Rieli Franciscato, unos de los más experimentados hombres de campo de la Fundación Nacional del Indio del Brasil (FUNAI), murió hace unos días con una flecha en el corazón. Ésta fue lanzada por un “indígena aislado”, al borde de la tierra indígena Uru-Eu-Wau-Wau en Rondonia, justamente por uno de aquellos por quien él dio su vida para proteger. Los indígenas en aislamiento son poblaciones amazónicas que por generaciones se han mantenido fuera de contacto con el mundo que conocemos, huyendo -se cree- de la esclavitud y masacres cometidas durante la época del caucho (a principios del siglo XX), es decir, escapando del hombre blanco.
Personalmente, esta noticia también me dio en el corazón. Viajé al campo con Rieli hace varios años en compañía del quien fuera presidente de la FUNAI, el mítico “sertanista” Sydney Possuelo. Juntos pasamos varios días en uno de los puestos de control en el río Ituí, al borde de la Tierra Indígena Vale do Javarí. Los acompañé en una misión de emergencia para establecer una relación con el pueblo Korubo, el inicio de un “contacto controlado”, para prevenir más asesinatos perpetrados por los madereros ilegales u otros que buscaban asentarse en esas tierras. Esa es la única circunstancia en la que la FUNAI permite un contacto.
Cuando hicimos ese contacto, bajo todos los protocolos sanitarios y de seguridad, fue triste y curioso que en esa población no había personas de edad. Al tomarles radiografías, los hombres tenían perdigones de plomo incrustados en su cuerpo. Se presumía entonces que los ‘mayores” fueron presa de los invasores. Aparte de médicos, en esa misión fuimos también acompañados por indígenas de una etnia pariente a los Korubos, los Matís (llamados “hombres jaguar”), quienes en el habla tienen un nivel de entendimiento mutuo.
Los Matís, ya experimentados con el hombre blanco, nos servían además como maestros de protocolo. Importantísimo detalle, ya que hacía menos de un año, en los primeros intentos de contacto, otro funcionario -Raimundo “Sebral” Batista Magalhães, murió de un inesperado y repentino mazazo en la cabeza, presumiblemente por un gesto inoportuno suyo, en manos de quienes -como en el caso de Rieli, él quería proteger. Se imaginará el lector el nivel de riesgo. Al preguntarle a Rieli del porqué llevábamos escopetas en esta misión, la respuesta fue clara, “antes morir, que dispararles a ellos”. Solo eran para disparos disuasivos al aire. Esa respuesta me quedó clara. Imagino que Rieli y sus compañeros cumplieron a cabalidad con ese mandato en su último momento.
Ya han pasado muchos años y hasta donde sé, el grupo de los Korubos aumentó en número, pero siempre bajo conflictos y muertes. Hace poco el conocido fotógrafo Sebastião Salgado publicó un hermoso ensayo sobre ellos. Y Rieli siguió trabajando en otros “frentes de protección etno-ambiental” como les llaman en Brasil. Según cuentan quienes estuvieron con él en sus últimos días, esa mística nunca decayó, sino mas bien aumentó la preocupación por el abandono en que se encuentra su institución y los indígenas aislados.
¿Porque los indígenas en aislamiento flecharon a Rieli? Nadie lo sabe, pero basta ver las imágenes satelitales del entorno del territorio indígena Uru-Eu-Wau-Wau, no solo rodeadas de áreas deforestadas, sino también de focos de calor -incendios premeditados en todas las direcciones. Es comprensible imaginar que los Uru-Eu-Wau-Wau puedan ver que los avances a su territorio son una amenaza para su supervivencia y que nuestra sociedad es la agresora, sin importar si es Rieli u otro.
Nuestra responsabilidad
Esta historia de los Uru-Eu-Wau-Wau y de los Korubos no es diferente a la que tenemos en el Perú, con más de una docena de poblaciones de indígenas amazónicos en aislamiento y en contacto inicial.
Cada vez nos acercamos más a ellos, incursionamos es sus territorios habituales y los presionamos a reaccionar. Sabemos sobre el incremento en la frecuencia de los contactos y conflictos de ellos con pobladores que antes eran muy raros, pero no tenemos idea de que tanto los tenemos acorralados en sus territorios habituales, sean esto por narcotraficantes, madereros y cazadores ilegales, o… misioneros actuando fuera de la ley. Debido a su débil capacidad inmunológica a enfermedades comunes para nosotros, cualquier contacto con ellos es de extremo peligro. Peor aún con la COVID-19, que puede hasta provocar su extinción.
Tenemos 5 áreas designadas para su protección, y otras 5 a la espera de ser establecidas. Es nuestro deber finalizar la creación de esas reservas indígenas pendientes para proteger a esas poblaciones de indígenas en condición de aislamiento, de reforzar el control en ellas y de apoyar al Ministerio de Cultura y a los indígenas aliados en esa misión. Si bien ellos están alejados de la sociedad, siguen siendo nuestros hermanos peruanos.
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