Cada familia afronta la "segunda ola" -que ya más parece más un tsunami- como puede; apoyada en la bondad amorosa de sus miembros, en la bienintencionada ayuda de los amigos y en la oración de los conocidos. Luchamos para vivir, para sobrevivir, para no dejarnos abatir en las horas más oscuras de estas últimas décadas. Y, a pesar de lo que venga, esta lucha nos llenará de esperanza y de sentido para afrontar el futuro. Estamos seguros de que muchos de nosotros saldremos más fortalecidos en el interior. Y ese será un cambio importante para muchas vidas.
Sin embargo, estamos solos. Solos entre nosotros. Es decir, nos estamos sosteniendo, fundamentalmente, gracias al "nosotros" a escala familiar y amical. Porque el "nosotros social" está trágicamente disuelto, desde antes de la pandemia. Y hay una infinidad de muestras que nos indicaban de esta situación. Asimismo, en estas últimas semanas, hemos llegado al punto en el que ya no se evidencia la presencia del estado. Sólo se observan acciones fragmentarias, sin mayor peso y rigor. La estructura del estado se está disolviendo peligrosamente. No hay organicidad en las decisiones de gobierno y el parlamento es un reguero de individuos desatados sin mayor contenido. De igual modo, una parte importante del sector privado anda más preocupado por la movilidad económica que por la montaña de muertos que se suman jornada tras jornada. La economía se puede reconstruir, pero una vida ya no vuelve. Ciertamente, se encuentran los casos dignos de ponderar. Sobre todo, de algunos servidores públicos, que están haciendo lo mejor que pueden; como gran parte de los profesionales sanitarios, con una vocación de servicio notable a pesar de las limitaciones y el agotamiento.
Así nos estamos dirigiendo a elecciones generales ¿Tendrán sentido las mismas cuando lleguemos a las cifras pavorosas que se anuncian para marzo? ¿La "fiesta democrática" no se dará en pleno luto nacional? Y en ese escenario de epitafios que crecen día tras día, ¿quién tiene en su cabeza las elecciones de abril y la siguiente? Gane quien gane la segunda vuelta, va a recibir en país quebrado, colapsado y, sobre todo, de luto. Y lo peor es que ninguno de los candidatos está en condiciones mentales, formativas y afectivas de darse cuenta de ello. Quien gobierne a partir de julio de 2021 tendrá que entender que este Perú no es el de 1883 ni de 1990.
En dos meses no sabremos cómo estaremos, ni dónde, ni entre quiénes. Como en las guerras, vivir cada día es un triunfo. Un triunfo de los sobrevivientes gracias al bien y a la amistad cercana. Nos sostiene el amor en su dimensión más próxima. Y quienes experimentamos el esplendor del bien en la vida íntima, saldremos con el alma fortalecida y llena de esperanza, porque somos capaces de amar.
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