La medicina, con su enorme variedad de síntomas, era difícil, sino imposible de caracterizar hasta que no aparecen las epidemias, que muestran los mismo o parecidos síntomas en muchos individuos a la vez, permitiendo extraer un factor común que permite caracterizarla pero adscribiéndola a concepciones mágicas.
Rafael Najera Morrondo, Instituto de Salud Carlos III
Las primeras bacterias fósiles conocidas aparecen en calcedonias de hace unos 2 000 millones de años y la enfermedad bacteriana más antigua se presenta en un reptil de hace 200 millones de años.
Los primates aparecen hace aproximadamente unos 65 millones de años y entre ellos se han identificado homínidos de hace más de 10 millones de años. Los más conocidos hoy son el Sahelanthropus tchadensis (casi 7 millones de años), el Orrorin tugenensis (más de 6 millones de años), el hombre de Tabarín (Australopithecus afarensis, 5 millones de años), Ardi (Ardipithecus ramidus, 4,4 millones de años) y Lucy (Australopithecus afarensis, 3 millones de años) entre otros. Así podemos decir que el hombre aparece, hace unos 3 millones de años y el Homo habilis, hace unos 2 millones de años y el homo ergaster hace un millón de años aproximadamente.
La primera herida
En los últimos 12 000 años, desde la revolución neolítica y aún antes en menor escala, se observan huellas de heridas. En un fósil del Australopithecus africanus, el mono sudafricano, aparece una huella de la “primera herida”, resultado posiblemente de unas primeras herramientas de hace 2,6 millones de años, y en dientes de Australopithecus la primera evidencia de caries (cavidades en los dientes), infección que se produce en el hombre, exclusivamente por bacterias.
Como comentábamos en un trabajo reciente, “De Gilgamesh al COVID-19, 5.000 años de epidemias”, las epidemias son las que condujeron a la conciencia del enfermar humano, antes sólo dominada por la “medicina externa”, la cirugía inducida por las heridas, (luchas, guerras, accidentes) por su carácter obvio y la necesidad urgente de intervención tratando de paliar el peligro de muerte.
Se documenta en la trepanación (10 000 años a.C.) y la castración (de animales y hombres, unos 8 000 años a.C.).
Medicina y epidemias
Sin embargo, la medicina interna, la que hoy conocemos popularmente, como medicina, con su enorme variedad de síntomas, era difícil, sino imposible de caracterizar hasta que no aparecen las epidemias, que muestran los mismo o parecidos síntomas en muchos individuos a la vez, permitiendo extraer un factor común que permite caracterizarla pero adscribiéndola a concepciones mágicas.
No obstante, la primera enfermedad descrita con claridad, por lo obvio de su mecanismo de producción va a ser la rabia, en tablillas escritas en acadio, las Leyes de Eshnunna (Tell Abü Harmal, 1.930 a.C.) donde ya se describen una serie de observaciones clínicas, etiopatogénicas y preventivas.
Con Hipócrates (460, isla de Cos – 370 a.C.) “baja la enfermedad, del cielo a la tierra”, al despojarla de su carácter sobrenatural, pero con la teoría de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) y sus desequilibrios, viene a llenar un vacío conceptual y paraliza el conocimiento médico durante siglos, llegando hasta el siglo XIX.
Con Hipócrates surgen las epidemias, “las que viajan”, no describiéndose con claridad la distinción con la enfermedad endémica “las que están” hasta Galeno.
En el siglo V a.C., aparece la Peste de Atenas y tras ella la descripción de la misma por Tucídides en la Historia de la Guerra del Peloponeso, donde describe que los que habían pasado la enfermedad y no habían muerto, quedaban protegidos, la primera observación de la inmunidad en la que se van a basar las vacunas hasta la aparición del SIDA.
Gripe, sida y covid
Las grandes epidemias se han desarrollado a lo largo de la historia desde las pestes como la de Atenas, ya mencionada, a las de época romana (Antonino, Cipriano, Justiniano), la peste negra, la peste de Marsella, la viruela, la fiebre amarilla o las más modernas como el cólera, la gripe de 1918, el SIDA o la actual de la COVID-19.
Las tres últimas mencionadas han producido millones de muertes, unas como la gripe del 18 (50 a 100 millones) y la COVID (más de 3 millones), con gran rapidez y el SIDA (30 millones) a lo largo de 40 años, aquellas por vía aérea y esta por vía sexual/sanguínea.
Frente a la COVID se han desarrollado vacunas pero las medidas preventivas generales son necesarias para evitar nuevos brotes hasta que se consiga una protección vacunal suficientemente amplia. Son sin embargo, difíciles de llevar a la práctica por el cansancio de gran parte de la población y la falta de constancia en su cumplimiento. Esto ha llevado a la puesta en marcha de operaciones de confinamiento de poblaciones con muchas transgresiones y los consiguientes rebrotes. Por otra parte existe un enfrentamiento social entre el confinamiento y el desenvolvimiento de la actividad económica.
El resultado está siendo la producción de cuatro ondas epidémicas con alta incidencia de la enfermedad, elevada ocupación hospitalaria y de los cuidados intensivos y un gran número de muertos. Todo ello incidiendo en una población que está soportando una grave crisis económica con repercusión en el trabajo, la precariedad y/o la pérdida de empleo, con la pobreza y las necesidades más acuciantes incidiendo especialmente en las poblaciones más vulnerables.
Pandemias y cambio social
El VIH hizo aflorar la marginación de grandes grupos de población, ya previamente excluidos por la sociedad, que reaccionaron contra esa brutal discriminación dando lugar a las luchas de la población gay y con ello a las conquistas sociales de GLTB que abrieron un nuevo espacio de libertad a este numeroso conjunto, asfixiado hasta ese momento.
Esperamos que los enormes problemas ocultos que han aflorado con la actual pandemia, y frente a los cuales no valen “paños calientes”, hagan reaccionar a la sociedad en su conjunto, cambiando el modelo productivo y la estructura económica para conseguir incorporar al conjunto de la población a los derechos básicos de alimentación, vivienda, educación y asistencia sanitaria, blindándolos por leyes que aseguren su permanencia en el tiempo.
Esto hará posible el imprescindible y extraordinario refuerzo del sistema de enseñanza superior y de investigación así como de la salud pública, con objeto de poder estar mejor preparados ante la nueva coyuntura que se presente con la próxima pandemia que, con seguridad, llegará antes o después.
Esperemos que este sufrimiento, este gran dolor, sirva para hacer avanzar los derechos de las personas y su libertad en aras de un mundo mejor.
Rafael Najera Morrondo, Profesor Emerito, Instituto de Salud Carlos III
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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