
Jorge Mario Bergoglio, luego proclamado “Papa Francisco”, nació en la ciudad de Buenos Aires, en 1936. Mario Vargas Llosa también nació en 1936, en la ciudad peruana de Arequipa. Por una sorprendente coincidencia, ambos se llamaron “Mario” y nacieron en Sudamérica en el mismo año. Curiosamente, en 1936, tanto el Perú como Argentina, estaban gobernados por militares retirados: Oscar R. Benavides y Agustín Pedro Justo. Como era de esperarse de la experiencia política latinoamericana, estos gobiernos fueron autoritarios y más o menos proclives a la corrupción.
Llama la atención que en 1957 fuera un año decisivo para ambos. Jorge Mario ingresó a la Compañía de Jesús y Vargas Llosa publicó su primer libro, Los jefes. Así, los dos dieron inició a un camino llenó de retos y logros personales que tuvo su máximo momento cuando el escritor peruano ganó el premio Nobel de Literatura en 2010 y cuando el cardenal Bergoglio fue elegido Papa de la Iglesia Católica, en el 2013. Finalmente, ambos murieron en el mismo mes de 2025, con poquísimos días de diferencia.
Cuando observamos las vidas de Francisco y de Mario Vargas Llosa, más allá de sus notables diferencias, resulta visible que se trataron de dos existencias definidas por la más genuina vocación: la vocación religiosa y la vocación artística, pues se trataron de dos vidas consagradas, uno al servicio del prójimo y el otro al servicio de la creación literaria. Así, tomando en cuenta la magnitud de sus vidas, podemos ver que fueron dos ejercicios alentados por manifestaciones superiores del espíritu, el espíritu de caridad y el espíritu de la creación. Pero viendo esto con mayor profundidad, podemos ver que ambos oficiaron desde el amor, pues sus obras- sin duda de distinto fin-, hicieron felices de diversas maneras al prójimo y al lector.
Hombres apasionados, Francisco y Mario Vargas Llosa, con frecuencia causaron “lio”, pues cuando se cree en algo fervorosamente, se suele agitar el cotorro; se suele mover, conmover e incitar. En ese sentido, los dos fueron grades provocadores que huyeron de la cómoda tibieza, y alentaron lo que debían alentar según sus convicciones. El Papa Francisco: la justicia social, la opción preferencial por los pobres, el cuidado de la naturaleza y la renovación estructural de la Iglesia. Mario Vargas Llosa: la libertad individual, la democracia liberal y la lucha contra los populismos de izquierda o derecha.
En estos días se ha dicho lo que suele expresarse sobre personas extremadamente públicas. Luces y sombras acerca de cada uno, esgrimidas desde la opinión subjetiva. Han sido días de reconocimientos, pero también de extrema y dura mezquindad. Pero a muchos nos queda la certeza de que la vida humana sería más pobre y triste si no hubiera hombres como Jorge Mario Bergoglio y Mario Vargas Llosa, personas con contornos definidos, con peso real y simbólico, y que miraban la experiencia humana con necesaria hondura.
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