La pareja, que formó el grupo terrorista más sanguinario de la historia del Perú, se casó 16 años antes de la primera incursión armada de Sendero Luminoso.
Abimael Guzmán y Augusta La Torre se casaron en Ayacucho el 3 de febrero de 1964. El matrimonio entre el profesor universitario y la entonces joven de 18 años fue en la casa de los padres de ella, unos hacendados huantinos. El excongresista Walter Alejos Calderón fue un testigo excepcional de la unión de una pareja que luego se dedicó a formar Sendero Luminoso, el grupo terrorista más sanguinario en la historia del Perú.
Este es el relato que Alejos compartió en sus memorias y que IDL Reporteros difundió.
Eran las 11 a.m. del día 3 de febrero de 1964, una mañana muy parecida a los demás días con un sol maravilloso, un día tranquilo con poca gente en las calles, y la ciudad de Huamanga se mostraba casi desierta por cuanto los empleados estatales no trabajaban, solo los escolares y universitarios caminaban en las calles y como en toda ciudad pequeña no había mucha actividad comercial, la gente aún permanecía en sus casas.
“Wálter, tienes que ir a tomar fotos a un matrimonio, de un profesor universitario que se casa, será una ceremonia civil muy reservada en la casa de la novia”, me dijo mi padre Baldomero. Y me comprometió de esta manera a hacer este trabajo que le habían solicitado, y luego me indicó lo que debería hacer.
“Prepara la cámara y las bombillas de flash, toma un rollo nuevo y ve inmediatamente porque la boda estará por empezar”, fueron palabras dichas por el gran maestro, con autoridad y sencillamente las acepté con alegría, porque además la fotografía me empezaba a apasionar. “Bien papá, me prepararé”, le respondí.
Creo que era la tercera o cuarta vez que salía a cubrir una ceremonia de casamiento. En todo el tiempo de trabajo al lado de mi padre había aprendido no solo a imprimir fotografías, revelar rollos sino también a tomar fotos con la cámara portátil marca Voigtländer, de fabricación alemana. Cargué la cámara, verificando que disparaba correctamente y tomando un rollo más de reserva y 8 lámparas de flash, me fui muy rápido a la dirección que se indicó.
La casa de la familia de Carlos La Torre, hacendado huantino, estaba ubicada en el jirón Tres Máscaras número 312, a unas tres cuadras de la casa de mis padres. Era una casa de adobe con estructura colonial y de una sola planta. La entrada era un zaguán con una puerta muy grande de madera y de color nogal. Al llegar toqué la puerta, me abrió una dama y me preguntó que si yo era el fotógrafo. Le dije que sí, que mi padre Baldomero Alejos me había enviado a cubrir la ceremonia. La anfitriona me miró y puso un rostro de duda sobre mi capacidad y calificación y experiencia de tomar fotos, dada mi juventud ya que no tenía más de 17 años. Probablemente esperaba tener a una persona mayor, con una gran cámara, vestido de terno y supuestamente más experimentado que yo. Mi estructura física era delgada y solo estaba vestido con sencillez pero expresando una gran disposición de tomar fotos y con una gran sonrisa. “Pase usted, lo están esperando porque en unos minutos ya debe empezar la boda”, me dijo con amabilidad.
Caminé unos 10 metros y encontré a la mano izquierda un corredor típico ayacuchano con unas columnas decorativas de madera y con muebles antiguos, e ingresé por una puerta abierta a la sala de estar de la casona, donde estaban algunas personas a quienes yo ya conocía de vista. El profesor universitario Abimael Guzmán, la señorita Augusta La Torre, una mujer muy joven y agraciada, provista de una sonrisa muy dulce y amigable, quizá no tenía más de 18 años. El novio sí era una persona de mayor edad, robusto, no muy alto y con unos lentes cuadrados y un cabello bien peinado. Además estaban los padres de la novia, el señor Carlos Rolando La Torre Córdova y doña Delia Carrasco Galdós; y dos personas más que eran los testigos y familiares muy cercanos a la familia La Torre: la señora Elia Cabrera Carrasco y Hugo Cabrera Carrasco.
Aún no había llegado el representante del alcalde de la ciudad y tuvimos que esperar unos minutos hasta que finalmente llegó el señor Hildauro Amorín, que era el datario del municipio, y a quien se le conocía por el sobrenombre de “cura sin sotana”, porque era el encargado de casar a todos los ayacuchanos.
