La tragedia se produjo el pasado 29 de julio y desde entonces un insoportable olor se respira en las afueras del cárcel de Altamira, donde además los familiares de los presos asesinados viven momentos dramáticos.
La masacre de 57 presos en la cárcel de Altamira en Brasil por el choque entre dos bandas criminales el 29 de julio, hizo casi obligatorio el uso de tapabocas para poder soportarlo en las calles y sobre todo al interior del recinto.
En medio del calor y la humedad característicos de la cárcel de Altamira, localidad del amazónico estado de Pará, los familiares esperaban con angustia por información de sus parientes ante la incertidumbre de saber si estaban vivos o muertos.
En los alrededores de la prisión se respira el caos. Las fotos de la agencia EFE, retratan a mujeres hundidas en la desesperación tras identificar el cadáver de sus familiares decapitados, desmayos, oraciones, rostros contrariados por el dolor y harta desesperanza.
Todo comenzó el pasado lunes cuando una sangrienta disputa en el Centro de Recuperación Regional de la localidad de Altamira, entre las facciones criminales Comando Rojo y Comando Clase acabó con 16 reclusos decapitados y otros 41 que perecieron por el humo.
Cuerpos refrigerados
Por las carencias de la región, los cuerpos de las víctimas fueron depositados dentro de un camión con sistema de refrigeración y solo hasta el final de la tarde comenzaron a ser liberados aquellos que habían sido identificados. José Gilson Barbosa, un vendedor de la región, respiró aliviado al saber que su hijo no estaba en la lista de las víctimas mortales.
"Estoy aquí desde ayer, al frente de este lugar, en busca de una respuesta porque tengo un hijo que se encuentra preso en esta cárcel. Salí de aquí ayer en la noche después de que entregaron la lista y gracias a Dios mi hijo no está ahí", aseguró a la agencia Efe.
Crisis penitenciaria
El hacinamiento, la falta de control de las facciones criminales dentro de los presidios y la débil gestión administrativa son los principales factores que han abierto un nuevo capítulo en la crisis del sistema penitenciario de Brasil, que parece nunca acabar.
Con la tragedia de Altamira, la peor de 2019, ya son más de un centenar de reclusos muertos este año en penitenciarías brasileñas al norte de Brasil por enfrentamientos entre facciones criminales que quieren obtener el control del negocio del narcotráfico.
Narcotráfico dirigido desde cárceles
El negocio del narcotráfico se viene controlando desde las cárceles en los últimos años, un comercio que se ha concentrado en las fronteras y especialmente en la del Amazonas por su baja fiscalización.
La matanza de esta semana, considerada una de las mayores desde 1992, cuando 111 presos fueron asesinados por la Policía en un motín en una Casa de Detención de Sao Paulo, popularmente conocida como Carandirú, ha causado conmoción en Brasil y volvió a abrir el debate sobre las precarias condiciones de las penitenciarías del país.
Redoblan seguridad
A petición del Gobernador de Para, Helder Barbalho, el ministro de Justicia y Seguridad Pública, Sergio Moro, autorizó en las últimas horas el envío de hombres de la Fuerza Tarea de Intervención Penitenciaria (FTIP) a Pará, que estarán en el estado durante 30 días, para ayudar a controlar la situación.
Brasil es considerado el tercer país con más reclusos en el mundo, detrás solo de Estados Unidos y China. Según datos divulgados este martes por Amnistía Internacional (AI), este año la población carcelaria del gigante suramericano llegó a las 812.000 personas.
EFE
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