El aparato ruso de destrucción lleva treinta días tratando de someter la resistencia de los ucranianos y todos comenzamos a acostumbrarnos al horror de la guerra.
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El aparato ruso de destrucción lleva treinta días tratando de someter la resistencia de los ucranianos y todos comenzamos a acostumbrarnos al horror de la guerra: cada día hay víctimas civiles inocentes y niños obligados a separarse de sus padres, cada día se destruyen hospitales y otras infraestructuras, cada día cientos de miles de ucranios tienen que buscar guarida nocturna en estaciones de metro, en iglesias e instalaciones deportivas.
Toda guerra representa el triunfo del odio y el fracaso de la política, es decir de la capacidad humana de hallar soluciones concertadas a nuestras diferencias. Desde el principio Vladimir Putin definió en términos maniqueos el conflicto de su país con su vecino ucranio. Para el presidente ruso, Ucrania es un nuevo avatar del hitlerismo que atacó a Rusia en 1942, después de haber firmado un pacto de no agresión en 1939. Putin desconoce que el presidente ucranio es de origen judío y que se ha mostrado dispuesto a aceptar un estatuto especial para Ucrania, sin membresía en la OTAN ni amenazas para Rusia.
La guerra comenzó con el reconocimiento ruso de la independencia de dos Repúblicas separatistas y la consiguiente retórica sobre la necesidad de proteger a las minorías rusas, supuestamente discriminadas y victimas de persecuciones ancestrales por el malvado pueblo ucranio. Con esa narrativa Putin no ha hecho sino exacerbar la confrontación y alinear a todos los países de la Unión Europea contra Rusia.
Además de sus desastrosas consecuencias humanitarias, la guerra trae también consecuencias económicas que llegan hasta nuestro país, bajo forma de alza de precios de carburantes y alimentos. Pero lo peor es el ejemplo que la guerra da a niños y adolescentes. Las noticias pueden llevar a descreer en los valores democráticos que preconizamos y a resignaros a la vieja fórmula de uno de los maestros de la filosofía política, Thomas Hobbes: El hombre es lobo para el hombre.
Las cosas como son
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