¿Quién no ha dicho, por ejemplo, una insolencia por algo trivial debido a que era la hora de almuerzo y aún no había comido por culpa de una reunión de trabajo que se había extendido más de la cuenta? Descubramos por qué nos juega el cuerpo estas malas pasadas.
Si ha visto la película de animación Del revés 2 (Inside Out 2), quizá se haya identificado con los problemas de ansiedad y las consecuencias físicas que sufre la protagonista. Pero existen muchas otras situaciones en las que nuestras emociones negativas se expresan de manera exagerada, haciendo que, como se dice coloquialmente, “metamos la pata”.
¿Quién no ha dicho, por ejemplo, una insolencia por algo trivial debido a que era la hora de almuerzo y aún no había comido por culpa de una reunión de trabajo que se había extendido más de la cuenta? Descubramos por qué nos juega el cuerpo estas malas pasadas.
El cuerpo pide glucosa
Cuando tenemos hambre, las emociones que cobran protagonismo son la fatiga, confusión o el enojo. El causante de todo esto es el azúcar –concretamente, la glucosa– que circula en nuestra sangre. En el momento en que sus niveles bajan, se desencadena en nuestro cuerpo una serie de respuestas para recuperarlos.
Pero ¿qué papel exactamente ejerce la glucosa? ¿Por qué es tan importante? Este tipo de azúcar es la principal fuente de energía para las células, que componen todos nuestros órganos. Por ejemplo, el cerebro depende casi exclusivamente de su aporte. Sin ella, los 100 000 millones de células nerviosas que lo componen no serían capaces de realizar su trabajo de manera óptima.
Si el cerebro no recibe suficiente glucosa, lo percibimos sintiéndonos débiles, irritables, mareados y con dificultad para concentrarnos. En casos extremos, cuando el abastecimiento de azúcar escasea por tiempos muy prolongados, podemos entrar en estado de coma.
Cortisol, el titiritero de las emociones
Esos son algunos de los síntomas que sirven como señal de que necesitamos comer para restablecer los niveles de azúcar en la sangre, que sirve como una autovía para que los distintos nutrientes lleguen a su destino: las células esparcidas por todo nuestro cuerpo. Ante esta situación, se produce una cascada de reacciones fisológicas.
A nivel molecular se liberan distintas hormonas. Una de ellas es la grelina, producida y liberada a la circulación desde las células del estómago. Este compuesto natural estimula el apetito, garantizando que el organismo reciba energía a través de la ingesta de comida.
Pero al desconocer las circunstancias de por qué no estamos comiendo, la grelina estimula de manera indirecta, en paralelo, la producción de la hormona asociada con el estrés: el cortisol, generado por las glándulas suprarrenales.
Para aumentar los niveles de azúcar, el cortisol promueve un proceso conocido como gluconeogénesis. Este se basa en la producción de glucosa a partir de la descomposición de ácidos grasos y proteínas almacenados en el hígado. Así se logra un rápido aporte de energía a nuestro cuerpo.
La presencia de cortisol en la sangre durante estados de hambre afecta el funcionamiento del cerebro, actuando como una especie de titiritero. Altera los niveles de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, relacionados con emociones positivas y la percepción del estrés. La consecuencia de estos efectos combinados hace que nos sintamos irritados o enojados más de lo normal cuando tenemos hambre.
Los humanos no somos los únicos a los que les pasa esto. En un estudio de comportamiento en peces cebra, los investigadores descubrieron que estos animales también se ponen agresivos cuando les acucian las ganas de comer.
Un comportamiento moldeado por la evolución
Como hemos visto, nuestro estado de ánimo es el resultado de muchas interacciones bioquímicas, y hay una hormona protagonista de esta danza de la que todavía no hemos hablado. Seguramente en algún momento de su vida la habrá escuchado mencionar, especialmente referida a los deportes extremos. Lo ha adivinado, es la adrenalina.
Al igual que el cortisol, es producida por las glándulas suprarrenales y está asociada a situaciones de estrés. Se conoce por su papel en la respuesta “lucha o huida” del cuerpo, una reacción fisiológica ante una amenaza. Durante los estados de hambre, tanto la adrenalina como el cortisol afectan conjuntamente a nuestro ánimo, haciendo que estemos más enojados o irritados.
Se cree que existe una explicación evolutiva: para poder sobrevivir la escasez de alimentos –y, por ende, competir con los rivales por esos recursos– ser agresivo resultaría ventajoso cuando los humanos eran cazadores-recolectores.
Hoy en día, aunque ya no competimos por la comida de la misma manera, conocer cómo reacciona el cuerpo al hambre puede ayudarnos a manejar nuestras emociones. Si identifica que empieza a sentirte enojado o irritado, recuerde que pueden ser los efectos de estar en ayunas.
Llevar consigo un refrigerio saludable no solo le mantendrá con energía, sino que también le ayudará a mantener un estado de ánimo más equilibrado. ¿Qué tal si desde hoy nos aseguramos de preparar algo ligero para comer antes del que el hambre nos nuble la razón?
Liliya Kazantseva, Investigadora científica, Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (IBIMA)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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