RPP Noticias conversó con especialistas y artistas de las Tablas de Sarhua para explorar su historia, desarrollo y valor de cara al Bicentenario del Perú.
Inaugurar una casa puede ser motivo de celebración. En algunos lugares, se tiene por costumbre que un párroco rece una oración mientras arroja agua bendita, y en otros descorchan una botella de champán en una fiesta; pero en Sarhua —distrito de la provincia Víctor Fajardo, ubicado Ayacucho—, la familia que acaba de construir su vivienda recibe como regalo de los compadres (o padrinos) una tabla. Pero no una cualquiera, por supuesto.
“La tabla tradicional, las originales, plasma a la familia que la recibe como obsequio”, contó la artista Venuca Evanán a RPP Noticias. Se trata de una tabla de “dos o tres metros de largo”, hecha sobre troncos silvestres, en cuya superficie se pinta —en este orden— una dedicatoria, la Virgen de Asunción (patrona de la mencionada comunidad andina), los dueños de casa, la familia cercana y lejana, y finalmente el sol. Una pintura que se “lee” de abajo hacia arriba debido a que “la tabla va amarrada a un techo de dos aguas”, precisó Venuca.
Ella, justamente, es testigo de primera mano de cada etapa del proceso alrededor de las Tablas de Sarhua, pues, a pesar de haber nacido en Lima, es heredera del enorme legado que su padre sarhuino, el maestro Primitivo Evanán, eligió dejar a sus hijas, fruto de su matrimonio con Valeriana Vivanco, quien también se dedica a este arte tradicional. “Ambos son mis maestros, me inculcaron el valor y cariño por el arte de Sarhua”, reconoció Venuca, quien aseguró haber pintado su primer cuadro a los siete años.
“Me enorgullece que hayan aprendido, porque van a transmitirlo”, acotó Primitivo, uno de los máximos exponentes de las Tablas de Sarhua que migró a Lima en la década de 1960 y pintó su primera creación ya en la capital, en 1972.
Declaradas Patrimonio Cultural de la Nación desde el 2018, las Tablas de Sarhua son una expresión de la memoria familiar y colectiva, que engloba desde la mirada más idílica hasta el testimonio más feroz. Arte centenario que se conserva de generación en generación.
Orígenes en la colonia
No existe una prueba concluyente sobre el origen de las Tablas de Sarhua. La tabla más antigua data de fines del siglo XIX, contó la historiadora de arte Gabriela Germaná a RPP Noticias. Pero añadió que “muchos investigadores han intentado ligarla a la época de los incas”, pues hay crónicas que narran la aparición de “unas tablas pintadas” por aquel tiempo.
Sin embargo, dichas pinturas no necesariamente contaban historias. “Hay otras investigaciones más recientes que indican que esas pinturas eran mucho más abstractas y solo algunas personas especializadas podían interpretarlas, tal y como ocurría con los quipus y los quipucamayoc”, señaló la especialista.
De fundación española, el distrito de Sarhua se formó por diversas poblaciones prehispánicas que estaban dispersas en las alturas de los cerros que rodean al pueblo. En dicho contexto colonial, con una comunidad indígena que guardaba conocimientos ancestrales antes de la llegada de los españoles, pueden haber surgido las Tablas de Sarhua, explicó la historiadora.
Lo cierto es que de aquella fusión cultural europea e indígena se alimenta el arte sarhuino: desde la Virgen de la Asunción, representante de la evangelización católica, hasta el sol al final de la tabla, divinidad andina. “El estilo de representar personas de manera figurativa llega con los españoles, así como el material y la técnica [de confección de las tablas]”, sostuvo la experta.
Evolución a lo largo del tiempo
Si bien, en un principio, las Tablas de Sarhua simbolizaban las “relaciones sociales que se establecen en la comunidad”, puntualizó Germaná, la migración de los sarhuinos a Lima en distintos momentos del siglo XX transformó la significación original de este arte tradicional. “En Sarhua, las tablas representan la reciprocidad; pero en Lima, son un objeto para uso decorativo”.
