Aníbal Torres y Hitler, por Fernando Carvallo [COLUMNA]

El antisemitismo es uno de los prejuicios más antiguos y abominables del Occidente. Existió desde el Imperio Romano, como evidencia el libro de memorias del emperador Marco Aurelio. Algunas figuras del cristianismo le dieron un nuevo impulso, por considerar a la comunidad judía como un pueblo deicida. Durante nuestra época colonial, la mayor parte de los condenados a muerte por la Inquisición lo fueron por ser considerados “judaizantes”. En 1927 la Prefectura de Lima allanó el domicilio de José Carlos Mariátegui, admirador del sionismo, y denunció un “complot judío”. Cuando Hitler llegó al poder en 1933, convirtió el antisemitismo en doctrina de Estado a la que adhirieron filósofos, científicos y artistas, así como un amplio sector de la población alemana. A lo largo de la historia han habido muchos pretextos para justificar el antisemitismo: desde el monoteísmo en la Antigüedad hasta el supuesto control de las finanzas en el siglo XX.

La ideología de Hitler llevó a la monstruosa Segunda Guerra Mundial y al genocidio de 6 millones de judíos, entre los cuales algunos eran peruanos. Destacar un aspecto del régimen nazi pasando bajo silencio su carácter totalitario y genocida es una expresión grave de antipedagogía popular. Hacerlo en el Coliseo Wanka de Huancayo ante fuerzas políticas y sociales en búsqueda de consensos revela una irresponsabilidad que linda con el negacionismo. En el Perú y en muchos países hay corrientes de extrema derecha que reivindican los valores del fascismo. En vez de inspirarse en las grandes realizaciones de la civilización wanka y en el Qapac Ñan el primer ministro tuvo la pésima idea de elogiar la caricatura de Hitler como promotor del sistema vial alemán. Aníbal Torres debe pedir disculpas a los parientes de las víctimas del mayor crimen de la historia. Y al pueblo peruano por proponerle inspirarse de supuestos logros asociados a un régimen genocida y antisemita.

Las cosas como son