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El odio interno mata a más personas en EE. UU. que el que llega de fuera

Abuela de una de las víctima, Alexandria Aniyah Rubio, de 10 años.
Abuela de una de las víctima, Alexandria Aniyah Rubio, de 10 años. | Fuente: AFP or licensors | Fotógrafo: CHANDAN KHANNA

Los tiroteos masivos en Estados Unidos son de baja frecuencia, pero siempre demasiados. Dados sus importantísimos impactos, no son hechos aislados.

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Estados Unidos, aquel país pionero que promovió el derecho a la búsqueda de la felicidad mientras en Europa todavía discutíamos sobre la libertad religiosa, sufrió el pasado martes 24 de mayo, una vez más, un tiroteo masivo en un centro educativo. En esta ocasión ha tenido lugar en Texas, donde han sido asesinadas más de una veintena de personas, la inmensa mayoría menores. Lejos de frenar la escalada en torno al acceso de armas, la respuesta inmediata del fiscal jefe del Estado ha seguido una línea continuista, algo que debe hacernos reflexionar.

Estamos hablando del país con mayor gasto en defensa, que ha llegado a tener en vilo al mundo durante décadas por sus decisiones e iniciativas en política exterior y que en los últimas años ha tenido verdadera obsesión por la política antiterrorista internacional, con importantes retos y desafíos por delante en materia geopolítica, pero que parece no darse cuenta de que la principal amenaza es interna.

Se tiende, habitualmente, a identificar con mayor claridad los monstruos externos, a los que incluso se dota de nombres como “eje del mal”, pero cuesta asumir los propios.

Los tiroteos juveniles masivos

Los tiroteos masivos en Estados Unidos son de baja frecuencia, pero siempre demasiados. Dados sus importantísimos impactos, no son hechos aislados: ha habido 13 tiroteos masivos en centros educativos desde la masacre de Columbine en 1999 y únicamente en lo que va de año se han producido 27 incidentes con armas en centros de formación y más de 200 tiroteos masivos en general (aquellos incidentes donde al menos cuatro personas resultan tiroteadas).

El caso del pasado día 24 de mayo, junto con el de Búfalo hace apenas unas semanas, ha abierto de nuevo debates en torno a la violencia, con mayor o menor acierto, como el empleo de videojuegos, el acoso escolar, el suicidio o el acceso a armas. Y el asunto no es menor, pues las armas de fuego ya son la principal causa de muerte de los menores estadounidenses, por encima de accidentes de tráfico. Concretamente el suicidio, en 2020, supuso el 54 % de los casos de muertes por uso de armas de fuego.

La violencia: el monstruo de las mil caras

Podemos identificar algunas cuestiones críticas en torno a la violencia en EE. UU., centrándonos en aspectos estructurales, en un momento en el que se ha llegado a hablar de una “epidemia de violencia”.

Lo cierto es que el supremacismo blanco estadounidense no es un asunto reciente ni nuevo, pero es un fenómeno más letal que el terrorismo internacional. En los más de 20 años transcurridos desde los atentados del 11-S, han muerto más personas por atentados cometidos por radicales de extrema derecha que por yihadistas. En total, los terroristas de ultraderecha perpetraron la mayoría –57 %– de todos los ataques y complots durante este periodo, en comparación con el 25 % cometido por terroristas de izquierda, el 15 % por terroristas religiosos, el 3 % por etnonacionalistas y el 0,7 % por terroristas con otras motivaciones.

Además, el país se encuentra en plena crisis de opioides, donde los fallecidos por sobredosis de fentanilo triplican a los de 2019. Esta adicción puede llegar a ser entre 50 y 100 veces más fuerte que la heroína.

Todo ello en una creciente polarización social que genera un perfecto caldo de cultivo para que el descontento político se manifieste con violencia, como el asalto al Capitolio de 2021. Los indicadores sobre odio y discurso de odio se han disparado en los últimos años. La cuestión racial todavía es objeto de importantes reivindicaciones como la conocida Black Lives Matter.

Se trata de datos y tendencias que inciden en la necesidad de ampliar la mira a la hora de analizar problemas que inicialmente pueden parecer puramente securitarios.

Un país al que ni la tragedia puede cohesionar

Enfrentar los monstruos internos exige mirarse al espejo. Que los monstruos duerman bajo la cama permanentemente no es una opción. Admitir el problema y realizar un adecuado análisis es el primer paso. En el momento actual, no parece factible que se puedan adoptar decisiones, a la vista del inicio de campaña de las elecciones de mitad de mandato, en un país tan extremadamente polarizado que ni siquiera el impacto de la tragedia logra cohesionar. Más bien al contrario.

Los tiroteos masivos son, aún en el caso estadounidense, hechos de baja frecuencia, aunque con extremo impacto mediático. El foco puede estar en los extremismos, en los tiroteos masivos o en el suicidio, pero en el fondo subyacen problemas estructurales y una amenazante facilidad para el acceso a armas.

Y lo más importante: los monstruos no se combaten con más monstruos. Proponer que la solución al problema existente sea la de incrementar el número de armas o dotar de ellas a los profesores es una tremenda irresponsabilidad. Como se suele señalar, quien combate a monstruos con más monstruos corre el riesgo de convertirse en uno de ellos.The Conversation

Carmen Jordá Sanz, Directora del Departamento de Criminología y Seguridad, Universidad Camilo José Cela y José María Blanco Navarro, Profesor de Relaciones Internacionales y Criminología , Universidad Pontificia Comillas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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