Una verdad irrefutable es que las empresas socialmente responsables son mucho más redituables que las demás. Por ejemplo, la consultora española Alares revela que el 85 % de las personas está dispuesta a pagar más por los productos o servicios que contribuyen al bienestar social. Sin embargo, esa rentabilidad, precisamente, se ha convertido hoy en una línea delgada y frágil que separa a las organizaciones que hacen responsabilidad social de aquellas que realizan greenwashing.
Lo primero que debemos entender es que la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) se define como la contribución activa y voluntaria de las empresas al mejoramiento social, económico y medio ambiental, a través de acciones que van más allá de sus actividades puramente comerciales. Desde luego, las iniciativas de RSU impactan directamente en la reputación de las organizaciones y, por tanto, sus ventas pueden mejorar en 20 % y la productividad en 13 %, según una investigación de la consultora IO Sustainability. Sin embargo, la mejora en la rentabilidad es solo una consecuencia positiva de la RSC, mas no debe ser entendido como su propósito fundamental.
Evidentemente, la RSC aporta muchos beneficios, aunque existen algunos empresarios que no lo consideran importante porque creen que el simple hecho de hacer empresa en el Perú, generar empleo y pagar impuestos, contribuye al desarrollo social. Mientras que, otros, conocedores de las bondades de la RSC, se aprovechan de este concepto para presentarse como organizaciones ecoamigables, cuando en realidad no lo son. A esta mala práctica se le conoce como greenwashing o lavado de imagen verde. Desafortunadamente, esta práctica prevalece en muchas industrias, a pesar de ser sumamente riesgosa y perjudicial para la imagen de la organización.
En ese sentido, hoy, más que nunca, considero fundamental reflexionar sobre el rol de las organizaciones en la sociedad y nuestro rol como directivos, líderes organizacionales o emprendedores. La crisis por la Covid-19, que afectó a todos sin distinción, debe obligarnos a replantear la forma en que gestionamos los impactos derivados de nuestras actividades, en favor de nuestros colaboradores, clientes, comunidad y medio ambiente. No tenemos que invertir grandes sumas de dinero para convertirnos en empresas socialmente responsables, podemos contribuir a los Objetivos de Desarrollo Sostenible a través de pequeñas iniciativas como reducir el consumo de energía y agua, hacer programas de reciclaje, promover la diversidad, inclusión y equidad, apoyar a los proveedores locales, etc.
Amigos empresarios, tengamos claro que hacer RSC no debería ser una estrategia de marketing por conveniencia, sino más bien un compromiso genuino de contribuir al bienestar de nuestros stakeholders, al desarrollo social y la preservación del medio ambiente. Todos los beneficios derivados de la RSC llegarán por añadidura como recompensa.
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