Estudios subrayan que bebés expuestos al timerol, a través de vacunas aplicadas a ellos como a sus madres durante el embarazo, no tienen riesgo de desarrollar autismo.
Un estudio del Gobierno de Estados Unidos aportó hoy nuevas pruebas de que el timerosal, un conservante basado en el mercurio y empleado hasta ahora en muchas vacunas, no aumenta el riesgo de desarrollo de autismo en los niños.
El estudio, publicado en la versión digital del periódico oficial de la Academia Estadounidense de Pediatría y elaborado por científicos del Centro de Control de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) de EE.UU., trata de zanjar el debate, abierto hace más de una década, sobre la posible relación entre las vacunas y el autismo.
Sus conclusiones subrayan que los bebés expuestos a altos niveles de timerol, a través de vacunas aplicadas tanto a ellos como a sus madres durante el embarazo, no tenían un mayor riesgo de desarrollar autismo, ni tampoco dos de sus variantes más comunes.
Para el estudio, los investigadores de la Oficina de Seguridad de la Inmunización del CDC emplearon los datos de un millar de niños nacidos entre 1994 y 1999 en Estados Unidos, y de los que 256 eran autistas.
Los datos de estos niños fueron comparados con otros 752 que no tenían ese problema, pero con los que sí compartían edad y género.
La comparación mostró que, independientemente de la fase de desarrollo en la que el niño hubiera recibido exposición al timerosal, no había ninguna conexión con un aumento del riesgo de ningún tipo de autismo.
De hecho, los científicos comprobaron incluso que los niños a los que se les aplicó el conservante entre su nacimiento y los 20 meses de edad tenían menos probabilidades de desarrollar la enfermedad, aunque no lograron explicar esta tendencia.
"Este estudio debería reforzar la confianza de los padres en el calendario de inmunización recomendado por el Gobierno", dijo en un comunicado el autor del estudio y director de la Oficina de Seguridad de la Inmunización, Frank Destefano.
El autismo, un problema de desarrollo que aparece durante los primeros tres años de edad y merma la capacidad de comunicación e interacción, afecta a alrededor de uno de cada 110 niños de Estados Unidos, según el CDC.
Hasta ahora, los médicos no han logrado determinar sus causas, pero sí han establecido que tiene un fuerte componente hereditario.
El estudio que vinculó en primer lugar el autismo y las vacunas contra la varicela o la rubeola, firmado por el médico inglés Andrew Wakefield, ha sido desacreditado en muchas ocasiones y el periódico que lo publicó en su momento se retractó este año de haberlo hecho.
Sin embargo, otros estudios han apuntado en los últimos años a que el problema podía estar en el conservante y no en la vacuna en sí misma.
El pasado marzo, un tribunal especial de Estados Unidos descartó que existiese una relación directa entre el autismo y el aditivo, a raíz de una demanda presentada por un grupo de padres.
EFE
El estudio, publicado en la versión digital del periódico oficial de la Academia Estadounidense de Pediatría y elaborado por científicos del Centro de Control de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) de EE.UU., trata de zanjar el debate, abierto hace más de una década, sobre la posible relación entre las vacunas y el autismo.
Sus conclusiones subrayan que los bebés expuestos a altos niveles de timerol, a través de vacunas aplicadas tanto a ellos como a sus madres durante el embarazo, no tenían un mayor riesgo de desarrollar autismo, ni tampoco dos de sus variantes más comunes.
Para el estudio, los investigadores de la Oficina de Seguridad de la Inmunización del CDC emplearon los datos de un millar de niños nacidos entre 1994 y 1999 en Estados Unidos, y de los que 256 eran autistas.
Los datos de estos niños fueron comparados con otros 752 que no tenían ese problema, pero con los que sí compartían edad y género.
La comparación mostró que, independientemente de la fase de desarrollo en la que el niño hubiera recibido exposición al timerosal, no había ninguna conexión con un aumento del riesgo de ningún tipo de autismo.
De hecho, los científicos comprobaron incluso que los niños a los que se les aplicó el conservante entre su nacimiento y los 20 meses de edad tenían menos probabilidades de desarrollar la enfermedad, aunque no lograron explicar esta tendencia.
"Este estudio debería reforzar la confianza de los padres en el calendario de inmunización recomendado por el Gobierno", dijo en un comunicado el autor del estudio y director de la Oficina de Seguridad de la Inmunización, Frank Destefano.
El autismo, un problema de desarrollo que aparece durante los primeros tres años de edad y merma la capacidad de comunicación e interacción, afecta a alrededor de uno de cada 110 niños de Estados Unidos, según el CDC.
Hasta ahora, los médicos no han logrado determinar sus causas, pero sí han establecido que tiene un fuerte componente hereditario.
El estudio que vinculó en primer lugar el autismo y las vacunas contra la varicela o la rubeola, firmado por el médico inglés Andrew Wakefield, ha sido desacreditado en muchas ocasiones y el periódico que lo publicó en su momento se retractó este año de haberlo hecho.
Sin embargo, otros estudios han apuntado en los últimos años a que el problema podía estar en el conservante y no en la vacuna en sí misma.
El pasado marzo, un tribunal especial de Estados Unidos descartó que existiese una relación directa entre el autismo y el aditivo, a raíz de una demanda presentada por un grupo de padres.
EFE
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