Sofía Mauricio lucha por mejorar las condiciones laborales de las trabajadoras del hogar desde una agencia de empleos y a partir de su propia experiencia de vida.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
Sofía Mauricio (55 años) empezó a trabajar a los 7 en una casa-restaurante en Cajamarca. El padre se fue para no volver y la madre, campesina, no tenía recursos para alimentar a 4 hijos y uno por nacer. Sus jefes la despertaban a las 4 am para que haga lo que ellos, aparentemente, no podían: cargar peso, barrer el polvo, matar animales. Un día, la gallina que debía degollar se soltó y manchó con sangre las paredes. Sofía recibió un castigo por el descuido. A partir de entonces podría irse a la cama a partir de las 11 pm.
Domingo. 9 am. Avenida Pardo, Miraflores. Desde la cabina de Radio Unión (103.3 FM) y en su programa semanal “No somos invisibles”, Sofía Mauricio abre el micrófono con un saludo matutino a todas sus oyentes:
“Importante amiga trabajadora del hogar preguntemos cómo son las costumbres, cómo es el trabajo que vamos a realizar en la casa. Ya sabes: pregunta, comunícate con los empleadores y cada vez harás mejor tu trabajo. Amigos empleadores: informen bien a las trabajadoras del hogar. Mejor comunicación y coordinación, por favor”, dice Sofía, acompañada en el estudio por el periodista y músico Karlos Ramírez.
Lito Montalvo en los controles da paso al tema “Tierra ancashina” para presentar a las dos invitadas de esta mañana lluviosa en Miraflores: Zulvia Meza, “Florcita del Norte”, y Evelyna Ccapa, “Pamparomina de corazón”. En el día de la mujer, ellas cuentan cómo compaginan su trabajo de madres con el de cantantes folklóricas y trabajadoras del hogar.
Sofía Mauricio conduce “No somos invisibles” desde hace 6 años. Cada domingo aborda un tema distinto en base a las inquietudes que muchas trabajadoras del hogar manifiestan a través de cartas y llamadas telefónicas a la radio.
¿Qué es lo que más extrañas de tu tierra? ¿Cómo puedo mejorar mis ingresos? ¿A qué persona de tu pueblo extrañas? ¿Cuál es la compensación por tiempo de servicio? ¿Cuáles son las obligaciones de los empleadores? ¿Por qué es importante terminar el colegio?
Todas esas preguntas estuvieron un día en la cabeza de Sofía, quien ahora camina hacia la avenida Arequipa para tomar la línea 301 que la dejará cerca de su centro de labores en Jesús María: la agencia de empleos La Casa de Panchita.
A los 12 años, Sofía oyó hablar a las chicas de su edad de violaciones y uniones forzadas. Le pidió a su hermano que la llevara a Lima, donde entró a trabajar en una casa para cuidar a un recién nacido. Tenía el pelo largo. Un día, la señora, su jefa, la llevó al baño y le cortó las trenzas. Recuerda haberse sentido desnuda. Luego la llevó a la peluquería para que le hicieran un peinado ondulado.
Ley Nº 27986 de los trabajadores del hogar
Art. 4º. Reserva sobre la vida en el hogar. Los trabajadores del hogar están obligados a prestar sus servicios con diligencia y a guardar reserva sobre la vida e incidentes en el hogar, salvo exigencias de la ley.
Hoy, en La Casa de Panchita, una decena de mujeres espera la llega de Sofía para iniciar el taller de capacitación de 28 horas distribuidas en 4 domingos. Primero se presentan, dicen su edad, lugar de origen, tiempo de servicio en casas y expectativas sobre su próximo trabajo.
Sofía les pregunta por qué dejaron su empleo anterior.
- “Quemé un vestido con la plancha y luego mezclé ropa de color con ropa blanca en la lavadora”
- “A mí me pidieron hacer una sopa seca y como no sabía me quedó BIEN seca”.
- “Me dijeron que estaba mayor”.
-“No me gustaba el trato”.
