Generalmente asistimos a conferencias y entrevistas a políticos y empresarios donde expresan con entusiasmo su apoyo a la promoción de la innovación en universidades y empresas, pero cuando el tema cambia hacia el fomento de la ciencia y tecnología, el entusiasmo baja y, acaso, desaparece. ¿Por qué ocurre esto? ¿La ciencia, tecnología e innovación no son componentes de un mismo proceso de generación de conocimiento?
En mi última columna, hablamos de la persistencia en el tiempo de los paradigmas de las eras anteriores (era industrial y era de la sociedad de la información). Justamente, uno de esos paradigmas que perduran es que “la innovación es independiente de la ciencia y tecnología”, o lo que es lo mismo, “que puede generarse innovación sin ciencia y tecnología previas”.
Cabe señalar que ese paradigma vigente en eras anteriores fue totalmente cierto. Recordemos el famoso enfrentamiento de dos de los más geniales inventores de la historia: Thomas Edison y Nikola Tesla. Edison fue un autodidacta, su forma de trabajo estaba basado en el ensayo y error; no podemos olvidar aquella famosa frase que se le atribuye “no fracasé, solo descubrí 999 formas de cómo no hacer una bombilla eléctrica”. Por otro lado, Tesla tenía formación de ingeniero eléctrico, razón por la que podía emplear conceptos de vanguardia para la ciencia y tecnología de la época, como la corriente alterna y el motor de inducción.
Pero hoy en día, tal como lo venimos expresando en esta columna, una empresa, cualquiera que sea su tamaño, si requiere desarrollar innovaciones que sean sostenibles en el tiempo, requiere por lo menos del dominio de una tecnología transformadora, que nace de la investigación científica. Algunos señalan que ciencia, tecnología e innovación no debe ser un proceso lineal. Y tienen razón, aquí no nos referimos a procesos lineales, sino a relaciones complejas entre estas tres categorías del conocimiento.
Cuando nos referimos a tecnologías transformadoras, hablamos de aquellas que nacen de la convergencia NBIC (nano-bio-info-cogno), que son las que nos permiten, o nos permitirán dentro de poco, disfrutar de nuevas formas de trabajar, hacer negocios, transportarnos, comprar y entretenernos.
Ejemplos, hoy, sobran. Los teléfonos celulares plegables (elaborados a base de grafeno, una forma alotrópica del carbono, descubierta por los científicos Geim y Noboselov de la Universidad de Manchester en Reino Unido, lo que les valió el Premio Nobel de Física), la manufactura 3D de material biológico (que permite hoy la impresión de tejidos humanos como la piel y cartílagos, y mañana órganos complejos como el hígado y el corazón, producto de investigaciones realizadas en centros de investigación y universidades de Estados Unidos, Israel, China, Holanda y otros países europeos), la creación de sangre humana en laboratorio (producto de la biología sintética, y que hará más que arcaica la búsqueda de donantes para los bancos de sangre).
Son miles las innovaciones que salen de los laboratorios de universidades y centros de investigación públicos y privados, incluso gracias a alianzas estratégicas con grandes corporaciones transnacionales, no importando los continentes donde están instalados.
Hoy en día el mercado exige el dominio de por lo menos una tecnología para desarrollar ventajas competitivas sostenibles. Esa es la principal razón por la cual de las casi 260 empresas tecnológicas unicornio (que alcanzan un valor de más de US$ 1,000 millones durante su etapa de levantamiento de capital) que existen en el mundo, solo menos del 5 % han surgido en América Latina y aún se encuentran bajo el control de latinoamericanos (la mayoría fue adquirida por otras empresas globales o por fondos de inversión).
Y en nuestro mercado local, de las 422 startups peruanas, solo una (Crehana) se encuentra en el Top 500, siendo la gran mayoría de las propuestas nacionales aplicativos de Marketplace que enfrentan una terrible competencia con decenas de miles de aplicaciones similares, porque no cuentan con una ventaja competitiva clara para los inversionistas.
Moraleja: Esa vieja e idílica imagen del inventor solitario que trabaja en su cochera convertida en taller y que tras largas pruebas y ensayos logra descubrir algo que se convierte en una innovación global y lo vuelve millonario, está quedando en el pasado. Sin una sólida base de ciencia y tecnología, no se pueden construir ventajas competitivas sostenibles.
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