
El conocido historiador inglés Eric Hobsbawm bautizó a la centuria pasada como el “corto siglo XX”, situando su transcurrir entre el inicio de la primera guerra mundial y el final de la Unión Soviética. Lo que observaba Hobsbawm es que los siglos no se definían por numeraciones exactas (1900, 2000, etc.), si no por eventos importantes que establecen el inicio y el fin de un proceso mayor. En ese sentido, el siglo XXI habría “empezado” con la situación posterior al final del socialismo soviético, desarrollándose aun en nuestros días. Sin embargo, si vemos con detenimiento, una parte importarte del mundo que se originó en 1991 ya habría llegado a su fin o estaría en camino a terminar, debido a una aceleración asombrosa de los tiempos sociales, originados por la hiper innovación técnica, el surgimiento de nuevos escenarios geopolíticos y geoeconómicos, y sus impactos sobre las percepciones culturales, en creciente fragmentación
Dentro de este proceso de “las cosas nuevas”, se encuentra el inicio inminente de la explotación astrominera, que no es solo un hecho económico y tecnológico claramente diferenciado. Si no una acción que evidencia el inmenso poder que tienen algunas sociedades y de qué manera afectará una infinidad de procesos del futuro. En nuestro ensayo de divulgación “La brecha infinita del poder. Incertidumbre y desafíos”, ya habíamos advertido de qué forma la minería espacial iba movilizar a una serie de tecnologías, además de crear las condiciones para el surgimiento de nuevas formas de conocimiento aplicado y la consiguiente aparición de nuevos empleos. Pero, sobre todo, la insalvable distancia entre las sociedades que conducen los derroteros futuros de la humanidad, los países que se dejan conducir por las más poderosas y las naciones que permanecerán ancladas en otro tiempo.
Por otro lado, se encuentra el veloz desarrollo de tecnologías derivadas de la expansión exponencial de la inteligencia artificial (IA) y sus usos en cada vez más ámbitos de la vida humana. Tanto es así, que, en muy poco tiempo, las IA estarían en condiciones de emular la inteligencia humana en varios sentidos y, de pronto, superarla considerablemente en sus procesos más instrumentales. De ahí que es fundamental pensar las IA, pero hacerlo desde nuestro contexto, como lo afirmamos en nuestro ensayo “Pensar la IA desde el Perú. Una primera aproximación”. Y, junto a ello, nos encontramos con los éxitos iniciales de las terapias bioinformáticas que permiten ampliar la vida material de los seres humanos, llegando, incluso, a creer que la muerte puede llegar a su fin, como escribimos en nuestra columna “¿La abolición de la muerte? Hacia un umbral desconocido”.
Parece claro que estos procesos científico-tecnológicos y económicos, se dan paralelamente al agotamiento del estado-nación moderno, de la democracia al interior de las repúblicas seculares, del capitalismo global, de las ideologías modernas y de las tendencias políticas a las que estábamos habituados, como “izquierdas” y “derechas”. Todo ello nos lleva a observar que se estaría creando la estructura del mundo del siglo XXII. Y que el siglo XXI fue más breve que el “corto siglo XX”. Esto no debiera sorprendernos. Los tiempos sociales son diferentes a los tiempos calendario. De ahí que nos preguntamos si el siglo XXII estaría en su amanecer, y que se está echando a andar una nueva situación, producto de la economía espacial, de las tecnologías pensantes y del final de la muerte. Conmueve pensar en todo ello.
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