La pandemia solo es uno de los problemas que posee la comunidad shipibo-konibo en la capital: desde falta de agua y luz hasta el nulo interés en brindarles un título de propiedad.
Nueva cuarentena en Perú y mismo drama para Cantagallo, la única comunidad indígena urbana del país, que ya fue invadida por la COVID-19 en la primera ola y ahora ha vuelto a quedarse sin ingresos para comer, mientras sigue sin agua en las casas para lavarse las manos ni desagüe.
Pese a vivir a apenas un kilómetro del palacio presidencial en Lima, nada ha cambiado para esta comunidad, que desde hace ya 20 años está asentada a orillas del contaminado río Rímac, a donde en 2001 llegaron en busca de oportunidades un grupo de familias de la etnia shipibo-konibo procedentes de la región amazónica de Ucayali.
La olla comunal de Cantagallo luce vacía. Solo se llena si reciben donaciones y en los últimos días son pocas, apenas de algunos amigos o conocidos.
"La olla es incluso prestada. Ni siquiera tenemos olla propia", lamenta a EFE mientras golpea el metal la artista Olinda Silvano, que junto a más de 200 mujeres se ha quedado en la cuarentena sin vender sus pulseras, collares, mascarillas o telares con el inconfundible kené, el diseño geométrico tradicional de su cultura.
Sin ventas, sin comida
"Estamos sintiendo el golpe, porque vivimos del arte y no tenemos una mensualidad. No hay forma ahora de que las madres artesanas salgan a vender", explica Silvano, la artista shipiba más famosa, con murales en varios países.
Desde hace pocos meses Cantagallo tiene su propia Casa Cultural, un contenedor de mercancías convertido en una tienda con todas las artesanías que producen sus mujeres, pero sin visitantes estos días.
"Si no hay venta no hay como alimentar a nuestros hijos", indica Silvano, que recientemente fue elegida como nueva presidenta de la Asociación Comunidad Urbana Shipibo-Konibo de Lima Metropolitana (Acushikolm), una de las cuatro que reúne a los habitantes de Cantagallo.
Ni baño ni lavaderos
En la explanada contigua a la Casa Cultural ya no están los baños portátiles instalados durante el primer confinamiento por la Municipalidad de Lima, pese a que la comunidad continúa sin tener un sistema de desagüe, lo que les obliga a verter las aguas residuales de sus humildes casas a la tierra de las calles sin pavimentar.
Solo queda un empolvado, deteriorado y descompuesto módulo de lavaderos de manos, un vestigio vallado e inservible de la ayuda no siempre efectiva que recibió Cantagallo durante la primera cuarentena.
"Solo funcionó el primer día, porque hay problemas de agua para conectarlo", indica Ricardo Franco, presidente de la Asociación de Viviendas de Shipibos en Lima (Avshil).
"Nos dicen que nos lavemos las manos todo el día, ¿pero con qué agua? Tener agua también es un derecho humano y todos los peruanos deben tener los servicios básicos", recuerda a Vladimir Inuma, subjefe de Acushikolm.
Hasta tres días sin agua
El agua solo llega por la noche a un caño comunal donde las familias aprovechan para aprovisionarse para todo el día con baldes y recipientes varios, siempre de buena mañana porque a partir de las 6:00 se corta el agua hasta la medianoche.
"Hay momentos que estamos dos o tres días sin agua. Tampoco tenemos luz. La luz es prestada. Viene y se va. Somos shipibos de Perú, y también pertenecemos a este país maravilloso, por el que sacamos pecho y le hacemos quedar muy bien con nuestro arte", añadió.
El anterior confinamiento no evitó que la COVID-19 entrase a Cantagallo, donde contagió al 72% de los habitantes, según una serie de pruebas serológicas (rápidas) tomadas en abril de 2020.
Olinda Silvano fue una de las afectadas: "Estuvo muy feo. Mi cuerpo se debilitó y me dolían los pulmones, la cabeza y los oídos. Mi mano perdió fuerza, pero mi espíritu estuvo fuerte. Cerraba los ojos y me imaginaba bordando. Hay que tener fe y valentía", relata.
Resurgidos de las cenizas
La pandemia es solo uno más de los múltiples infortunios que han sufrido los shipibos desde su llegada a Lima, como el gran incendio que en 2016 redujo a cenizas todo el poblado mientras esperaban su demanda más antigua: el título de propiedad de sus casas, algo que todavía no llega.
Cansados de las promesas de viviendas incumplidas por distintas autoridades, los shipibos de Cantagallo volvieron a la zona calcinada y reconstruyeron sus casas con lo que tenían a mano con la convicción de no marcharse hasta tener sus títulos de propiedad.
"Vinimos desde Ucayali en busca de una mejor calidad de vida. Si el Estado realmente quiere ayudar, que cumpla con lo prometido, que es tener una vivienda digna y lo básico: saneamiento (agua y desagüe)", opina Inuma, ataviado con una camisa hecha en Cantagallo con motivos shipibos.
Plomo y arsénico en el suelo
Sin embargo, varios informes acreditan que el suelo de Cantagallo está contaminado con niveles excesivos de plomo y arsénico, producto de distintos escombros acumulados en el lugar previamente a la llegada de los shipibos, algo que no asusta a los indígenas, quienes a toda costa quieren seguir ahí.
"Llevamos años muchos aquí y no nos hemos muerto. Ya les hemos dicho que no vamos a salir sin una solución firme. Vemos que el Estado no quiere hacer nada por nosotros. De repente no hay voluntad política de hacer obras para la comunidad shipiba", apunta Inuma.
Por eso "Cantagallo resiste" es ya un lema grabado a fuego para sus habitantes, todo un pueblo que no se agota de reclamar sus derechos más fundamentales y de salir de la invisibilidad en la que están para algunas autoridades. "Cantagallo es la resiliencia y acá seguimos resistiendo", sentencia Olinda Silvano. EFE
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