Cuando sonaron las alarmas ante la amenaza de la COVID-19, la Marina de Guerra del Perú elevó anclas y dispuso el cierre inmediato de sus dependencias marítimas, pero desplegó sus fuerzas en los lugares donde más se necesitaba.
Como en la zona del oriente peruano, donde se convirtieron en ángeles salvadores para cientos de personas en ciudades y comunidades nativas al interior de la selva.
Alejandro Dávila Tejeda, Capitán de Corbeta de 34 años, participa en acercar los servicios del Estado a las comunidades más alejadas de la Amazonia en la cuenca del río Napo. Ya tiene cuatro años realizando esta labor. Está encargado de comandar el grupo de vigilancia y patrullaje de la ciudad de Iquitos y en las comunidades nativas del lugar.
“Al comienzo fue duro. La gente no le dio importancia a la COVID-19. Como aquí el transporte es en moto, siguieron circulando. Se intervinieron, además llenamos dos estadios asignados como depósitos” comenta.
Por mantener contacto cercano con la población durante los patrullajes, no pudo evitar contraer el virus y contagiar a su esposa y a su hijo de un año y cuatro meses, pero ya recuperado y con su familia a salvo mantiene incólume su vocación de servicio.
“Samay”, respiradores 100% peruanos
Ante la emergencia de la salud pública y la escasez de equipos médicos en los centros hospitalarios, se necesitaba actuar con prontitud.
La Marina de Guerra del Perú, haciendo eco del lema de sus Fuerzas de Operaciones Especiales (FOES): “el hombre es el arma”, se propuso construir respiradores de emergencia haciendo uso de los recursos que tenía.
Apelaron al ingenio y preparación de sus profesionales; que en dos semanas lograron la creación de un respirador mecánico de emergencia. Cinco semanas después, en tiempo récord, se construyeron los primeros diez y se puso en marcha la fabricación de cien ventiladores más.
El ventilador, conocido como “Samay”, que en quechua significa “respira”, ya se está distribuyendo por las unidades de cuidados intensivos (UCI) del país.
Rudi Piero Quiñonez Benedetti, Capitán de Navío y jefe de la Unidad de Servicio de Armas Electrónica de la Dirección de Investigación y Desarrollo de la Marina, revela que se tuvo que responder con rapidez, porque en una guerra la solución es inmediata.
“Le pusimos mucho empeño para fabricar los respiradores, que no siendo de alta gama sabemos que servirán para salvar vidas. Toda crisis es una oportunidad. Y ya estamos en camino de fabricar otros respiradores y de mejor nivel”, señala.
Satisfechos con el aporte efectuado por su equipo, conformado por 180 marinos, refiere que un respirador de alta gama en el mundo cuesta entre 30 mil y 50 mil dólares. El costo de este respirador peruano es de 5 mil dólares.
“No se pretende competir con los respiradores médicos. Nuestro deber con la sociedad es salvar vidas y estos respiradores cumplen el objetivo”, comenta.
Jorge Dorrego Arias es Capitán de navío, tiene 51 años y es subdirector del área de ciencia y tecnología de la Marina. Él lideró el proyecto de los respiradores mecánicos tres días después de entrar en vigencia el estado de emergencia.
“Es el resultado de la capacitación y el profesionalismo del marino peruano que sabe dar todo por su país”, afirma. Para fabricar el respirador se tuvo que utilizar componentes industriales, que cumplen las prestaciones mínimas que se requieren.
“Se ha logrado un gran adelanto tecnológico y es un aporte de la institución a la lucha contra la pandemia. Los marinos siempre estamos listos para acudir a cualquier llamado de la sociedad”, afirma.
El combate desde la primera línea
La presencia de la mujer en las operaciones de patrullaje y control puso en manifiesto su invalorable labor en la fuerza naval. Karla Segura, Oficial de Mar (34 años), inició sus estudios en la especialidad de misiles. Pero dejó su preparación para formar parte del contingente de setenta mujeres convocadas para patrullar las calles del Callao.
“Esto es para que se den cuenta que cuando nos llama el deber, los marinos estamos listos para acudir en ayuda de la gente. Las mujeres somos parte del desarrollo social del país” dice.
“En este buque nadie se rinde”, dice el lema de la institución y los marinos peruanos llevan esa frase fraguada en sus mentes y corazones y, sin duda, la llevan a la práctica.
En esta guerra contra la pandemia, al interior del Centro Médico Naval los médicos libran otro combate contra el tiempo: salvar la vida de sus pacientes.
Miguel Fernando Gonzales Aste, Capitán de Corbeta y médico neumólogo, decidió vivir al interior del hospital para lograr que los pacientes del COVID-19 no lleguen a la UCI.
Esta vez, el gran aporte de los médicos es haber creado, junto al área de investigación médica, la primera sala de alto flujo, que evita que los pacientes ingresen a la sala de UCI.
“Nos apoyamos en la oxigenoterapia para hacer que el paciente no se agrave” señala el Capitán Gonzales. La máquina utiliza oxígeno y aire regulado por calor, haciendo que los pulmones reciban una mejor ventilación. Al mejorar la respiración del paciente, se consigue su recuperación. El tratamiento está dando excelentes resultados.
“Primero fue una máquina y ahora son más de quince. Hemos evitado que los pacientes pasen a cuidados intensivos. Por favor, díganle a la gente que no bajemos la guardia”, comenta.
Cómo él, son miles de efectivos de la Marina de Guerra que sacrifican estar con sus seres queridos para ser unos peruanos camiseta. La labor encomiable que realizan continuará salvando vidas en todo el Perú.
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