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El estrés es un arma de doble filo

El estrés es un arma de doble filo: tanto nos puede facilitar la energía necesaria para actuar como nos puede sumir en un estado permanente de angustia.

El estrés es el hijo predilecto de su era: dependiendo del espíritu del tiempo, se van configurando nuevos generadores de esta respuesta, también llamados estresores. Por ejemplo, en la época predigital, el corte de la luz incomunicaba a las empresas con sus potenciales compradores, lo que era percibido como una especie de amenaza al flujo de ingresos diarios; mientras que, en la actualidad, fallas en la internet, ese semidios al que todas y todos invocamos, puede desestabilizar emocionalmente a un buen porcentaje de la fuerza laboral, puesto que, desde el inicio de la pandemia, se ha visto impelido a migrar sus funciones de lo analógico a lo digital. Entendemos, entonces, que los factores que nos van produciendo el tan afamado estrés mutan y se transforman, como si la adición de nuevas variables sobre nuestros hombros fuese la norma en esta sociedad cada vez más inmediatista.

Pero, ¿qué es el estrés? Mucho se ha hablado de este personaje; sin embargo, es posible que lo confundamos con otras manifestaciones de carácter emocional, como el miedo o la ansiedad. Específicamente, el estrés es una respuesta adaptativa a demandas externas o internas, es decir, que se hallan en el entorno, en nuestro cuerpo o en nuestra propia mente. Así como somos capaces de buscar modos de adaptarnos al dolor físico o a una infección, también estamos constituidos cerebralmente para adaptarnos a cambios en el afuera (por ejemplo, una mudanza a otro país) o a nuestra propia y subjetiva interpretación de lo que nos sucede (por ejemplo, lo que pensamos sobre no residir más en nuestro país de origen). En este sentido, es un mecanismo saludable que nos permite afrontar los retos de la vida y maximizar nuestro éxito adaptativo; en algunos casos, incluso, se puede hablar de estrés positivo o eustrés, el cual se puede definir como un tipo de estrés beneficioso que eleva el nivel de activación y nos prepara para una tarea (por ejemplo, rendir un examen, asistir a una entrevista de trabajo o entregar un proyecto laboral). Es decir, nos impulsa hacia la acción.

"El estrés es un arma de doble filo: tanto nos puede facilitar la energía necesaria para actuar como nos puede sumir en un estado permanente de angustia". | Fuente: Freeimages

Ahora bien, cuando las demandas del contexto (o nuestro filtro interpretativo puesto sobre ellas) sobrepasan nuestras capacidades, el nivel de estrés puede elevarse o convertirse en una respuesta permanente que no cesa, bien porque el estresor es constante o porque nuestra activación emocional y física se mantiene en picos perniciosos. En este caso, la persona estaría siendo afectada por lo que se conoce como distrés agudo (si es que son episodios de angustia, preocupación y nerviosismo de corta duración) o estrés crónico (cuando ya no se trata de un episodio, sino de un estado afectivo continuo que no cede por más esfuerzo que se ponga en práctica). Por ejemplo, si una persona cuenta con un tiempo razonable para terminar una tarea en el trabajo y esta se alinea con sus competencias, es probable que sienta cierto nivel de alerta que la predispone para actuar; por otro lado, si la empresa se conduce bajo una cultura de explotación implícita en la que prima la productividad sobre la trabajadora o el trabajador, por lo que se le asignan tareas fuera de su horario laboral, el estrés, que podría haber sido favorable, se convierte en distrés y mella su bienestar y calidad de vida.

Por ello, es importante reconocer si nuestro estilo de vida y entorno nos están generando un grado de estrés positivo o, por el contrario, un flujo constante de emociones debilitantes para poder tomar las medidas necesarias. En el caso de encontrar que el nivel de estrés es saludable y nos invita a comprometer nuestra energía en lo que hacemos, podremos continuar sin hacer grandes cambios; empero, si descubrimos que nuestra cotidianidad se empecina en presionarnos cada vez más, no solo es aconsejable, sino que es «humano» que aprendamos a poner límites tanto a los demás como a nosotras y nosotros mismos: recordemos que no somos máquinas programadas para el cumplimiento de los deseos ajenos. Esta delimitación de lo que podemos y de lo que no fundará una nueva forma de experimentar el mundo, una forma que nos considere como sujetos de bienestar.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.
Sebastián Velásquez Munayco

Sebastián Velásquez Munayco Psicólogo clínico

Autor publicado por UPC Editorial y Cerebrum Ediciones. Actual editor y escritor científico de libros y revistas digitales de Cerebrum Latam. Colaborador en el Manual de Publicaciones de la American Psychological Association (Editorial Manual Moderno). Docente principal de Cerebrum Latam.

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