Miles de mujeres son vendidas cada año como esposas en la India. Son secuestradas por mafias o sus familias son engañadas con la promesa de trabajo para sus hijas.
Cuando a Razia le dijeron que la llevaban a una boda no sospechó que se trataba de su propio enlace con un hombre que le doblaba la edad y que pagó 6.000 rupias (81 euros) para que fuera su esposa, una práctica que crece en la India.
Una prima secuestró a Razia cuando tenía 14 años en su ciudad natal de Guwahati, en el estado de Assam, y la vendió a un hombre paralizado de medio cuerpo en el polvoriento pueblo agrícola de Rehna, en la región de Haryana, a 2.200 kilómetros de su hogar y colindante con Nueva Delhi.
Haryana tiene una proporción de 830 niñas por cada 1.000 niños, la peor de la India, un desequilibrio que se debe en gran parte a la práctica ilegal de los abortos selectivos y que genera una escasez de esposas que se soluciona con el tráfico de mujeres.
Allí, Razia se convirtió en una "paro", término despectivo que significa comprada, y en una esposa esclava.
"Mi marido está loco", dice a Efe Razia, hoy con 30 años y madre de tres hijos. Pero al preguntarle qué quiere decir con ello guarda un largo silencio.
Razia logró regresar a la casa de sus padres tras una década, pero volvió poco después a Rehna con el hombre que la había comprado.
"Regresé por mis hijos. No los iba a abandonar", afirma con resignación.
Al igual que Razia miles de mujeres son vendidas cada año como esposas en el norte de la India procedentes de estados pobres como Bihar, Bengala o Jharkhand, donde son secuestradas por mafias o parientes, o las familias son engañadas con la promesa de un trabajo para sus hijas.
Los activistas afirman que el tráfico de mujeres para ser casadas está aumentando y que los 30.957 casos registrados por la Policía en 2014 no reflejan la realidad.
"En los 86 pueblos en los que trabajamos en Haryana el número de mujeres vendidas para ser esposas crece un 20 % cada año. En pueblos de 200 familias puedes encontrar a 15 o 16 mujeres compradas", explica a Efe el fundador y director de la ONG Empower People, Shafiqur Rahman Khan.
El activista indica que la mayoría de las mujeres traficadas son menores de edad y en muchos casos las venden y revenden una y otra vez, con lo que van cambiando de manos.
En algunos casos estas mujeres son usadas sexualmente por grupos de hombres y por lo general ejercen de mano de obra agrícola en los campos de sus maridos.
"En dos años con cuatro cosechas han recobrado la inversión de la compra al ahorrarse a peones", indica Rahman, que trabaja desde 2005 para ayudar a estas mujeres.
En la India predomina una sociedad patriarcal que tiene una marcada predilección por los varones, ya que perpetúan el linaje, cuidan a los padres en la vejez y les aseguran ingresos.
A ello se suman las costosas (e ilegales) dotes que deben pagar las mujeres en la boda, quienes una vez que se casan pasan a formar parte de la familia del marido.
Para muchos criar a una "hija es como regar el jardín del vecino", reza un dicho del país.
El censo indio de 2011 reveló que hay 940 mujeres por cada millar de hombres, es decir, hay 37 millones de mujeres menos que de hombres cuando lo normal es que las féminas superen en número a los varones.
Este desequilibrio se debe a la práctica ilegal de los abortos selectivos de niñas y a que las féminas reciben menos cuidados médicos y alimentos por lo que tienen menos posibilidades de superar los cinco años de edad.
La escasez de mujeres podría llevar a la mejora de su situación. Pero no es así y las esposas compradas hacen frente a una gran discriminación, un bajo estatus en los pueblos donde viven y malos tratos por parte de sus familias políticas.
"Estoy muy enfadada porque a las otras mujeres las tratan bien. Les compran joyas y ropa nueva. Si yo fuese de aquí me tratarían mejor", explica a Efe Afsana, una mujer en la treintena que fue vendida cuando tenía 14 años en el pueblo de Rehna.
Esta mujer afirma que antes la trataban muy mal, no le daban comida ni ropa, pero que en los últimos años las cosas han mejorado.
A pesar de ello, Afsana vive con sus seis hijos en una chabola pegada a la casa familiar de ladrillo donde habitan su suegra y sus dos cuñadas.
EFE
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