El presidente Sagasti anunció, en una conferencia de prensa, las nuevas medidas que implementará el Gobierno y que la sociedad deberá cumplir en vista de una efectiva contención de la propagación del virus, ya que por ahora no existe solución a largo plazo más que la vacuna. Estas medidas contemplan niveles de riesgo que son ciertos al momento de realizar análisis médicos, pero que no contemplan otros tipos de riesgos como la ausencia de hospitales, carreteras, niveles de corrupción altísimos y ausencia del Estado. Este es el caso, por ejemplo, de Amazonas y otras regiones en donde la enfermedad interactúa con la mortalidad todo el tiempo. No obstante, estas medidas son un prospecto que serviría para aplicar políticas públicas de acuerdo a las necesidades particulares y específicas de cada región. Y, a decir verdad, esta etiqueta de niveles de riesgo será efectiva pero solo cuando no haya tránsito entre una región y otra, mientras tanto el virus seguirá circulando libremente.
Todo lo demás, por ahora es pacto y expectativa. Y un criterio para ponderar esas expectativas es cuántas de las vacunas que espera recibir Perú se ha pagado realmente. Aquí empieza el debate ya que apenas empiecen a llegar los lotes de vacunas (a fines de enero, como menciona el presidente) se festejará con bombos y platillos y las recepciones serán apoteósicas y el recibimiento más que frenético por quién brilla más en la fotografía. Y es que para los médicos y especialistas de salud pública la vacuna es apenas el principio del fin de la pandemia, una luz al final de un túnel oscuro y largo del que nos queda un gran trecho por recorrer, para los políticos la vacuna es un fin en sí mismo. Para los primeros la vacuna es una esperanza; para los segundos una oportunidad de cara a la elección. Esperemos que no sea un esquema de propaganda ya que las vacunas se pagarán, como debe de ser, con nuestros impuestos, pero ahí está desde ya el uso electoral que advertimos en la anterior columna: todos los gobiernos sin excepción hasta ahora han lucrado con la pobreza o con la tragedia en tiempos electorales, no hay alguno que se salve de esta lógica clientelista, pero ninguno lo había hecho con un tema tan delicado como la salud.
Por otra parte, la implementación es una medida que genera incertidumbre dadas las condiciones de efectividad (no eficacia) que puedan tener. Si bien es cierto que cada país posee una característica personal, y no deberíamos de copiar de buenas a primeras la aplicación de las vacunas de los países occidentales, sería oportuno considerar casos como el de Indonesia en donde en lugar de vacunar a las personas mayores en la primera fase de vacunación, las primeras dosis –después de los trabajadores de salud– serán para los trabajadores de entre 18 y 59 años. Medida que tiene sentido dada las condiciones informales en las que se maneja la economía del país asiático, tal y como ocurre en nuestra región. Además, es lógico pensando en el perfil de las personas que han venido propagando el virus y seguirán haciéndolo. Sin embargo, distintos profesionales apuntan que no se sabe si funcionará y será necesaria su evaluación. Podemos aprender de otros países, por supuesto, mantengamos la expectativa ya que las condiciones en el nuestro se complican porque realmente no se puede contemplar una realidad en donde toda la gente se quede en casa.
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