“Llegan con temor, algunas no quieren que cerremos la puerta de la calle, pero cuando entran en confianza y les robas esa sonrisa que por mucho tiempo ha estado hermética, hablan de sus propias experiencias. Algunas han sido muy difíciles”, dirá Sofía al finalizar el taller.
En la clase, Sofía explica que las agencias de empleo no deben retener el DNI y que está prohibido cobrar a quien busca trabajo. Ahora, como llegan muchas amigas venezolanas les quieren cobrar entre el 15 y el 100% del primer sueldo, cuenta. Eso es ilegal. Las pruebas de 3 días tienen que ser remuneradas. No deberías aceptar un acuerdo verbal, dice. Tiene que ser escrito. El feriado se paga. En Navidad no tienen que darte panetón o canasta sino gratificación.
“En general no se valora a las trabajadoras del hogar. Se piensa que pueden hacer estas tareas por sueldos a veces míseros porque es lo que pueden pagar. Apuntamos a que las chicas se valoren y que la sociedad también lo haga porque contribuyen al desarrollo del país, no directamente, pero indirectamente sí porque mientras los empleadores se desarrollan ellas cuidan de la casa, de los niños, de los abuelos y, a su vez, con el dinero que ganan también sacan adelante a su familia”, explica.
La Casa de Panchita toma su nombre de un personaje de cómic que cuenta la vida de Francisca, una joven cajamarquina que llega a Lima y empieza a trabajar en el servicio doméstico. Le pasa de todo: el hijo de la señora la acosa, sus jefes no la dejan estudiar, su amiga queda embarazada, extraña a su familia, no sabe cocinar, el enamorado la abandona después de tener relaciones. Pero, finalmente, Francisca -o Panchita como la llaman sus allegados- estudia y se hace fuerte.
El cómic fue concebido en 1998 por Blanca Figueroa, directora de la Asociación Grupo de Trabajo Redes (AGTR) y fundadora de La Casa de Panchita, y por la propia Sofía. Las ilustraciones en blanco y negro con imágenes de una joven trabajadora, que a ratos parece el álter ego de Sofía, sirvió de herramienta para informar a todas las mujeres que tocaban la puerta de La Casa de Panchita (algunas de ellas llegaban directamente de la estación de los autobuses que las traían de provincia) para buscar un trabajo en la capital.
La señora que le cortó las trenzas dejó que Sofía asistiera a una escuela nocturna. En sus días libres iba a la Parroquia de Guadalupe, en La Victoria, donde compartía experiencias con amigas en situaciones parecidas y juntas formaron un sindicato de trabajadoras. Se empezaron a relacionar con otros sindicatos en Lima y luego a nivel nacional. En 1986 conoció a Blanca Figueroa, quien realizaba un proyecto para capacitar a líderes entre las trabajadoras del hogar. La amistad brotó de forma natural. Diez años después, Sofía entró a formar parte de AGTR y La Casa de Panchita.
En el Perú, según el Ministerio de Trabajo, existen 395,171 trabajadores del hogar. El 95,6% son mujeres. El 4,4% restante son hombres que ganan un 25% más que ellas. En La Casa de Pachita creen que son muchas más. Según testimonios recogidos, algunas no lo declararon en el censo, trabajan por horas o no tienen seguro.
Domingo, 11 am. Playa Los Yuyos, Costa Verde. La Casa de Panchita ha organizado un paseo a la playa. Luz (32 años) es de Chiclayo y como es la que mejor conoce el mar va corriendo hacia las olas y se lanza de cabeza con la ropa puesta. Sus amigas festejan la gracia, y algunas se atreven a seguirla. Brígida (56) es de Apurímac. Lleva 20 años en Lima y es la primera vez que baja a pisar la arena. “Me gustan más otras actividades”, dice. “Yo era tímida y no abría la boca, pero el taller de teatro me ayudó a soltarme”.
Han venido 20 chicas. O amigas, como se llaman entre sí. Algunas no tienen familiares y se juntan los domingos para realizar las actividades de La Casa de Panchita o para pasar el día. Es su casa. O un espacio de encuentro y comunicación. Además del taller de capacitación, paseos a exposiciones u obras de teatro cuando consiguen entradas gratis, también cuentan con un consultorio psicológico, clases de inglés, computación, formación para cuidar bebes, asesoría legal. En La Casa de Panchita, un equipo de 10 personas, incluidas las voluntarias extranjeras, conforman una red de apoyo para las trabajadoras del hogar.
