¿Qué es realmente una huella de dinosaurio? Pues un hueco en el sedimento, una deformación del terreno sobre el que pisó el animal, una anomalía en un estrato que muchos equipos de paleontología buscan sin descanso. Ningún resto biológico de la criatura que la produjo se ha conservado en tal hueco y, sin embargo, aporta una información valiosísima que complementa a la que proporcionan los huesos.
Este artículo forma parte de la sección The Conversation Júnior, en la que especialistas de las principales universidades y centros de investigación contestan a las dudas de jóvenes curiosos de entre 12 y 16 años. Podéis enviar vuestras preguntas a tcesjunior@theconversation.com
Pregunta de Naira, de 16 años. IES Virgen del Mar. Adra (Almería)
La fascinación por los huesos de dinosaurios empezó a principios del siglo XIX y aún sigue muy viva. Hechizan incluso a quienes los desentierran, de tal manera que no pueden reprimir tumbarse a su lado para fotografiarse con cierto riesgo: las imágenes pueden ser tanto épicas como ridículas.
Fósiles fantasmagóricos
Un fósil es cualquier resto de un ser vivo o de su actividad que ha sido afectado por un proceso de fosilización que habitualmente lo ha conservado durante un cierto tiempo en el interior de una roca. Las huellas pertenecen a lo que se conoce corrientemente como restos indirectos y técnicamente como icnofósiles. Son tan abundantes y variados que han dado lugar a una rama propia de la paleontología. Incluso hay organismos que se conocen solo por esos vestigios y ni siquiera se ha podido saber quién pudo haberlos producido.
¿Qué es realmente una huella de dinosaurio? Pues un hueco en el sedimento, una deformación del terreno sobre el que pisó el animal, una anomalía en un estrato que muchos equipos de paleontología buscan sin descanso. Ningún resto biológico de la criatura que la produjo se ha conservado en tal hueco y, sin embargo, aporta una información valiosísima que complementa a la que proporcionan los huesos.
La más singular es que demuestran la presencia de dinosaurios en áreas geográficas y edades geológicas en las que no se ha encontrado ni uno solo de sus huesos. Otra de las ventajas es que, mientras los huesos permiten saber quiénes eran los dinosaurios, sus huellas nos indican qué estaban haciendo (comportamiento) y dónde lo hacían.
Escrito en el aire
Aquellos huecos, rellenos posteriormente por sedimentos que han permitido su conservación, nos dan pistas del tipo de dinosaurios que los produjeron, de modo que nos pueden revelar datos de dónde y cuándo vivieron. Pero conviene señalar que esas huellas son el resultado de la interacción de la extremidad de un dinosaurio con un sustrato.
Actualmente se descubre en torno a una nueva especie de dinosaurio cada semana, lo que puede dar idea de la variedad de sus tamaños, formas y pesos. Y el sustrato puede variar, a su vez, en los tamaños de sus componentes y en su plasticidad, entre otras características físicas. Además, el animal podía moverse tranquilamente o bien a su máxima velocidad. La gran cantidad de posibilidades que se obtienen al cruzar estos factores complica la identificación precisa del dinosaurio que produjo las huellas.
Podemos experimentar tal diversidad de posibles resultados con una propuesta de ejercicio tafonómico (es decir, del modo en el que se forman y transforman los yacimientos de fósiles). Para ello, caminaremos varias personas en una playa de modo paralelo al agua –algunas muy cerca de ella, otras a unos pocos metros y otras muy alejadas en la arena seca que nos quema los pies–. Después, tratemos de averiguar a quién corresponde cada pisada, en caso de que se hayan conservado. Así que este no es, ciertamente, el punto fuerte de las huellas frente a los huesos.
Cuando un hueco es mejor que un hueso
Sin embargo, las huellas son imbatibles a la hora de certificar que en un lugar determinado estuvo un dinosaurio. No sucede lo mismo con un hueso o un esqueleto, que pudo haber sido desplazado del área por donde deambulaba su propietario por corrientes de agua o lodo o por carroñeros que transportaron parte de los restos del animal a otro lugar para consumirlos.
Una información valiosísima que nos aportan consiste en determinar rasgos del animal relacionados con sus desplazamientos cuando estaba vivo. ¿Corría tanto el tiranosaurio como en las películas o no? Se puede calcular la velocidad a la que se desplazaban cuando se han conservado rastros, es decir, varias huellas consecutivas (y conocemos rastros de dinosaurios de más de 600 metros de longitud).
Otra pregunta a la que pueden contestar es: ¿vivían solos o en manadas? Un yacimiento con muchas huellas (los hay que tienen miles y miles) permite determinar comportamientos gregarios e incluso desvelar que existieron cuidados parentales cuando huellas de dinosaurios muy jóvenes fosilizaron rodeadas de otras de individuos adultos.
No está mal, para ser solo agujeros o moldes rellenos, pero todavía nos pueden decir mucho más: cómo era la piel, si tenían hábitos bípedos o cuadrúpedos, qué patologías padecieron en las extremidades, si eran capaces de nadar, cuáles eran sus rituales de cortejo, cómo interactuaban el depredador y la presa, etcétera.
Y si la juventud que nos lee también se dedica a estudiarlas, todavía podremos obtener más información, aunque tampoco por este camino conseguiremos descifrar el color de los dinosaurios…
El museo interactivo Parque de las Ciencias de Andalucía colabora en la sección The Conversation Júnior.
Luis Alcalá, Director Gerente del Consorcio Parque de las Ciencias, Parque de las Ciencias
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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