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Antes de ser el papa León XIV, Robert Prevost escribió el prólogo de una obra central del pensamiento social católico

Gracias a la autorización del Fondo Editorial de la PUCP, encabezado por su directora Patricia Arévalo, aquí puedes leer el prologo de Robert Prevost en el libro 'La doctrina social de la iglesia'.
Gracias a la autorización del Fondo Editorial de la PUCP, encabezado por su directora Patricia Arévalo, aquí puedes leer el prologo de Robert Prevost en el libro 'La doctrina social de la iglesia'. | Fuente: Composición: Europa Press / Fondo editorial de la PUCP

Gracias a la autorización del Fondo Editorial de la PUCP, presidido por Patricia Arévalo, en esta nota puedes leer el prólogo que el hoy papa León XIV escribió para la obra de su amigo John Joseph Lydon McHugh en Perú.

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Tras la elección de Robert Prevost como papa León XIV, ha crecido el interés por conocer más acerca de su trayectoria y pensamiento dentro de la Iglesia Católica. Quienes lo conocen, coinciden en que la elección de su nombre papal es una clara referencia al legado de León XIII, autor de la encíclica Rerum Novarum, publicada el 15 de mayo de 1891. Este documento abordó los problemas sociales del siglo XIX, en particular las condiciones laborales derivadas de la Revolución Industrial.

La influencia de Rerum Novarum en Prevost no es casual. Siendo obispo emérito de Chiclayo, mencionó esta histórica encíclica en el libro La doctrina social de la Iglesia: su historia y enseñanzas (Fondo Editorial de la PUCP), del padre John Joseph Lydon McHugh, quien le encomendó la tarea de hacer el prólogo antes de despedirse del Perú.

La trayectoria de John Joseph Lydon McHugh

Prevost mantiene una estrecha relación con Lydon McHugh, nacido en Toronto, Canadá, y formado en la Universidad de Villanova, donde obtuvo su bachillerato en Ciencias Políticas y Educación Secundaria en 1977. Ingresó al seminario agustino en 1978, se graduó en Teología en 1983 y fue ordenado sacerdote un año después. 

En 1990 obtuvo un doctorado en Misionología en la Universidad Gregoriana de Roma y desde entonces ha enseñado en el Seminario San Carlos y San Marcelo de Trujillo, además de colaborar con diversas parroquias Pacasmayo.

Fue Superior Mayor del Vicariato de Chulucanas en tres periodos y Secretario General de la Organización de Agustinos de Latinoamérica (OALA) durante dos mandatos. En 2016 asumió como rector de la Universidad Católica de Trujillo, cargo que ocupó hasta febrero de 2022.

El prólogo de Robert Prevost (León XIV)

Gracias a la autorización del Fondo Editorial de la PUCP, presidido por Patricia Arévalo, está disponible el prólogo escrito por Robert Prevost —hoy papa León XIV—, donde afirma que el libro La doctrina social de la Iglesia de Lydon McHugh traza, desde su primer capítulo, una línea ética sustentada en principios que han orientado las reflexiones sociales de la Iglesia a lo largo de los últimos 130 años.

¿QUÉ PODEMOS APRENDER DE UNA "DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA CATÓLICA"?

El libro que tenemos entre manos nos presenta la doctrina social de la Iglesia Católica de un modo ordenado y sistemático. Ordenado porque sigue la línea histórica —luego de haber hecho un análisis bíblico fundamental— desde la famosa encíclica del papa León XIII, Rerum novarum, hasta los más recientes documentos del papa Francisco, sin obviar ninguno y mostrando al mismo tiempo la conexión doctrinal que enlaza cada nuevo documento con los precedentes.

Por otro lado, también tiene la calidad de ser un libro sistemático, porque pone de manifiesto desde el primer capítulo la línea ética de criterios y principios que han guiado y siguen guiando las reflexiones que sobre las cuestiones sociales ha hecho la Iglesia en los últimos 130 años.

El autor tiene el mérito de haber logrado sintetizar 130 años de reflexión eclesial acerca de cuestiones sociales. Un servidor como el que tiene la oportunidad de escribir este prólogo no podría añadir o quitar nada. Sin embargo, quisiera justificar las siguientes líneas con una pregunta que suscite el interés de quienes se acerquen a este texto para conocer y aprender las fuentes de la reflexión de la Iglesia sobre temas sociales. La pregunta que quisiera proponer podría tener la siguiente forma: ¿Qué podemos aprender de una "doctrina social de la Iglesia Católica"?