“Tenemos una ley discriminatoria que contempla la mitad de derechos que los demás trabajadores. Muchos empleadores no entienden que las trabajadoras no son solo buena gente y se acomodan, sino que tienen que respetar sus derechos. Acá venían chicas que no las dejaban descansar los domingos, que les daban una vajilla separada y la comida que les sobraba”, dice Sofía.
Esas cosas cambiaron, dice. O parte de esas cosas cambiaron, precisa. Algunas amigas decidieron buscar otro trabajo en mejores condiciones y otras siguen luchando por sus derechos. En peor situación viven las mujeres que superan los 60 años y se quedan sin empleo porque los jefes se mueren, se jubilan o simplemente las despiden. Según las historias de vida recogidas en La Casa de Panchita, se trata de mujeres provincianas que llegaron a Lima, que perdieron contacto con su familia con el paso de los años y que no crearon vínculos. No encontraron pareja. No tuvieron hijos. Están solas en una ciudad cambiante y voraz que solo conocieron los domingos.
Entregaron su vida a una familia. Y “eres como de la familia” nunca es “perteneces a esta familia”.
Sofía terminó la secundaría y se cambió de trabajo. La nueva señora le dio un cuarto al lado del suyo, respetó sus horarios, la trató como a una amiga. Sofía postuló a un instituto para estudiar radio y televisión, pero por falta de recursos económicos no pudo terminar. Luego se inscribió en la Universidad Jaime Bausate y Meza para estudiar periodismo. Hizo el primer ciclo, pero tuvo que abandonar las clases por los mismos motivos. Sin embargo, nunca ha dejado de seguir cursos de formación.
Lunes, 7 pm. En alguna calle de Miraflores cerca del mar. Sofía está en casa, rodeada de recuerdos en forma de pequeñas cerámicas, peluches y fotos de su estancia en Iowa, cuando se fue (de 1996 a 1997) para un curso de mediación con trabajadores migrantes mexicanos. También la acompañan imágenes de personajes que admira por distintos motivos: Rafael Santa Cruz, Frida Kahlo, Susana Baca, Barack Obama, Juan Pablo II, Rigoberta Menchú.
Sofía vive sola y tiene una habitación extra para voluntarias, familiares o invitados. Antes de sentarse a conversar, abre la refrigeradora y saca una especie de tesoro que coloca en un plato. Es una chalarina, una fruta cajamarquina difícil de encontrar en Lima. Se la trajo una pariente que estuvo de visita recientemente.
“Tiene que cambiar esa mentalidad arcaica. No hay que hacer estas distinciones absurdas. ¿Por qué tratar de una manera tan distinta a alguien que trabaja en tu casa, prepara tu comida y se encarga de tu niño o tu niña?”, dice.
Su voz es oída. Además de trabajar en La Casa de Panchita, participa en los comités establecidos por los ministerios de la Mujer y del Trabajo para la prevención y erradicación del trabajo infantil doméstico. Mientras pela la chalarina, se acomoda en el sofá donde más tarde se pondrá a leer uno de los muchos libros que descansan en su estantería, quizás encenderá la tele para ver las noticias del día o pondrá Radio Unión para acompañarse. Es una mujer con un sentido del humor espléndido que transmite una mezcla de serenidad y empatía. A su lado todo está bien. Le hubiera gustado concluir la universidad, dice, tal vez formar una familia, pero tiene una lucha incansable por delante y, por supuesto, también tiene a las amigas, que van y vienen, y a su familia, con quien mantiene contacto, sobre todo con su madre, que ya sobrepasa los 80.
- ¿Qué decía tu madre, cuando a los 7 años trabajabas y sufrías maltrato?
-Nunca le dije nada. ¿Por qué la hubiera hecho sufrir?, dice, al mismo tiempo que ofrece un trozo de la fruta de su tierra, que en su recuerdo figura como un sabor dulce de la infancia.
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