Había una mesa de tamaño mediano con un mantel blanco al medio de la sala, en la que se oficiaría la ceremonia y los asistentes no pasábamos de 8 personas, incluyéndome a mí y al señor Amorín.
Minutos después empezó la ceremonia y puse toda mi destreza para plasmar en la celulosa en blanco y negro las mejores fotografías, considerando que solo tenía dos rollos de 8 fotos y 8 lámparas.
Mientras tomaba las fotos me preguntaba por qué no habían más invitados, si el profesor tenía muchos colegas catedráticos y camaradas de su línea partidaria, y además la familia era pudiente con mucho dinero proveniente de la explotación de sus tierras en la provincia de Huanta. Tratándose de una pareja interesante pensé que esta boda debería contar con una concurrencia mayor; ¿por qué tanto hermetismo?, acaso porque no querían que los ayacuchanos se enteraran de este matrimonio, o quizá la diferencia de edad entre los novios no estaba muy acorde con las costumbres de una sociedad tan cerrada y tradicional como la ayacuchana. No encontraba respuestas a mis preguntas.
Pero si algo me llamó la atención era que no todos estaban del todo felices. El doctor Guzmán estaba siempre serio y a menudo ensayaba una sonrisa pero que no era natural sino casi forzada, sería quizás porque estaba nervioso, como sucede a muchos novios en el momento de la boda. Quien se encontraba más contenta y feliz era la novia, aunque nerviosa, y que en todo momento mantenía una sonrisa natural, que armonizaba con su rostro de joven y su delgada figura.
Se dieron el sí, intercambiaron aros y firmaron los libros de matrimonio del municipio y el señor Amorín les invitó a que se dieran un beso. Los pocos asistentes lanzaron una voz de exclamación y les brindaron un sonoro aplauso, dando voces de alegría y parabienes a los recién casados. Logré tomar las 8 fotos y ya no tenía bombillas de flash para más tomas, esperando quizá tomar fotos grupales a la luz del día en el pequeño jardín, pero al no mostrar una mayor interés por más fotos, consideré oportuno dar por concluido mi trabajo. Recuerdo que pasaron una copa de champán y unas galletitas semi dulces y se brindó por la felicidad de los novios. Terminado todo el acto ceremonial, felicité a los recién casados, a los padres y los dos familiares, les pedí permiso para retirarme y abandoné la sala y caminando hacia la puerta, busqué un tacho de basura para tirar las lámparas quemadas que las tenía en el bolsillo, cerré el portón tras mis espaldas y me dirigí al Estudio de mi padre.
Revelé los rollos e imprimí las fotos en tamaño 13 x 18 en papel hilo una de cada uno y a los dos días lleve las fotos a la familia y me las compraron. Felizmente todas salieron bien y quedaron contentos con mi trabajo. Y como era norma en el Estudio, los negativos tamaño 120 y de formato 6 x 9 cm quedaron como parte del archivo fotográfico de mi padre, juntamente con las fotos de otros matrimonios, fiestas, cumpleaños que se tomaban.
Sin embargo, cuando se inició la violencia terrorista el año 1980 dirigida por Guzmán y Augusta como sus principales líderes, la persecución militar y policial fue tan indiscriminada en Ayacucho, que los allanamientos a los domicilios eran casi diarios en busca de sospechosos o activistas de Sendero Luminoso. Nadie estaba seguro y vivíamos en permanente zozobra y no sabíamos en que momento cualquier ciudadano podría ser detenido o secuestrado, dado el estado de emergencia, razón por la que recordando que nuestros archivos estaban las fotos del matrimonio de Abimael Guzmán y Augusta La Torre, decidí destruir dichos negativos a fin de evitar cualquier situación que comprometa a mi familia.
(…)
Afortunadamente, 48 años después, en enero del 2012 tuve la oportunidad de reunirme con la señorita Josefin Augusta Ekermann en mi oficina con motivo de una filmación de un documental sobre las tomas de tierra en el Perú y ella personalmente me entregó 6 ejemplares de aquellas fotos del matrimonio que se habían perdido en el tiempo. Fue realmente un hecho muy emocionante, como fotógrafo, tener nuevamente en mis manos copias de aquellas fotos inéditas y que habían sido conservadas por la familia La Torre en Suecia durante todos estos años (…). Hoy las presento en este libro como prueba evidente que fui uno de los pocos que asistieron a esta boda.
Comparte esta noticia