Escribo entre comillas "doctrina social de la Iglesia Católica", y resalto la palabra aprender, porque considero que uno de los peligros que acechan a la reflexión eclesial sobre cuestiones sociales es el olvido de esa conexión importante. Quiero decir que de la doctrina social de la Iglesia se aprende, y se aprende algo que está más allá de simples definiciones o conceptos para responder y salir al paso ante cuestiones polémicas o urgentes socialmente. El aprendizaje que nos proporciona el estudio sereno de la doctrina social de la Iglesia no va tanto a la memoria para aprender cosas que no deben ser olvidadas, sino al modo de acercarnos a la sociedad y a las personas.

La doctrina social de la Iglesia quiere ayudarnos a acercarnos a los problemas sociales de un modo que sea el más saludable, el que busque el bien respondiendo positivamente a cada problema. Pero, hemos de decir que el primer escollo que se nos presenta para realizar este camino es precisamente el nombre de este modo de acceso a los problemas sociales, me refiero al nombre de doctrina.

Quizá cuando escuchamos la palabra «doctrina», nos viene a la mente la definición clásica: un conjunto de ideas propias de una religión. Y con esta definición nos sentimos poco menos que libres para reflexionar, cuestionar o buscar nuevas alternativas. La palabra doctrina parece que nos exige la obediencia intelectual hacia algo que no podemos cuestionar y que debemos aceptar, aunque no estemos de acuerdo. La palabra doctrina, en el mundo de lo políticamente correcto que nos ha tocado vivir, parece la palabra políticamente más incorrecta para acercarnos a los problemas sociales. Sin embargo, debemos purificarla de significados espurios y defender su uso, aun en las circunstancias actuales en donde todos quieren escuchar respuestas, pero por ninguna parte quisieran oír una doctrina.

Si bien la palabra doctrina representa un ideario religioso, por otro lado, también conserva el significado de materia o ciencia. Todavía podemos defender el significado de doctrina como un cierto saber; y a partir de esto tratar de comprender por qué la reflexión eclesial sobre asuntos sociales se presenta como una doctrina. Por ello, si tomamos el segundo significado, el de ciencia, materia o saber, toda doctrina busca trasmitir un conocimiento seguro, ordenado y sistemático respecto a algo. Toda doctrina representa de este modo una reflexión seria, serena y rigurosa respecto a un objeto de estudio. De este modo, una doctrina no es una opinión, sino una tentativa de alcanzar la verdad respecto a un tema. Quizá nos pueda servir como ejemplo el trabajo intelectual de uno de los más grandes filósofos modernos: Hegel. Este filósofo presenta en su libro La ciencia de la lógica sus reflexiones personales sobre el ser, la esencia y el concepto y curiosamente a cada una de ellas les da el calificativo de doctrina: doctrina del ser, doctrina de la esencia y doctrina del concepto.

No debemos juzgar precipitadamente el término doctrina. La doctrina social de la Iglesia no pretende «adoctrinar» a las personas que buscan respuestas en la reflexión eclesial. El adoctrinamiento es inmoral, evita el juicio crítico, atenta contra la libertad sagrada del respeto a la propia conciencia —aunque sea errónea— y se cierra a nuevas reflexiones porque rechaza el movimiento, el cambio o la evolución de ideas frente a nuevos problemas. Sin embargo, la doctrina en cuanto reflexión seria, serena y rigurosa pretende enseñarnos, en primer lugar, a saber acercarnos a los problemas en cuestión. Es la seriedad, la rigurosidad y la serenidad lo que debemos aprender de toda doctrina. Y respecto de la doctrina social de la Iglesia, en el presente libro encontraremos en cada capítulo la oportunidad de comprobar lo que les estoy diciendo. Me permito citar unas palabras del autor que prueban su recta intención: «La doctrina social no existe para hacer un estudio de la historia, sino para que podamos aplicar a la realidad actual los criterios de evaluación y los planes de acción usando los principios éticos iluminadores que han surgido en el crisol del drama vivido en todo tiempo».

El autor nos enseña a reconocer que más importante que los problemas, o las respuestas a ellos, es el modo de acercarnos a dichos problemas con verdaderos criterios de evaluación y con auténticos principios éticos o morales. Es decir, es el modo de acercarnos a los problemas el verdadero aprendizaje. El que quiera aprender lo que dijo tal o cual pontífice respecto a tal o cual problema es libre de hacerlo, pero ese no es el objetivo de una doctrina social de la Iglesia. El objetivo es aprender a acercarnos a los problemas, que son siempre distintos, porque cada generación es nueva, con nuevos desafíos, con nuevos sueños, con nuevas interrogantes. La doctrina social de la Iglesia pretende favorecer un verdadero acceso a las cuestiones sociales, no pretende alzar la bandera de la posesión de la verdad, ni en cuanto al análisis de los problemas ni respecto a la resolución de estos. En cuestiones sociales es más importante el saber acercarse que el dar una respuesta apresurada del por qué sucedió o del cómo superarlo.

