El ejemplo de un presidente elegido por sufragio universal, en una república sacralizada como la de Francia, que pide disculpas nos permite reconocer un elemento postergado con frecuencia de la vida política: la aspiración natural de sentirse respetado por las autoridades.
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Al cabo de año y medio en la presidencia de Francia, Emmanuel Macron pronunció este lunes un mensaje a la nación con el objetivo de calmar las pasiones y evitar que sigan produciéndose manifestaciones organizadas por los llamados “chalecos amarillos”. Macron llegó al poder rompiendo las líneas de frontera del sistema político francés, a la cabeza de un partido cascarón creado para las elecciones del 2017, La República en marcha.
Vencedor a la vez de la derecha y de la izquierda, Macron encarnó las esperanzas de renovación de la vida política francesa. Alejado a la vez del dogmatismo liberal y del estatismo socialista, el presidente francés asumió también lo mejor de la tradición europeísta que ha llevado a la creación de un espacio económico con una moneda común, el euro. Filósofo, politólogo y a la vez banquero de inversiones, Macron sorprendió a propios y extraños por la audacia de su candidatura, la frescura de su estilo y también por su matrimonio con quien fuera su profesora de literatura y teatro, 24 años mayor que él.
Sin embargo, todos estos talentos se han estrellado contra lo que él mismo calificó como “un malestar que ha estado incubándose durante cuarenta años. Comprendo la indignación y la cólera y sé que ellas no tienen nada que ver con las violencias de quienes han aprovechado manifestaciones legítimas para incurrir en el vandalismo, la destrucción de la propiedad y el ataque contra las fuerzas del orden”.
Disculpas a los franceses
En un discurso de trece minutos, el presidente francés anunció un conjunto de medidas económicas y sociales, destinadas a aliviar a quienes viven en la angustia permanente de no poder llegar sin sobresaltos a fin de mes. Pero más aún que el aumento del salario mínimo, el recorte del precio de los carburantes, la reducción de ciertos impuestos y la exoneración tributaria de las horas suplementarias, hay algo que llamó la atención de los franceses.
Y es que Macron pidió disculpas por algunas de sus palabras que habían ofendido a sectores de la población. Se trata de un ejercicio poco frecuente entre los políticos: ponerse en la piel de los más vulnerables, darse cuenta de la soberbia que amenaza a todo hombre con poder, asumir las consecuencias para los gobernados de los errores que, como todo hombre, comete un hombre con poder. La mayor parte de los analistas cree que con su discurso del lunes, Macron ha inaugurado el segundo acto de su mandato de cinco años. No sabemos si sus palabras contribuirán a apaciguar a los manifestantes. Estamos ante un fenómeno inédito que no ha nacido de las clases populares, ni de los estudiantes (como en mayo de 1968), sino de clases medias cuyos ingresos no han recuperado el nivel que tenían antes de la crisis financiera del 2008.
Pero el ejemplo de un presidente elegido por sufragio universal en una república sacralizada como la francesa que pide disculpas nos permite reconocer un elemento postergado con frecuencia de la vida política: la aspiración natural de sentirse respetado por las autoridades. El aprovechamiento del poder para fines personales y la mentira no solo son graves faltas éticas: también destruyen el vínculo de confianza y fragilizan la cohesión de la sociedad.
Esperemos que en el Perú el descontento evidenciado por los resultados del referéndum baste para que las autoridades de todos los poderes del Estado y de la oposición, reaccionen y muestren determinación en su mandato: servir al pueblo, reforzar nuestra democracia, garantizar la seguridad y la prosperidad de nuestra población.
Las cosas como son
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