Una ONG y dos socios estratégicos se unen en un proyecto social que fomenta educación, crianza responsable y emprendimiento para transformar el presente y futuro de Loreto.
Alexander tiene 10 años, pero es él quien le enseñó a leer y escribir a su mamá. Aunque Sonia, madre soltera, no tuvo la oportunidad de estudiar, vio la forma de salir adelante y darle a su hijo la educación que a ella le faltó. Y la vida se lo devolvió con creces. “En vez de yo enseñarle, él me enseña a mí. Me pregunta por qué no he aprendido. Le explico que es porque tuve que trabajar para que él pueda ir al colegio”, cuenta.
En la calle Las Américas, en el distrito de Punchana, Loreto, una pared amarilla y azul llama la atención. Es la Institución Educativa Leoncio Prado, una escuela primaria pequeña y humilde, pero llamada a marcar un antes y un después en la provincia de Maynas. El primer piso es un pasillo largo con aulas al lado derecho, separadas por estructuras de madera. Los ventiladores en la pared, a la izquierda, intentan luchar contra el agobiante calor de la selva.
Al fondo, unas escaleras estrechas llevan a un segundo piso en el que hay un salón con aire acondicionado. Es una ludobiblioteca. Adentro, sobre una alfombra morada, ocho niños interpretan un cuento infantil. Leen en voz alta y de forma consciente. Comprenden lo que dicen. En las manos, tienen unas tablet que, en los últimos meses, se convirtieron en herramientas clave para su aprendizaje. Al igual que Alexander, todos ellos son alumnos que se han visto beneficiados por el módulo Unlock Literacy, un programa de World Vision para mejorar las habilidades de lectura en niños y niñas. Ello, como parte del proyecto Inclusión Educativa para la Vida.
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Socios estratégicos
World Vision, una ONG internacional con más de 40 años en el Perú, llegó a Loreto con el objetivo de contribuir al bienestar y la protección de niños y niñas en situación de vulnerabilidad. “Lo que buscamos es trabajar articuladamente con diferentes socios, identificar cuál es el mayor desafío de la niñez y contribuir a mejorar su vida. Cuando vinimos, hace cinco años, exploramos en qué distritos de Maynas podíamos trabajar y vimos que Punchana tenía desafíos. Ahí nos contactamos con socios para mostrarles que había necesidad en temas educativos”, cuenta Sandra Contreras, Directora País de la organización sin fines de lucro, a RPP.
Fundación Barça es uno de los socios estratégicos. En su caso, es la metodología SportNet la que se comparte con la escuela, para conseguir que niños y niñas aprendan valores mediante el deporte, el juego y la actividad física. “Los niños aprenden a confiar en sí mismos, a trabajar en equipo y a soñar en grande, y eso hace que mejore su desempeño escolar y formativo. Nosotros, en realidad, no ganamos nada con esto, pero lo hacemos porque, como institución, queremos devolverle a la sociedad un poco de todo lo que nos da. Por algo decimos que somos más que un club”, explica Paco Sanz, Corporate Manager de la fundación española.
Por su parte, Scotiabank participa con el programa ScotiaRISE, mediante el cual transfiere recursos a organizaciones sociales que gestionan proyectos para promover el desarrollo sostenible y resiliente del país. Giuliana Pacheco, directora de asuntos corporativos y sostenibilidad de la entidad financiera, detalla que mejorar la metodología en la educación en temprana edad es solo uno de los objetivos: “Hay también talleres para que los más grandes desarrollen emprendimientos a través de habilidades de educación financiera y emprendendurismo. De los que han recibido capacitaciones, más del 70% tiene su emprendimiento registrado en SUNAT. Además, hay otra etapa en la que los padres participan en talleres de crianza con ternura, respetuosa, de manera que puedan apoyar a sus hijos a tener distintas oportunidades, esto tiene un efecto multiplicador porque son actores de cambio en su sociedad, en su familia”.
Crianza con ternura
“Tenía atención de mamá, sí, pero amor no podía darle”, dice Milagros. Cuando Génesus, su primera hija, nació, ella tenía 15 años y no sabía lo que era el cariño de una familia. Desde los ocho, vivió con desconocidos, andó en la calle y pasó días sin comer. Creció con resentimiento y no tiene reparo en admitirlo. “No sabía dar amor. Todo era gritos y maltratos”, recuerda.
Eso cambió cuando, en una reunión de padres de familia del colegio Leoncio Prado, la invitaron a un taller. Por curiosidad, fue. “Desde que entré, todo cambió. Es difícil cuando estás acostumbrado a gritar y todas esas cosas, pero los talleres eran muy bonitos, cada uno era muy importante y yo practicaba cada enseñanza. Tenía recelo de decir ‘te quiero’, pero ya no”, cuenta.
