Mi columna anterior ha desatado una suerte de debate sobre si el hombre es capaz de saber lo que ocurrirá en el cercano o lejano futuro. Sobre lo que hay consenso es que el futuro es cada vez más incierto y, por lo tanto, muy difícil de prever.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, se abrió un serio debate en Roma, auspiciado por la Pontificia Universidad Gregoriana, sobre cómo se formaba el futuro. Se constituyeron dos bandos: por un lado, los deterministas, principalmente norteamericanos, quienes consideran que el futuro existe predeterminado y por lo tanto hay una sola línea del tiempo que, analizándola adecuadamente, permitía predecir el futuro o, por lo menos, pronosticarlo con algún modelo probabilístico. Por el otro lado, se encontraban los voluntaristas, principalmente europeos, que planteaban que el futuro predeterminado no existía, sino que se construye por acción humana en cada fracción de tiempo a partir del presente.
De esta discusión filosófica, nacieron las escuelas del forecasting (norteamericana), foresight (inglesa), prospectiva (francesa) y de la previsión humana y social (italiana). De todas ellas, la prospectiva se decantó en una disciplina de las ciencias sociales, al emplear el método científico para estudiar el futuro, para comprenderlo y poder influir sobre él. Indudablemente, la prospectiva no es predictiva, porque no se puede predecir lo que no existe (el futuro predeterminado).
Y justamente en esta columna, vamos a hacer uso de la prospectiva para analizar los diferentes escenarios futuros tecnológicos a donde la Cuarta Revolución Industrial nos puede llevar como país. La prospectiva nos enseña que el futuro es, en realidad, una construcción social, y por lo tanto, depende de nosotros, los ciudadanos de nuestro Perú, la construcción del mejor futuro para ésta y las próximas generaciones.
Sin embargo, los estudios prospectivos están muy lejos de ser “bolas de cristal” donde veremos reflejado el futuro. Son esfuerzos metodológicamente serios y conducidos con rigurosidad, aplicando herramientas y protocolos internacionalmente aceptados, que toman en cuenta no solo las capacidades de la ciencia prospectiva, sino también sus limitaciones.
Y una de ellas es el horizonte temporal de análisis. Hoy vemos con cierta frecuencia que aparecen publicados escenarios o visiones al 2050, por citar un ejemplo de largo plazo. La teoría prospectiva nos dice que el análisis del futuro puede hacerse en el período de tiempo comprendido hasta la próxima ruptura. Ya hemos señalado en mi columna anterior que la era histórica que estamos viviendo (la Era de la Tecnología Consciente) culminará con el fenómeno de la Singularidad Tecnológica[1] en algún momento cercano al 2030, por lo tanto, hablar del año 2050 y tratar de plantear escenarios a esa fecha resulta siendo bastante audaz, por decir lo menos, pues no sabemos aún cuál será el comportamiento de la humanidad frente a la inteligencia artificial.
¿Seremos capaces de dominar las nuevas tecnologías que emerjan basadas en el conocimiento del que dispondrán las máquinas? ¿O por el contrario, las máquinas serán cada día más autónomas y prescindirán de nosotros? ¿O llegaremos a establecer una convivencia simbiótica entre los humanos y la inteligencia artificial? Esto no es ciencia-ficción, son simplemente conjeturas que podemos elaborar a la luz de la escasa información que todavía poseemos y que están muy lejos de ser verdaderos escenarios que nos ayuden a tomar decisiones.
El futuro está aún por hacerse, contribuyamos todos a construirlo. Ese es el gran desafío de nuestro tiempo.
[1] La Singularidad Tecnológica será el momento histórico en el cual la inteligencia artificial equiparará las capacidades de la mente humana y podremos comunicarnos directamente con las máquinas sin interfaces.
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