Ahora bien, si llegamos a justificar el uso de la palabra doctrina con la que se presenta la reflexión eclesial sobre los temas sociales, todavía tenemos que enfrentar otro problema quizá más serio. Se trata del sujeto que realiza dicha reflexión: la Iglesia Católica. ¿Cómo podemos justificar que la Iglesia asuma como parte de su misión dar respuestas a cuestiones sociales? Esta es una pregunta que tal vez requeriría otro libro, pero intentaré dar algunas ideas ayudándome de un párrafo que nos proporciona el autor con gran agudeza:

Con mucha frecuencia se pregunta: ¿por qué la Iglesia se pronuncia sobre temas socioeconómicos y políticos?, ¿no está la Iglesia solo para administrar sacramentos y reunir creyentes para orar en comunidad? De hecho, esta interpretación «dualista» que considera que la realidad (la historia humana) anda por un camino mientras la religión anda por otro, se manifiesta en la postura diversa de las dos ideologías influyentes y opuestas de nuestros tiempos. Primero, la de Karl Marx, que interpretó toda religión desde la óptica de este «dualismo». Para él, la religión solo apunta hacia el cielo y no hacia la tierra, y por eso solo sirve para adormecer a la gente y evitar sus reclamos frente a las graves injusticias que soporta. La segunda ideología brotó del lado opuesto de Marx, de la filosofía liberal, que mantiene que toda religión es un asunto privado, sin voz ni opinión válida en los campos socioeconómicos y políticos. En la medida en que la Iglesia critica a un gobierno por no respetar los derechos humanos, por el trato hacia los pobres, por la contaminación del medio ambiente, etcétera, con frecuencia los políticos responden: quédense en sus sacristías.

Un gran párrafo que resume con claridad el motivo fundamental de por qué la Iglesia como sujeto reflexiona desde hace 130 años de forma directa y consciente acerca de los temas sociales más urgentes. Como bien dice el autor, la respuesta de la Iglesia está motivada como respuesta a otras dos respuestas. Esto quiere decir que la respuesta de la Iglesia es algo así como una contra respuesta. Por un lado, responde al marxismo y, por otro, al liberalismo. Ahora bien, la razón por la que la Iglesia asume la función de responder a estas dos ideologías socioeconómicas y políticas es la de recordar al mundo que no podemos caer bajo el predominio ideológico, sea cual fuera la ideología en cuestión. Toda ideología, por perfecta que parezca, termina degenerando en una utopía de la que el hombre no sale ileso. Una utopía que lo lleva a luchar, o bien por hacer que todos sean iguales, o bien por lograr el propio beneficio egoísta a pesar de la muerte de su propio hermano.

La Iglesia asume un rol que no le competería si las respuestas a las cuestiones sociales fueran de verdad en favor del hombre y de la humanidad. Pero los análisis ideológicos, si nos acercamos a ellos y los analizamos seriamente, resultan en algún punto perjudiciales, porque olvidan que las cuestiones sociales, políticas o económicas son en el fondo cuestiones morales. La Iglesia no pretende que los gobiernos dirijan a sus ciudadanos con una encíclica social, sino que puedan acercarse verdaderamente a los problemas sociales como problemas morales y los analicen con criterios y principios morales. Esta es la motivación de la Iglesia: crear conciencia moral, con criterios morales, con principios éticos auténticos, respetando el juicio crítico de cada individuo y la autonomía de los pueblos y sus gobiernos. Como muy bien lo señala el autor en su libro: «una conciencia crítica es esencial para poder aplicar los principios de la doctrina social a la realidad de hoy».

Estoy seguro de que habrá muchos que consideren inadecuada e inapropiada la intervención de la Iglesia en temas sociales. Las dimensiones vertical y horizontal de la Iglesia a veces parece que no están reconciliadas. Los que prefieren una Iglesia vertical mirando solo a Dios seguramente no se equivocan; pero tampoco considero que yerran los que miran a sus hermanos y quieren ver en la dimensión horizontal de la Iglesia como parte de su misión. ¡Cuántas cuestiones nos interpelan hoy! La realidad de la violencia contra la mujer, la necesidad de responder a la crisis triste y humillante de los abusos a menores, la realidad del abuso de poder o de conciencia, la atención a los divorciados y vueltos a casar y a los miembros de la comunidad LGTB; la ecología y el cuidado de la casa común, la protección de los pueblos amazónicos, y solo por mencionar algunos temas sociales que exigen un análisis y una respuesta.

