Las narrativas peruanas alimentan nuestra identidad. Una identidad fragmentada y escindida entre lo justo e injusto, entre el progreso y el atraso, entre la ley y la corrupción, entre la inclusión y la discriminación. En fin, las dicotomías son arquitecturas de una compleja estructura mucho más difícil de visualizar, pero no de sentir. Y es que frente a este sentir difícil que significa ser peruano, siempre surge la voz de José María Arguedas, nuestro taita que nos supo conducir entre los caminos de trocha en los que se ha querido construir el Perú. José María Arguedas entiende la vida como parte de un conjunto mayor, no solamente como el discurrir espacio-temporal occidental sino como un compromiso con nuestros paisajes internos y externos. Por eso, nos enseñó tanto a leer los paisajes como sentimientos profundos que viajan como ríos en medio de nuestra identidad.
Al conmemorarse los cien años de su natalicio nos es propicio atender a sus inquietudes y descubrimientos, en esa búsqueda constante que a lo mejor significa la vida misma. Entre los sonidos que emanan los pueblos del país y los silencios que ocultan las injusticias, José María Arguedas supo luchar entre sus polifacéticas actividades tanto como educador, investigador, traductor, folklorista, promotor cultural y poeta, por un reconocimiento en medio de lo difícil que resulta encontrarse uno mismo en este país de ebulliciones y ausencias.
Nos es grato saber que Arguedas no solamente fue sino que sigue siendo hoy más que nunca en tiempos pandémicos y de bicentenario. Su mirada tierna del país impulsa al trabajo colectivo, a la búsqueda de respuestas a partir del contacto con nuestros cercanos y lejanos. No podremos salir adelante frente a esta crisis sanitaria, alimenticia y económica si es que no tenemos una mirada como la del taita Arguedas, es decir, una mirada integradora y que conecta con una feroz actualidad la heterogeneidad de nuestros pueblos que necesitan soluciones al eterno drama de la orfandad estatal. José María apela al colectivismo:
“Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo. Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el poder de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos envolviendo. Hemos de lavar las culpas por siglos sedimentadas en esta cabeza corrompida de los falsos wiraquchas, con lágrimas, amor, o fuego. ¡Con lo que sea! Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos, nos hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba como a excremento de caballos. Hemos de convertirla en pueblos de hombres que entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz, donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea limpio, como la nieve de los dioses montaña donde la pestilencia del mal no llegue jamás- Así es, así mismo ha de ser, padre mío, así mismo ha de ser, en tu nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua eterna que salta y alumbra todo el espíritu y el camino”. (José María Arguedas, Túpac Amaru Kamaq Taytanchisman Haylli Taki, A nuestro Padre creador Túpac Amaru Himno-Canción. Ediciones Salqantay. 1962. Lima).
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