Fieles denuncian que la urbanización de las ciudades es aprovechada para demoler iglesias. Los católicos en China se debaten entre una Iglesia "patriótica" supeditada al régimen y una Iglesia "clandestina" fiel a Roma.
Los niños tienen prohibido ir a misa, advierte un cartel en una iglesia de China, un país donde los buldóceres arrasan los lugares de culto "ilegales" y los curas -con el corazón en un puño- entregan a las autoridades una lista de fieles.
En la céntrica provincia de Henan, una de las más pobladas, los católicos son blanco de una campaña del régimen comunista para "chinificar" las religiones, así como del desarrollo inmobiliario que destruye barrios e iglesias.
Un retrato roto de Jesucristo y bancos de madera volcados bajo un montón de ladrillos es lo que queda de una iglesia de la ciudad de Puyang, antes de que la declaren "construcción ilegal".
Liu Xueshang, un campesino que se gastó todos sus ahorros en colaborar en la construcción, busca la cruz entre los escombros.
"Aquí el futuro para la iglesia es sombrío. No tenemos ningún sitio donde rezar", lamenta el anciano, cuyo templo fue demolido para hacer hueco a edificios.
Según Anthony Lam, especialista en catolicismo chino en el centro de estudios del Espíritu Santo, órgano de la diócesis de Hong Kong, la urbanización "es un pretexto para destruir iglesias".
Los 12 millones de católicos chinos se debaten entre una Iglesia "patriótica" supeditada al régimen comunista y una Iglesia "clandestina" fiel a Roma.
Lágrimas
La iglesia de Puyang estaba registrada y era legal, lo que no ha impedido que las palas mecánicas la arrasaran sin previo aviso. "Al día siguiente, todos los fieles viejos vinieron aquí y se sentaron a llorar", cuenta Liu. La escasa indemnización no bastará para construir un nuevo santuario.
En otros lugares de la provincia, una veintena de fieles y de prelados contaron a la AFP que este año la represión es tremenda. Y eso pese a que el Vaticano negocia con Pekín un acercamiento histórico.
Quitaron cruces de los campanarios, confiscaron textos y objetos religiosos y cerraron centros de preescolar.
Ahora los lugares de culto están obligados a exhibir la bandera nacional y la constitución y a eliminar los signos religiosos visibles desde los espacios públicos. Los menores de edad tienen prohibido entrar en los edificios religiosos.
En la catedral del Sagrado Corazón, en la gran ciudad de Anyang, una funcionaria de la Administración Nacional de Asuntos Religiosos dice haber venido a "inspeccionar", mientras unas 800 personas asisten a la misa del domingo.
"El catolicismo no es una religión indígena en China", afirma. En la aldea de Zhifang, cerca de Puyang, el centro de preescolar que se encontraba en el patio de la iglesia está cerrado. "Quieren impedir que la iglesia se ocupe de la educación", comenta un responsable del pueblo bajo anonimato.
Bajo vigilancia
Las parroquias también han tenido que entregar información detallada sobre sus fieles y sobre eventuales "influencias extranjeras", como recogen los formularios consultados por la AFP.
Transmitir estos datos es "psicológicamente muy duro para el clero, que tiene la impresión de cometer un pecado", afirma un sacerdote.
Algunos creyentes siguen atentamente las negociaciones entre Roma y Pekín, que rompieron relaciones diplomáticas en 1951, con la esperanza de que algún día los fieles de la Iglesia clandestina no tengan que esconderse.
"Esperamos que los problemas religiosos se resuelvan. Compartimos la misma fe y queremos estabilidad y unidad", asegura un creyente.
"El diálogo entre la Santa Sede y la República Popular de China continúa. Por el momento no hay nada que añadir", declara a la AFP Greg Burke, portavoz del Vaticano.
Entre tanto, y a falta de un lugar de culto, algunos curas de la "Iglesia del silencio" contactaron con sus colegas de la iglesia oficial con la esperanza de hallar un sitio de oración a cambio de una supervisión, aunque sea de apariencias.
Con la rápida urbanización del país, "el espacio vital de la iglesia clandestina se reduce", afirma un cura de la Iglesia oficial. "Estamos en contacto con los clandestinos, para protegerlos, no para vigilarlos -explica-. Esto permite al Estado saber que no les perdemos de vista".
AFP
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