La cuarentena para evitar el contagio del nuevo coronavirus altera la salud mental de los peruanos. Se afectan las emociones, pensamientos y nuestras conductas. Se viven sentimientos de tristeza y desánimo. Se producen miedos excesivos y cambios radicales de humor. Hay enojo, hostilidad o violencia y hasta pensamientos suicidas.
Primero fue susto. Con el transcurrir de los días, para miles de peruanos fue una curiosidad el conocer que en China un virus originaba la muerte de muchas personas.
Unas semanas después, con cierta incredulidad, los peruanos llegaron a considerar que la emergencia no era con ellos porque el contagio y los muertos ocasionados por la nueva enfermedad estaban muy lejos de su entorno.
Sin embargo un asesino silencioso atacaba a la humanidad entera. El mundo científico era impotente para resolver el ataque de un intruso desconocido que se expandía por el mundo.
Cuando los peruanos en el extranjero fueron contando por redes sociales o vía telefónica los síntomas se encendieron todas las alarmas. Se elevaron los márgenes de preocupación. Los cuadros de ansiedad aumentaron y el pánico fue ingresando en muchos hogares.
El 15 de marzo, el gobierno decretó estado de emergencia y cuarentena general en todo el país. Una nueva experiencia de vida interrumpió el sentido de libertad con la que los peruanos disfrutaban el albedrio de hacer lo que mejor les parece.
Llevados por el miedo, nos vimos obligados a seguir un nuevo modelo de conducta social que nunca antes habíamos experimentado. Nos vimos obligados a seguir las recomendaciones de prevención y seguridad pública exigidas por las autoridades de gobierno y de salud.
El aislamiento, la mascarilla para caminar por la ciudad. Mantener una distancia de por lo menos un metro de separación de otra persona. El inesperado cierre de negocios o instituciones públicas. La paralización de miles de empresas pequeñas.
La cuarentena, la prohibición de no poder salir de noche, la falta de dinero y las limitaciones para satisfacer algunas necesidades sociales. Ver las calles sin gente totalmente desoladas sorprendía a todos. Las prohibiciones nos fueron conduciendo a altos niveles de estrés, ansiedad y depresión notorios.
Según la encuesta de Ipsos del 22 de abril último, el 52% de los peruanos enfrentan en sus hogares problemas emocionales, de estrés, discusiones o depresiones durante la cuarentena. La encuesta se realizó sobre una muestra de 1055 personas entrevistadas a nivel nacional, de las que 550 se realizaron en la provincia de Lima.
Está claro que los niveles de irritabilidad y nerviosismo se elevaron por los cambios radicales e incertidumbre.
Según Ipsos, el 89% de los encuestados vive preocupado porque sufrió una reducción de ingresos a su hogar; mientras que el 60% de las personas refieren que no se sienten bien al ver el desabastecimiento de algunos productos. La dificultad económica y los problemas de salud son las dos principales causas del estrés.
Palabras ciudadanas
Anmy Prieto (30), vendedora informal en la zona comercial de Gamarra, vive desesperada y angustiada porque no le resulta fácil comprar alimentos para su hija de 11 años. “Cada día me siento más nerviosa. Vivir asi es horrible, no estábamos preparados para una cosa así”.
Teresa Handabaka (60), empleada en la administración pública, ve incierto el futuro del Perú. Le preocupa lo que puede pasar con la gente joven y sus nietos. Se siente deprimida y muy nerviosa porque vive imaginando lo que puede pasar si es víctima del contagio. Considera que el estado de emergencia no solo afecta nuestra economía sino también nuestra mente.
Juan José Castillo (45) es abogado, vive con su madre y sus dos hermanos. Hace una semana sintió una garraspera y pasó el susto de su vida. “Creí que era la COVID 19. Pensé en mis hijos. Me subió la presión cardiaca. Me sentí agarrotado. Dos días no podía dormir bien. Tenía miedo de morir”.
Con la cuarentena y la presencia del coronavirus, los cuadros depresivos están a flor de piel. Es el caso de Ernesto Michelena(40), un contador quien manifiesta que su familia ha sido impactada y cree que ingresó en un hoyo profundo de nunca acabar.
“Me levanto y ya no se sí es lunes o sábado. En casa tenemos mucho miedo lo que le pueda pasar a mi abuelo de 89 años. Es una persona vulnerable y antes salía a la calle a distraerse unos minutos y ahora ya no lo puede hacer. Le afecta a él y también a toda la familia”, comenta.
La señora Rosa Dolores (30), comerciante y ama de casa, considera que siente mucha pena e impotencia al no poder llevar a su hija a un hospital para ser atendida de una enfermedad crónica que la aqueja. “El virus está acabando con nuestras vidas. Nada podemos hacer. Es desesperante. No sé qué hacer”, señala la señora sin saber que es víctima de la depresión.
La depresión es una enfermedad que afecta a la mente y al cuerpo, señala el doctor Enrique Bojorquez, psiquiatra de la facultad de Medicina Humana de la Universidad San Martin de Porres.
La doctora Martha Rondon, consultora en psiquiatría del Instituto Nacional Materno Perinatal, señala que la falta de salud mental impide que las personas lleguen a ser lo que desean ser, no les permite superar los obstáculos cotidianos y avanzar con su proyecto de vida.
Ahora nos tenemos que acostumbrar a una nueva manera de vivir y afrontar la pandemia con responsabilidad con la sociedad. Hay que recordar que, a veces, el peor enemigo que tenemos está dentro de nuestra propia cabeza.
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