Como les sucede a muchas ciencias, en las que algunos conceptos complejos se transliteran para convertirse en palabras de uso común, la psicología también ha debido suavizar muchos términos. Es gracias a ello que la sociedad cuenta con un número bastante ubicuo de palabras que ya pertenecen al mundo de lo cotidiano. Tenemos, por ejemplo, el adjetivo «tóxico», que describe actualmente a una persona que es nociva para el bienestar; el sustantivo «autocuidado», que representa el conjunto de acciones que permiten la preservación o la mejora de nuestra salud mental: y, por supuesto, el «amor propio». Sin embargo, como suele pasar con estos préstamos lingüísticos, corren el riesgo de ser tergiversados, malinterpretados o, en el mejor de los casos, utilizados de forma «light», es decir, sin una comprensión clara de su real significado. Por esta razón, siempre es importante remitirnos a su propuesta más elemental que, en este caso, deriva de la investigación en psicología.
Vamos al punto: ¿de qué hablan algunas psicólogas y algunos psicólogos cuando se refieren al «amor propio»? Este concepto, que se ha depositado como un sedimento al fondo de la cultura popular, realmente reúne muchos elementos con los que trabajamos en terapia. Entre ellos se encuentran las famosas variables «autoconcepto», «autoestima» y «autovalía», que ya son parte de nuestro acervo más mediático –¿Quién no ha oído o ha utilizado estas palabras? Incluso yo las había empleado antes de prepararme en psicología–. Es esta triada la que da soporte estructural y científico. En otras palabras, cuando decimos que debemos tener más «amor propio», lo que estamos diciendo, realmente, es que debemos tener una mejor autoestima, autovalía y autoconcepto.

¿Y qué quieren decir estos tres conceptos? Fácil. Hagamos el siguiente ejercicio. Primero, sin detenernos y de forma muy rápida, hagamos una lista de todas las características que nos representan. Luego, preguntémonos: ¿estas características las considero positivas o las percibo como de gran estima? Por último, analicemos si esos atributos nos hacen sentir valiosas y valiosos. ¿Ya está? ¡Perfecto! La primera parte del ejercicio hizo referencia al autoconcepto, es decir, a la imagen que tenemos de nuestras capacidades, destrezas, roles, cualidades, etc. La segunda parte evaluó nuestra autoestima, esa escala de valoración que depende necesariamente de lo que pensamos sobre nosotras y nosotros. La tercera parte, en consecuencia, examinó nuestra autovalía: cuán valiosas y valiosos nos sentimos.
Son estos tres conceptos los que nombramos cuando decimos «amor propio». Como ven, no es una idea abstracta, etérea o nefelibata que no nos sirve de nada. Tampoco es solo la imagen de una persona abrazándose a sí misma y diciéndose cuánto se quiere. Es, sobre todo, la toma de consciencia de cuán valiosas son nuestras cualidades subjetivas y de cuánto nos apreciamos por lo que somos. Es la aprehensión de lo más primario que nos constituye y de lo más hermoso que tenemos. Pero, claro, para lograrlo, el ejercicio empieza por identificar los rasgos que nos definen y eso es un trabajo de orfebre que bien puede requerir de psicoterapia.
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