Fue entre las décadas de 1960 y 1980 que generaciones de sarhuinos se establecieron en la capital en busca de un mejor futuro, y entre los migrantes de la primera ola estuvo Primitivo Evanán, quien aprendió este arte ancestral a fines de los años sesenta en Lima. Junto con Víctor Yucra, otro sarhuino instalado en la metrópoli, inauguraron la primera exposición de arte de Sarhua en la galería Huamanqaqa, en agosto de 1975.
“Las artes están relacionadas con el contexto donde viven sus productores”, sostuvo la historiadora de arte. De ahí que los migrantes de Sarhua retrataran temas costumbristas, pero ya no en tablas, sino en “nuevos formatos rectangulares y cuadros”, como precisó Venuca Evanán, a los cuales “le añaden paisajes de fondo, textos que cuentan al público limeño los mitos y las tradiciones sarhuinas; eso fue en los años setenta y ochenta”, acotó Germaná.
Entre las primeras generaciones de pintores sarhuinos, fue precisamente Julián Ramos quien a fines de la década de 1970 comenzó a trazar escenas de su pueblo. “Nosotros como pintores, desde los más antiguos y actuales, seguimos desarrollando la tradición, pero mezclando. Ahora un poquito nos explayamos al arte popular, pero siempre la tradición y la vida en Sarhua: la cotidianidad, actividades culturales, festividades (…) Siempre cuento las historias, las leyendas que cuentan nuestros abuelos”, sostuvo a RPP Noticias.
Al finalizar los años ochenta, sin embargo, las Tablas de Sarhua mostraron nuevas realidades al narrar una serie de problemas como la violencia y la migración. “Luego de eso, ya no solo realizan tablas individuales, sino series largas donde cuentan esas historias con mayor desarrollo”, dijo la investigadora.
Para Primitivo Evanán, la confección de estas series se debe a “la necesidad de representar la violencia que vivía la comunidad” entre 1980 y 1982, a raíz de las acciones del grupo terrorista Sendero Luminoso contra el Estado peruano.
En Sarhua, las tablas continúan manteniendo su sentido original, entregándose en la ceremonia de la Tabla Apaykuy, a la que asisten la familia y quienes colaboraron en la construcción de la casa, según indicó Germaná. “Se realiza una especie de comparsa donde el compadre lleva la tabla, mientras las mujeres cantan un harawi y otros llevan botijas con trago, ichu, frutas y comida. Cuando llegan a la casa, le entregan la tabla al dueño y con eso termina el techado”, describió.
Un trabajo riguroso
Confeccionar una Tabla de Sarhua es un proceso arduo que requiere de mucha paciencia y trabajo físico. “Los materiales los traen de la comunidad de Sarhua o de acá mismo (Lima)”, aseguró don Primitivo, quien antes de sentarse a trabajar en una nueva creación primero piensa en “un tema relacionado” con su pueblo.
De acuerdo con Venuca, existen dos técnicas para crear: una que es propia de Sarhua, en la que se utiliza la materia prima que ofrece la naturaleza —“desde los troncos silvestres hasta las tierras de colores naturales”—, y otra que empezó a usarse en Lima, con productos industriales. En la comunidad ayacuchana, por ejemplo, “las tierras se mezclan con el colágeno extraído de la pata de la vaca” para obtener la pintura, mientras que en la capital se emplean acrílicos mezclados con agua.
Pero antes de dibujar y pintar, la madera de la tabla debe estar bien seca para lijarla o cepillarla si es muy tosca. “Allá en Sarhua se empasta con tierra blanca, pero acá usamos yeso, pintura blanca y cola sintética, de tres a cuatro capas”, detalló Venuca. Una vez lista la superficie, empiezan a delinear con un objeto que se conserva en ambas técnicas: la pluma de ave. “Eso hasta ahora se mantiene, con eso se delinea cada figura y los detalles de la vestimenta”, agregó la artista.
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