Estamos a pocos días de la votación nacional que nos permitirá elegir a nuestros nuevos gobernantes en medio de una crisis sanitaria, social, política y económica, pero además llegados al bicentenario de la independencia del Perú.
Es muy significativo al darnos cuenta que dos siglos no bastaron para construir una nación y que estamos ante un sistema de gobierno y un proyecto político incapaz de asegurarnos lo básico como ciudadanos que somos, sino cómo explicamos la pérdida de 130,000 peruanos por COVID-19 por un sistema de salud colapsado; que nuestros 8 millones de escolares sin excepción no puedan comenzar su año escolar; que tengamos alrededor de 75 % de trabajadores informales que no tienen asegurado para mañana el sustento de sus hogares; que durante el confinamiento mujeres y niños hayan sido más violentados dentro de sus propios hogares; que a la distancia líderes indígenas guardianes de los bosques sean asesinados impunemente; que las fuentes de agua que hacen posible la vida y el alimento que llega a nuestra mesa sea contaminada en nombre del progreso y el crecimiento económico que no gotea nada para los de abajo.
Hoy es difícil sentirse libre e independiente cuando no bastan los brazos, las fuerzas y las ganas de salir adelante para tener una vida saludable, digna y armoniosa. En esta crisis son muy pocos los que están a salvo, ni siquiera aquellos nombrados y autoidentificados como clase media por contar con un empleo que les aseguraba ingresos suficientes, que se sentían seguros con sus casas propias y tarjetas de crédito. No más, una vez perdido el empleo se hace difícil conseguir otro.
El nuevo gobierno electo por más bueno, eficiente, humano y responsable que sea no revertirá tanta injusticia y desigualdad, pero sí podría dar un giro de timón y esforzarse por responder a lo urgente y a la vez cambiar ciertas condiciones que vulneran nuestros derechos y que no nos dejan seguir adelante. Necesitamos un nuevo gobierno que nos devuelva la esperanza a todos, porque si algo nos caracteriza como humanos es la capacidad para llevar el dolor con la esperanza que saldremos adelante. Sino ¿Qué moviliza a una mujer que junto a otras mujeres cocina en olla común para 40 familias? ¿Qué mueve a un joven a vender en la esquina las porciones de un queque horneado por su madre? ¿Qué hace que una niña reparta su día entre la venta de chupetes, sus deberes escolares y el cuidado de sus hermanos? ¿Qué habita en una mujer que cura con hierbas usando los conocimientos de sus ancestros? Eso es luchar a pesar de la adversidad y revela unas ganas inmensas de seguir viviendo, una fuerza espiritual para nadar contracorriente.
Las elecciones del bicentenario convocan nuestra responsabilidad ciudadana para tomar una decisión informada pero también convocan nuestra peruanidad, ese sentido que nos une y nos identifica diversos pero nacidos en una tierra hermosa con la firme convicción que nos merecemos una vida mejor en justicia, derechos y libertad.
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