¿Qué diremos? Las definiciones de hace 130 años ya no son adecuadas para hoy. No significa que no sean verdaderas o correctas, sino que ya no son adecuadas en algún aspecto. Las situaciones exigen un nuevo análisis y una serena respuesta. La Iglesia en su doctrina social ha sabido acercarse a los problemas y también ahora debe hacerlo, desde los principios morales fundamentales como la dignidad de la persona, el bien común, la solidaridad, la libertad de conciencia, entre tantos otros principios fundamentales que este libro presenta fabulosamente. El desafío es saber acercarse a los temas sociales y aprender que no es la teoría la que hace la realidad, sino al revés: es la realidad que funda la teoría. La teoría es posterior a la realidad, y como tal representa una respuesta. La doctrina social de la Iglesia, con toda la rigurosidad que presenta, no puede pretender ser una respuesta de aceptación universal, eso sería utópico. Solamente puede pretender ser una respuesta que respete la realidad y que se acerque adecuadamente a ella desde los principios y criterios más saludables y oportunos.

Los que elijan el camino del marxismo o del liberalismo para responder a las cuestiones sociales son libres de hacerlo. Pero los que no encuentren satisfacción en las respuestas que esos sistemas presentan, bien pueden acercarse y conocer el análisis social que viene haciendo la Iglesia desde hace 130 años. La doctrina social de la Iglesia busca ser una luz, para poder mirar mejor y con mayor amplitud las cuestiones sociales más urgentes. Ciertamente una parte de la reflexión de la Iglesia no dejará de ser en algunos aspectos teológica, pero ese no es su rasgo esencial. La doctrina social de la Iglesia no es una teología de los problemas sociales, sino un análisis ético conforme a la realidad concreta de esas mismas cuestiones.

¿Qué podemos aprender de una doctrina social de la Iglesia Católica? Considero que lo esencial de la respuesta a esta pregunta ya ha sido dicho. El aprendizaje está en el modo de acercarnos a los problemas sociales. Respetando la realidad, considerando oportunamente los principios morales necesarios, actuando sin imposiciones ni pretensiones de universalidad, respondiendo a los verdaderos problemas actuales. Pero ahora salta a la vista una pregunta que antes no se dejaba vislumbrar: ¿quiénes son los destinatarios de esta doctrina social de la Iglesia? Una pregunta fundamental, porque sin unos destinatarios concretos la reflexión de la Iglesia se convierte en simple material de biblioteca. En este punto quizá encontremos diversas respuestas. Algunos dirán que se dirige a la jerarquía eclesial, a los presbíteros, a los laicos y sus comunidades, o tal vez a las personas de buena voluntad que participan en movimientos sociales o desempeñan cargos públicos. El abanico de destinatarios puede ser muy amplio, pero comparto la intención del autor de dirigir la reflexión de la doctrina social de la Iglesia a los jóvenes universitarios: «Esperamos que este libro sirva para guiar a estudiantes universitarios en la comprensión de la riqueza de la doctrina social de la Iglesia y la formación de una conciencia política y social, una conciencia cristiana capaz de romper prejuicios personales y culturales e impulsarnos hacia la construcción del mundo que soñamos».

Comparto esta decisión, porque el mundo universitario es en potencia la sociedad del futuro. Un reflejo de lo que es la sociedad actual y de lo que será en el futuro es el mundo juvenil universitario. Por eso, tomar la decisión de dirigir la reflexión eclesial sobre los temas sociales a los jóvenes universitarios me parece la elección más acertada que se pueda hacer con la doctrina social de la Iglesia que ahora les presentamos. En la conciencia de los jóvenes se gestan las futuras decisiones políticas. En la conciencia de los jóvenes se forman las futuras relaciones familiares. En la conciencia de los jóvenes se despiertan los nuevos ideales hacia los que una sociedad se animará a caminar. En la conciencia de los jóvenes universitarios descansa un transformador social, una artista, una madre, un padre, un dirigente político, una luchadora por los derechos aún no reconocidos, etcétera. En la conciencia de los jóvenes universitarios se cuece la siguiente sociedad. Dirigirse a ellos para enseñarles a acercarse al mundo con todos sus problemas sociales me parece una labor del más alto valor.

Agradezco al autor el haberme permitido escribir el prólogo de su libro. Estoy seguro de que aprovechará a muchos que se acerquen a él, y no solo para aprender respuestas, sino para aprender un modo de acercarse a la realidad social. Asimismo, recomiendo su lectura a todos los que desconocen los derroteros por donde ha recorrido la doctrina social de la Iglesia en el último siglo y desean comprenderla con mayor seguridad. Felicito al autor por la síntesis que nos sabe proponer en su libro y le auguro grandes logros en su labor intelectual.

Robert F. Prevost, O.S.A.

Arzobispo
Obispo Emérito de Chiclayo, Perú

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Renzo Alvarez

Renzo Alvarez Redactor / Periodista

Egresado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad San Martín de Porres. Ejerce como redactor del equipo digital de RPP Noticias, desarrollando informes y entrevistas sobre entretenimiento, música y cultura. Ha trabajado en otros medios como productor de contenidos en Radio Felicidad, Oxígeno y Studio 92. También en Salserísimo Perú como editor web y creador de contenidos para plataformas digitales.

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