El politólogo germano-estadounidense Yascha Mounk, en su libro El pueblo contra la democracia (2018), afirma:
“[...] demuestro que la democracia liberal se está descomponiendo actualmente en sus partes constitutivas, y que de ese proceso está surgiendo la democracia iliberal, por un lado, y el liberalismo no democrático por otro; sostengo que el profundo desencanto de la gente con nuestro sistema político representa un peligro existencial para la supervivencia misma de la democracia liberal”.
Se pensaba que, cuando un país sobrepasaba unos umbrales mínimos de riqueza y de democracia, demostraba una increíble estabilidad política. Ahora tenemos más dudas que certezas: ¿pueden estarse disgregándose democracia y liberalismo?
Si deseamos complejizar más la reflexión, abordemos el denominado Trilema de Rodrik, un juego de tensiones dinámicas internas y externas entre los países y bloques económicos: la elección entre las alternativas de hiperglobalización económica, políticas democráticas y soberanía nacional lleva necesariamente al debilitamiento de alguna de estas tres. Tan solo podemos escoger entre las siguientes situaciones:
- Elegir ser un país globalizado económicamente con una democracia a nivel global, pero tendremos que sacrificar parte de nuestra soberanía nacional.
- Conservar plenamente nuestra soberanía nacional y democracia interna, pero sin integrarnos plenamente a la globalización.
- Adherirnos a la globalización, mantener nuestra autonomía nacional, pero sacrificar la democracia interna.
Volviendo a Mounk, presento a continuación un cuadro modificado que trata de interpretar sus enfoques:
Cabe indicar que es Robert A. Dahl quien, en La poliarquía: participación y oposición (1971), hace especial referencia a que la poliarquía es el más alto grado de perfección de una democracia. Este término proviene del griego poli, que hace referencia a ‘varios’, y arquía, que hace referencia a ‘poder, gobierno o dominio’; por tanto, el significado literal de la palabra es el gobierno de varios o de muchos.
El Global Democracy Index 2020, que publica anualmente The Economist, nos indica que la pandemia provocó un retroceso sin precedentes de las libertades democráticas en el 2020 (figura 1). Ya se había advertido el año pasado sobre las posibles consecuencias institucionales de la pandemia en el ámbito político, tanto nacional como internacional.
En The Moral Foundation of Democracy (1954), John H. Hallowell afirmaba:
“Históricamente considerada, la relación entre liberalismo y democracia es íntima; para un gobierno democrático moderno y el desarrollo del liberalismo concomitantemente. Ambos tienen sus raíces en el siglo XVII; y, desde el siglo XVII, la democracia como forma de gobierno ha sido sostenida por el liberalismo como una filosofía política y social”.
Bajo esta premisa nos debemos preguntar sobre los fundamentos morales del liberalismo; y aquí recomiendo la lectura de The Moral Foundations of Politics (2003), de Ian Shapiro (particularmente el capítulo 7, sobre la democracia), y el Debate sobre el liberalismo político (1998) entre Jürgen Habermas y John Rawls, publicado por Paidós.
Sin embargo, dada la naturaleza de un breve artículo, debo hacer referencia a una joya que encontré leyendo La historia olvidada del liberalismo (2020), de Helena Rosenblatt: la contribución al pensamiento liberal del escritor y político francés de origen suizo Benjamin Constant de Rebecque (1767-1830) en su obra Principios de política aplicables a todos los gobiernos (1815), donde bien puede cambiarse la palabra “principios” por “fundamentos morales”.
¿Por qué es importante enfocarnos en los fundamentos morales? Pues porque nos invita a diferenciar los medios de los fines, respecto a las consecuencias prácticas de ciertas reglas de juego sobre la vida de los seres humanos. Por ejemplo, en el campo estrictamente político, podemos advertir el debate sobre la primacía entre los fundamentos morales del capitalismo y las posiciones colectivistas (socialismo y comunismo).
En este marco, los sistemas de gobierno, los sistemas electorales, los sistemas de partidos, entre otros, deben evaluarse no respecto de los planteamientos teóricos (objetivos), sino, y fundamentalmente, con base en las consecuencias prácticas de sus planteamientos (resultados previstos) sobre los ciudadanos: el mayor bienestar posible, especialmente sobre los más rezagados.
En el prefacio al Código de Derecho Canónico, se hace mención, como principio, a que “debe evitarse la ignorancia, madre de todos los errores”. Es que existen verdades que no requieren de mayor demostración, que los seres humanos las encontramos razonablemente beneficiosas para nuestras vidas. En este marco, planteo el siguiente principio de política que deberá ser desarrollado en próximas ediciones: el derecho que tenemos los ciudadanos a ser bien gobernados es superior al derecho que tenemos a ser elegidos.
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