La primera vez que la abrazó, Génesis no lo creía. Ella, de 13 años, siempre fue cariñosa con Milka, su hermanita menor, pero no sabía lo que era recibir amor de madre. “Se sentía raro. Me dijo ‘Hija, te quiero’ y yo me quedé sorprendida. Antes era muy rabiosa. Cuando le decía algo, me decía que estaba ocupada. Ahora ya no. Cuando queremos hablar, me escucha”, admite.
Eso fue lo que pasó un día en el que, como casi siempre, Génesis llegó llorando del colegio. “Me preocupaba verla llorar. Le pregunté qué pasaba y me contó que en la escuela la molestaban por ser delgada. Le dije que esos niños podían también estar sufriendo maltrato en casa. La animé”, dice, mientras Génesis limpia sus lágrimas. “Yo sufro porque en el colegio me dicen cosas feas, pero le hice caso a mi mamá y mi compañera me contó que sus padres estaban separados y que su mamá la maltrataba. Ella es bien blanquita y se nota. Un día, la golpeó con un cinturón en la cara. Yo entendí que ella estaba sufriendo. Yo les diría a los papás que tengan mas comprensión con sus hijos, que traten de acercarse más a ellos, porque tienen cosas dentro”, reflexiona. Milagros coincide con ella: “Educar no es maltrato y golpe, es conversar y saber que los hijos también pueden expresarse, que también tienen sus propias opiniones”.
Youth ready
El macambo es un fruto de la selva amazónica. Puede comerse frito o tostado. En ambas presentaciones, Luis lo vende con su mamá. Recorre, a pie, las calles de Punchana y lo ofrece a sus vecinos. El viernes en el que su vida cambió, ya había terminado el recorrido y estaba cerca a casa. “En la tercera cuadra, hay un grupo de jóvenes de World Vision”, le dijo su madre. Él cogió su DNI y se acercó al lugar. Sus compañeros de secundaria también estaban ahí, con polos rojos de la Fundación Barça. La invitación se le hizo a todos: podían asistir los sábados a cursos en los que se les prepararía para la implementación de emprendimientos. Por la tarde, en clase, todos hablaban del tema. Sin embargo, al día siguiente, ninguno apareció. “¿Entro o no entro?”, se preguntó a sí mismo, en la puerta de la escuela. Se animó y esa decisión marcó, para él y su familia, un antes y un después.
“La miss Joanna me enseñó muchas cosas. Un sábado, me dijo que tenía un bono semilla para crear un emprendimiento. Yo no sabía qué hacer. Pensé en vender pulseras o polos estampados, pero justo había ganado un terreno y noté que mis vecinos compraban sus cosas a tres cuadras. Gracias a ese bono, hoy tengo un negocio”, cuenta.
Implementó una tienda. Aunque inicialmente la ubicó en el primer piso, el crecimiento del río lo obligó a mudarla al segundo nivel. Unas escaleras de madera, bastante empinadas, te dirigen al puesto en el que encuentras huevo, azúcar, arroz y demás productos de primera necesidad.
"Bodega Lucho" fue el nombre que eligió, pero un vecino le sugirió hacer un cambio. "Cuando yo mande a mi hijo a comprar, le diré que vaya donde Lucho... don' Lucho", le dijo. Así, decidió que su negocio se llamaría Don Lucho. Con los conocimientos adquiridos sobre el flujo de caja, relacionados al capital y la liquidez, empezó a apuntar todo en un cuaderno en el que, hasta hoy, lleva las cuentas de un emprendimiento que, con billetera electrónica y delivery incluido, le ha permitido estudiar una carrera técnica y trabajar en simultáneo, mientras su mamá atiende al público.
"Yo tengo fe y confianza en que mi hijo va a ser lo que yo no pude ser. Para mí, es un orgullo que salga adelante. Lo que hay aquí, para mí es grande. Yo lo veo así porque siempre hay que declarar que las cosas mejorarán. Le he dicho que, con su carrera de soldadura, podrá poner su taller y mantener su negocio a la par. Yo decreto que mi hijo va a ser grande en lo que está estudiando y que tendrá también su taller de soldadura y apoyará a otras personas que lo necesiten", dice ella, mirando con orgullo a Luis.
Mejorar el sistema de educación, apostar por una crianza responsable y sin violencia, y fomentar que los jóvenes tengan conocimientos para emprender son los pilares del proyecto Inclusión Educativa para la Vida. La suma de los esfuerzos de World Vision y sus dos socios estratégicos permiten que los objetivos se hagan realidad.
En medio de las dificultades, Punchana se levanta con la fuerza de su gente y el empuje de quienes creen en su talento y capacidad. Porque, cuando el apoyo llega con propósito, los sueños dejan de ser ilusiones y se convierten en historias de éxito. Allí, en esa unión, surge un país más justo, más solidario y más esperanzador. Y un futuro mejor para Punchana es, también, un futuro mejor para el Perú.