El impacto que la pandemia actual está ocasionando en el mundo ha trascendido de un problema sanitario hasta convertirse en un cambio en nuestra manera de vivir. Mientras los países buscan una manera de responder y cuidar a su población, la situación macroeconómica se ha visto destinada a un retroceso acompañada de pérdida de empleos que no habíamos presenciado desde la década de los 90. Y aunque la respuesta fiscal del gobierno ha sido inmediata para contener los efectos de la crisis, estamos recurriendo a nuestras reservas financieras sin la certeza de cuánto más necesitaremos de ellas. Esta preocupación ha llevado a que muchos se alarmen por las consecuencias que podríamos enfrentar. Y aunque no está en duda la seriedad de la situación que atravesamos, considerar que tenemos una catástrofe económica, producto de un shock estructural, como una depresión económica, es un escenario poco probable.

El indicador más representativo para medir la temperatura macroeconómica es la estabilidad de precios. Cuando estamos frente a un choque estructural, experimentamos una inestabilidad de precios que lleva a un incremento o decremento drástico de los precios generales, lo que conocemos como inflación o deflación severa, que altera el funcionamiento ordinario de la economía. El Perú ha gozado de estabilidad de precios las últimas dos décadas, junto con una baja inflación y un panorama de tasas de interés bajas que ha propiciado la inversión externa por ser uno de los países con mejor clima de negocios. Sin embargo, si bien es cierto la situación que nos antecede nos ha llevado a un crecimiento sostenido, esto no asegura que la estabilidad de precios continúe en el camino a la recuperación económica, y ello depende de algunos factores clave.
En una situación como la que enfrentamos, el mando político es clave para asegurar la estabilidad macroeconómica. El camino más seguro a una crisis económica es ante la inacción e inhabilidad para diagnosticar y regular la política monetaria y fiscal, o tomar decisiones erradas que puedan llevar ante una disrupción en el flujo crediticio o un desequilibrio entre la demanda y oferta agregada. Frente a ello, uno de nuestros actores más fuertes es el Banco Central de Reserva, el cual cuenta a su favor con independencia para tomar decisiones. Sin embargo, la presión política y el populismo en medidas podría alterar este ciclo. Por ello, garantizar la independencia y la autonomía que vaya de la mano con medidas cautelosas dirigidas a apoyar la sostenibilidad económica de la población, mas no a un fomento de la indisciplina en el gasto es importante para garantizar una recuperación estable.
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