El 13 de febrero de 2023, una enorme bola de fuego iluminaba el cielo sobre el Canal de la Mancha, entre Inglaterra y Francia. Y aunque estemos acostumbrados a oír o leer noticias catastrofistas e infundadas sobre asteroides en ruta de colisión directa sobre nuestro planeta, este no ha sido el caso. Todo lo contrario.
A las 2:59 UTC (3:59 hora española) del 13 de febrero de 2023, una enorme bola de fuego iluminaba el cielo sobre el Canal de la Mancha, entre Inglaterra y Francia. Y aunque estemos acostumbrados a oír o leer noticias catastrofistas e infundadas sobre asteroides en ruta de colisión directa sobre nuestro planeta, este no ha sido el caso. Todo lo contrario.
El peligro intrínseco de estos cuerpos de naturaleza rocosa o metalorrocosa depende básicamente de su tamaño, y la mayoría de los que llegan a la Tierra en una escala de vida humana son pequeños. La detección de 2023 CX1 se puede interpretar más bien como un éxito de los programas de seguimiento de asteroides, uno de los mayores ejemplos de colaboración científica internacional, en la que participan astrónomos profesionales y aficionados.
Detectado seis horas antes de “morir”
2023 CX1 fue descubierto por el astrónomo Krisztián Sárneczky desde la estación astronómica Piszkesteto, situada en las montañas Mátra, a unos 80 kilómetros al noreste de Budapest (Hungría). Ya es el segundo asteroide que esta infraestructura científica, perteneciente al célebre Observatorio Konkoly, detecta poco antes de impactar contra la Tierra.
Esta localización de la roca espacial tuvo lugar el 12 de febrero por noche, a las 20:40 UTC, y se confirmó alrededor de una hora más tarde por el Observatorio Visnjan, en Croacia. El 2023 CX1 se ha convertido en el séptimo asteroide descubierto antes de colisionar contra nuestro planeta.
Así que, cuando hallamos ese objeto de poco más de un metro de diámetro, le quedaban apenas seis horas de vida. Aunque ese tiempo nos pueda parecer breve, resulta enormemente valioso. Al penetrar a la atmósfera a hipervelocidad (concretamente a 17,4 km/s), la ablación de la roca en la atmósfera produjo una columna de gas ionizada. Esta fase luminosa, que supera la luminosidad intermedia entre la Luna llena y el Sol, se denomina superbólido. Su luminosidad fue tal que incluso pudimos captarlo desde el Observatori Astronòmic del Montsec a casi 900 km de distancia.
Una “pequeña” roca de 12 toneladas
Cabe recordar que la roca que se desintegró el 13 de febrero sobre Francia era un asteroide próximo a la Tierra desconocido hasta el día anterior. Teniendo en cuenta la densidad media de los meteoritos más comunes que alcanzan nuestro planeta, llamados condritas ordinarias, su masa antes de chocar contra la atmósfera estaría en torno a las 12 toneladas. Su órbita tipo Apolo lo llevó a su colisión directa con la Tierra, tal y como podemos apreciar en la siguiente figura.
Los descubrimientos de pequeños asteroides como éste llegan en momentos especialmente importantes para nuestra comunidad científica. Justo tras la misión DART de la NASA que dio comienzo a la defensa planetaria activa, comprobamos que encontrarlos antes de que impacten nuestro planeta es ya algo común.
Impactos espectaculares, pero sin riesgo
Por ello resulta fundamental que los científicos adoptemos el compromiso de acercar nuestra ciencia a la ciudadanía. No deberíamos ver tales detecciones con temor, ya que los asteroides de esos tamaños producen, como mucho, espectaculares caídas de meteoritos. Los objetos con diámetro inferior a pocas decenas de metros no suelen ser fuente de riesgo: la fricción con nuestra atmósfera los fragmenta y hace que pierdan por término medio más de un 97 % de su masa.
Pero es que además nos proporcionan valiosas enseñanzas: recuperar y estudiar los meteoritos procedentes de los impactos nos suministra, de manera gratuita, muestras valiosas de los materiales y sus propiedades físicas. Comprenderlos mejor nos permitirá desarrollar nuevos métodos para protegernos de la visita de asteroides mucho mayores.
En el límite de lo que sería una colisión de mayor riesgo tendríamos el asteroide que produjo el evento meteórico de Cheliábinsk, en Siberia, hace diez años. Aquel suceso produjo unos 1 500 heridos por la onda de choque –capaz de derribar paredes y destruir ventanas– y la radiación, que causó quemaduras graves a los observadores más cercanos a la bola de fuego. De hecho, marcó un punto de inflexión para que creásemos el Día Internacional del Asteroide, reconocido por las Naciones Unidas.
Así pues, son buenas noticias que podamos detectar a tiempo estos pequeños asteroides y contemos con unas cuantas horas para alertar a la población en caso de un impacto inminente. Si seguimos por ese camino y desarrollamos el programa de defensa planetaria empleando también instrumentación desde el espacio, las iniciativas de detección de asteroides todavía mayores cumplirán su función. Así podremos paliar encuentros futuros con impactadores cinéticos tipo DART para que no supongan ningún riesgo.
Desafortunadamente, la comunidad científica no tiene la solución para proteger a la especie humana de su acción destructiva contra sí misma y el planeta que la acoge. Solo la cooperación, la confianza y la solidaridad entre los pueblos, tal y como solemos practicar la mayoría de científicos, puede salvarnos.
Josep M. Trigo Rodríguez, Investigador Principal del Grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias, Instituto de Ciencias del Espacio (ICE - CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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