De objetos religiosos a decorativos, descubre la evolución histórica de los retablos ayacuchanos, así como el legado de Joaquín López Antay, a través de las charlas que RPP Noticias sostuvo con especialistas.
En el arte, nuevas formas pueden surgir desde cualquier lado, incluso a raíz de una conversación. Ocurrió en los primeros años de la década de 1940, cuando la pintora y coleccionista indigenista Alicia Bustamante, fundadora de la peña Pancho Fierro, viajó a Ayacucho para investigar sobre piezas de arte popular que se producían en la serranía y terminó entrevistándose con Joaquín López Antay, un imaginero dedicado a fabricar cajones de San Marcos que solían destinarse a representar las fiestas de herranza celebradas por ganaderos de zonas altoandinas.
Aquellos cajones, según apuntó la historiadora Gabriela Germaná para RPP Noticias, habían nacido en el siglo XIX como fruto de la adaptación de los “altares portátiles que hicieron los españoles para catequizar a las poblaciones indígenas” sin acceso a las grandes iglesias de las ciudades durante la época de la colonia. Sin embargo, la modernidad que trajo el siglo XX —con la construcción de carreteras y, por ende, la desaparición de arrieros— produjo una serie de cambios en el campo peruano que hizo que dichos objetos perdieran su demanda en el ámbito rural.
Fue en medio de este contexto que, según cuenta la historiadora María Eugenia Ulfe en su libro “Cajones de la memoria” (2011), Bustamante le sugirió a López Antay que al interior de sus cajones de San Marcos reemplazara las escenas relacionadas a santos patronos y animales por costumbres de Ayacucho. “Ella me decía: ‘Hazme corrida de toros’, y yo le hacía. Después le he hecho peleas de gallos, trillas, el recojo de tunas”, relató el artista ayacuchano al periodista Mario Razzeto en 1982. Como resultado de aquellos pedidos, surgieron lo que hoy conocemos como retablos ayacuchanos.
“Inicialmente eran altares portátiles que los curas llevaban. Después lo adaptan los campesinos con una religiosidad que tiene diferentes aspectos: hay elementos católicos, pero también está relacionado a la fertilidad de la tierra y los animales. Cuando Alicia Bustamante sugiere a López Antay, se anula ese carácter ritual y religioso, y [los retablos] se convierten en objetos decorativos”, sintetizó Germaná. Una serie de sucesos que, como señala Ulfe, consigue que “la autenticidad vuelve a nacer y lo hace en todos y cada uno de los retablos hechos para el coleccionista, el intermediario, el corredor de arte o el turista”.
La tradición de los Urbano
Hijo del maestro Julio Urbano Rojas, el artista César Urbano aprendió a elaborar retablos desde pequeño, “más o menos desde los nueve años”, calculó, cuando su padre le legó estos conocimientos que había adquirido de su hermano Jesús Urbano. “Este arte es de tradición a tradición”, dijo a RPP Noticias y agregó, con orgullo, que gracias a su trabajo ha podido viajar al exterior, obtener reconocimientos y hasta entregar una de sus piezas al papa Francisco a pedido del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Natural de Huamanga, Ayacucho, el retablista aseguró que busca inspiración para construir las escenas que instala al interior de sus cajones en “una reunión del campo o una fiesta del pueblo” a la que asiste. “Antiguamente, no había cámaras y teníamos que grabar en la mente todos los movimientos de los que estaban en las fiestas y, al regresar a nuestra casa, teníamos que plasmar todo lo que habíamos visto. Eso es lo que me ha gustado más plasmar”, comentó.
¿Cómo fabrica sus piezas de arte? Contó que primero necesita la madera para confeccionar las cajas, de acuerdo con el tamaño que le pidan. “Luego, el material principal es la papa que cocemos, pelamos, molemos y mezclamos con yeso cerámico hasta madurarla”, relató. De esta mezcla se obtiene un material parecido a la plastilina con el que pueden formar figuras. “Después viene el proceso de vestir como hombre o mujer, y una vez seca empezamos a pintar la cara, la mano, todo el color de vestimenta”, añadió.
Lo último que se pinta es el fondo de la caja a fin de colocar las figuras en su interior. El paso final es el barnizado, que puede hacerse con barniz, laca, cera o clara de huevo. Un proceso meticuloso que puede admirarse en el celebrado largometraje “Retablo”, dirigida por Álvaro Delgado-Aparicio, para el cual César Urbano destinó varios de sus trabajos.
La huella de López Antay
Según Gabriela Germaná, es importante distinguir el retablo ayacuchano, creado en la década de 1940 por Joaquín López Antay, del antiguo cajón de San Marcos. La trascendencia radica en el uso suntuario del primero frente al religioso del segundo, aunque también cabría destacar el parteaguas de carácter fundacional que adquieren las piezas del maestro ayacuchano.
“Siento que mi bisabuelo, al dar ese gran paso, abrió la puerta para que se puedan dar muchas más transformaciones artísticas de esta pieza cultural”, sostuvo Patricia Mendoza, bisnieta del fundador del retablo y directora de la Casa Museo Joaquín López Antay, ubicada en la cuarta cuadra del jirón Cuzco en Ayacucho.
En dicho espacio museográfico, los visitantes pueden conocer cómo vivió el retablista, sus objetos personales y su taller, de modo que obtienen una mirada sobre la forma en que se concibió aquella obra. “El proyecto nació en el 2015 a partir de un sueño de mi tío y mi mamá, y tuvimos ayuda de dos especialistas: el señor Luis Repetto, quien nos orientó, y la señora Cecilia Bákula”, comentó Mendoza.
Ganador en 1975 del Premio Nacional de las Artes, Joaquín López Antay “despertó un álgido debate sobre las bellas artes y el arte popular” en su época, según destaca Ulfe. Pero con el paso de los años, también transmitió un magisterio a su familia y otros discípulos, como Jesús Urbano, que extendieron sus enseñanzas hacia otros retablistas al punto de que, en junio de 2019, el retablo ayacuchano fue declarado por el Ministerio de Cultura como Patrimonio Cultural de la Nación.
“Cuando llegó [el presidente Fernando] Belaúnde, le propone a mi bisabuelo abrir un curso [de retablo], y quien lo asume es el hijo de mi bisabuelo [Mardonio López Quispe], y es ahí donde se forman una cantidad de retablistas. Nosotros sentimos que ahí hemos tenido un gran aporte y nos da alegría”, dijo la directora de la Casa Museo, quien además busca continuar la herencia de su antepasado.
Y es que, según Patricia Mendoza, uno de sus objetivos antes de cumplir 40 años es desarrollar retablos desde una perspectiva como mujer del ande. “Es un compromiso que tengo muy fuerte”, sentenció. Desde algún lugar, Joaquín López Antay seguramente la escucha.
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