto, porque es lo que viví en mi adolescencia, así como el tema de ser hombre en una sociedad machista. Solemos pensar que el machismo ataca a las mujeres, pero también daña a los hombres y les obliga a repetir modelos de comportamiento que no necesariamente son naturales. Me obsesionan los personajes que no encajan en su mundo, que no terminan de funcionar en su entorno, creo que es una sensación familiar y ambas novelas tienen todos estos elementos.
Hay un momento en el que tus personajes deben afrontar el horror, que es una manera de bienvenida a la vida adulta. ¿Debe este ingreso estar marcado por una tragedia?
Siempre hay un destete, un momento en que la vida te dice: esto es la realidad, no era como te la contó tu mamá. Y mis personajes viven mucho esa experiencia. Es una experiencia que también he vivido muchas veces, así que nace de mis propias vivencias. Pero lo del horror tiene que ver con una obsesión asociada a otras cosas. Yo crecí en los ochenta en un país donde me habrían matado en cualquier momento, a mí y a todos, no por robarme la billetera, sino porque era parte del plan. Había gente, de un lado y otro, que consideraba que era obligatorio matar. Y siempre tuve que preguntarme por qué alguien hace cosas malas. Y mis novelas, generalmente, exploran a gente que alguna vez fue inocente y cómo se convirtieron en monstruos.
Crímenes relacionados con el Sodalicio son referentes inmediatos de "Y líbranos del mal". ¿Cuánta documentación de tu parte hubo al componer la novela?
No pretende ser una novela sobre el Sodalicio. Lo que sí ocurrió en mi caso es que esa historia estaba muy cerca de mí. Yo tenía familiares, en distintos grados, metidos en esa organización. Conozco muy de cerca a los que han investigado [el tema] y también a curas que tuvieron buenas o malas relaciones con ellos. Habían muchos detalles sobre cómo era su sexualidad, que iba más allá del abuso, y que hablaba de una complejidad sexual y emocional mucho mayor que la que te permite contar una denuncia de abusos. Generalmente, me interesan los victimarios y tenía como estas puntas de iceberg de sus historias. Pero los victimarios hablan poco y, cuando hablan, mienten, y para llegar a lo que me interesa solo tienes la imaginación y el conocimiento de los seres humanos. Una novela trata de establecer una historia verosímil de cómo algo podría haber sido, porque su autor no sabe cómo fue en realidad y no tiene manera de llegar a eso.
El personaje de Mama Tita es la representación de una clase social y una época, signada por un macartismo político y moral.
Ella está atrapada en su silencio, en su secreto, y no sabe cómo hablar de ellos. La alta sociedad tiene que mostrarse exitosa, adinerada, feliz, y cuando no lo es, no sabe ni cómo se llaman las cosas que tiene. Eso le pasa a ella. Donde vive ella, la calle Libertadores de San Isidro, es una de las viejas residencias señoriales que son un homenaje a un mundo que ya no existe, y Mama Tita intenta seguir habitando ahí mientras se viene abajo.
Y su presencia produce sentimientos encontrados: es odiosa, pero a la vez entrañable. ¿Qué contradicciones de este orden has querido retratar en la novela?
Algo que me parece fascinante, en el peor de los sentidos, es el nivel de homofobia. Los abusos de hombres a hombres se producen en el ambiente más homófobo que puedas imaginar. Y es tan homófobo que no se habla de lo que está ocurriendo. Muchos personajes del libro, como ha ocurrido en casos reales, eran abusados sexualmente y no sabían que eso era un abuso sexual, ni siquiera qué era el sexo. Me interesa la contradicción entre estos chicos que quieren ser una élite, son criados como tal, y esto no vale solo para congregaciones pederastas, sino también para grupos como Sendero Luminoso, asociaciones criminales: reclutan a chicos muy jóvenes que quieren ser importantes, quieren un sentido para sus vidas, se sienten diferentes porque son mejores y tienen una gran misión a cumplir. Y cómo, en el momento en que los aceptan y son parte de un ejército, son más débiles, frágiles y manipulables.
¿Cómo evitar la trivialización de una experiencia horrorosa y real al convertirla en literatura?
Depende de cuán bien la escribas. Una historia bien escrita —no digo que la mía, ya la gente decidirá— entiende la complejidad de las personas. Que no somos buenos o malos, elude los clichés asociados a ser peruano, o cura, o adolescente, o ser de cualquier tipo de comunidad. Que trata a cada personaje como un ente complejo que tiene cosas terribles y maravillosas. Nos cuesta mucho asumir eso de los seres humanos. Necesitamos un mundo de certezas: saber quiénes son buenos y malos para saber cuál es nuestro lugar en el mundo. Pero en el fondo sabemos que no es así, que cada ser humano tiene dentro universos que desconocemos. Si la literatura nos abre una puerta a esos universos, comprender a gente diferente de nosotros, después de cerrar el libro volveremos a la realidad mejor equipados para vivirla.
Frente a una novela que explora temas como el machismo, el abuso de poder, el fanatismo, parece no haber lugar para el humor, que es un ingrediente esencial de tu narrativa.
Sí, ¡he perdido la gracia! (ríe). En esta novela no hay nada, es verdad. Pero tiene que ver con un tema de planteamiento inicial. En muchos de mis libros anteriores, yo quería ir del humor al horror, era un arco habitual. Las cosas empezaban siendo graciositas y se iban volviendo más atroces. En esta quería una imagen diferente de lo que quería. Quería esta sensación de que todo lo que ocurre es perfectamente cotidiano y normal, pero hay algo terrible detrás. Como rodeando al dragón, siempre dando pasos alrededor de algo muy oscuro, sin nunca perder la certeza de que el ogro está ahí. El humor no me funcionaba, me alteraba lo que necesitaba hacer con la prosa. También creo que uno se va volviendo mayor y menos gracioso en general.
Pero no deja de ser irónico que tu libro se llame "Y líbranos de mal" y esté estructurado con secciones que se titulan "Padre", "Hijo" y "Espíritu santo", y un "Amén" como cierre esperanzador.
Vivimos cosas atroces para luego vivir mejor. Siempre creo que hay esperanza en lo que escribo, porque yo mismo soy el que soy por las cosas también terribles que he vivido. Creo que si no has vivido cosas terribles, solo eres más tonto. El sufrimiento forma parte de la vida y te enseña a prepararte para ella y querer vivir mejor. Así que no creo que vivir algo terrible deba hundirte para siempre. Igual que los buenos libros, las experiencias intensas, y el sufrimiento es una de ellas, te dejan mejor equipado para vivir.
EL DATO
"Y líbranos del mal" de Santiago Roncagliolo
Editorial: Seix Barral
Publicación: Mayo 2021
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