Quizá la fase aguda de la pandemia termine en 2022 y dé paso a la pospandemia. Quizá no. Si algo hemos aprendido es que el coronavirus es más impredecible de lo que nos gustaría.
El año pasado dejamos a nuestros protagonistas, la población entera del planeta Tierra, acorralados ante un nuevo coronavirus. Parecían a punto de ser derrotados por la pandemia de covid-19 cuando llegaron las primeras vacunas. Justo cuando terminaba 2020, las primeras dosis comenzaron a ser inyectadas en los brazos de algunos afortunados. ¿Era este el principio del fin?
Sindemia
Este año aprendimos que la covid-19 es algo más que una pandemia: es también una sindemia. La investigadora de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria María Teresa Tejedor nos explicaba el concepto. La situación que vivimos va más allá del propio coronavirus, que se entrelaza con cuestiones sociales, económicas, políticas, laborales y hasta ecológicas. Solo si atajamos sus causas últimas podremos paliar los efectos de la crisis. La edad y la hipertensión son factores de riesgo por motivos biológicos. La pobreza y la raza lo son por otras razones.
Fatiga pandémica
También entendimos lo larga que puede ser (y puede hacerse) una pandemia. Esta no es una carrera de cien metros lisos, sino una maratón. De forma indirecta, el SARS-CoV-2 ataca a nuestra salud mental y a nuestras relaciones personales. “Fatiga pandémica” es un concepto cuyo alcance solo hoy empezamos a comprender. Varios investigadores nos dieron una receta para combatirla sin bajar la guardia que medio año más tarde sigue estando muy vigente. Una de las claves: señalar todo lo que hemos conseguido como sociedad hasta ahora, más que los incumplimientos puntuales.
Responsabilidad individual
“Responsabilidad individual” es otra de las frases más repetidas de la pandemia. Si en 2020 pensábamos que esta era una clave fundamental en la lucha contra el virus, este año nos dimos cuenta de que se trataba solo de la punta del iceberg. Sin quitar peso a la necesaria colaboración ciudadana, el investigador de FISABIO Salvador Peiró nos contó por qué las enfermedades infecciosas son un problema colectivo que depende de actuaciones de salud pública. Estas, recordaba en julio, no consisten en reponer las mascarillas al aire libre.
Injusticia infantil
Hemos tenido la enorme suerte de que la covid-19 no se cebara con los más pequeños, cuyos cuadros tienden a ser leves e incluso asintomáticos. Pero esto no significa que hayan salido ilesos de la pandemia. La gestión de esta crisis ha tenido costes ocultos que el sociólogo de la Universidad de Huelva Iván Rodríguez enumeraba en un artículo. Tratar a niños y niñas como vectores ha sido, en su opinión, una suerte de injusticia social en la que se ha ignorado casi por completo los intereses de infantes y adolescentes mientras se priorizaban los de los adultos.
Éxito local
Pero este año ha sido, sobre todo, el año de las vacunas. Con ellas se han evitado millones de muertes y se ha cambiado por completo el escenario. Sin embargo, a pesar de su seguridad y eficacia, con ellas llegaron los bulos. Un grupo de investigadores encabezados por el virólogo del King’s College London José Manuel Jiménez nos regaló una guía para desmentir 24 de los bulos más frecuentes en los primeros meses de una campaña de vacunación que hoy sabemos que fue un éxito histórico.
Por eso no debemos imitar a otros países que, a pesar de tener acceso a las vacunas, han sido más reticentes a utilizarlas. Las medidas punitivas contra los no vacunados, una diminuta minoría en España, pueden generar una brecha social, dañar la confianza y fomentar medidas tan poco efectivas como los certificados covid. Por eso, la socióloga de la Universidad Complutense de Madrid Celia Díaz apostaba por celebrar lo que nuestro país ha hecho bien para fortalecer esa sensación de pertenencia a la sociedad y cohesionarnos entorno al bien común.
Desigualdad global
Precisamente porque este ha sido el año de las vacunas, resulta más doloroso que no hayan llegado por igual a todo el planeta. Algunos países acapararon suficientes dosis como para vacunar varias veces a toda su población, incluidas terceras y cuartas dosis, mediante opacos contratos con farmacéuticas. Mientras, otros todavía tienen que esperar las sobras a punto de caducar. La desigualdad vacunal es uno de los grandes fracasos de 2021: la emergencia de la variante ómicron en el continente menos vacunado del planeta debería hacernos reflexionar sobre ello. Por eso, la epidemióloga de la Universidad de Barcelona Carolina Domínguez advertía contra el localismo y defendía mirar más allá de lo que pasa en nuestra comunidad.
Quizá la fase aguda de la pandemia termine en 2022 y dé paso a la pospandemia. Quizá no. Si algo hemos aprendido es que el coronavirus es más impredecible de lo que nos gustaría. Por suerte, 2021 ha sido un año de buenas noticias para los países que han tenido acceso a vacunas y tratamientos, tal y como defendía a principios de año el microbiólogo de la Universidad de Navarra Ignacio López Goñi. Que 2022 sea un año mejor en el que podamos salir de esta crisis todos juntos, como vecinos de ese punto azul pálido. Cualquier otro resultado no sería un final feliz.
Sergio Ferrer Pérez, Ciencia+Tecnología, The Conversation
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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