"El Camino: Una película de Breaking Bad" juega con el presente y el pasado. Jesse Pinkman busca una nueva oportunidad mientras lucha con sus demonios. Alerta de spoilers.
“El Camino”, secuela de “Breaking Bad”, se vendió como película, pero el resultado es un episodio —el más largo— de la serie de Vince Gilligan. Sin embargo, no desentona. El objetivo de esta “película” de Netflix es darle a Jesse Pinkman (un soberbio Aaron Paul) un final más claro a su desastrosa vida. ¿Era necesario? Creo que no, pero darle forma al desenlace de uno de los personajes más queridos de la serie era un deber del creador con los fans.
Después de haber sido secuestrado y tratado como una fiera peligrosa por un grupo de neonazis que lo utilizaban para preparar drogas, Jesse es salvado por su colega Walter White y busca la redención. Pero hay un lado religioso en este filme y es la forma ‘crística’ en que lo presentan: Pinkman tiene en su piel las marcas del dolor. Esas heridas representan las culpas que ha tenido que pagar. Es un lado espiritual que se afirma con la luz que lo ilumina por la ventana de la ducha. Así, se va formando un hombre que busca salir de ese vía crucis por completo.
Vince Gilligan siempre busca transformar y remecer a sus personajes. Como sucedió en “Breaking Bad”, a Jesse lo lleva al abismo moral: es matar para sobrevivir o perdonar para perdonarse. Por eso vemos a un hombre con dudas y temores, que necesita tomar decisiones rápidas para llegar al camino que se ha trazado. Es el personaje que más ha sufrido en toda esta historia. Y así como a Walter White (Bryan Cranston) Gilligan le dio la muerte como una salida (fácil), a Jesse le otorga otra oportunidad, aunque sin nunca poder “arreglar las cosas”, como se lo señaló Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks) en la primera escena.
"El Camino: Una película de Breaking Bad" juega con el presente y el pasado. Se mueve entre dos planos: las idas y vueltas actuales de Jesse tras ser liberado y, al mismo tiempo, los recuerdos terribles que lo acechan cuando era vejado por Todd (Jesse Plemons) y los suyos. Los instantes de tensión son lo más destacable del “filme”, porque Gilligan vuelve a poner a Pinkman en aprietos. El protagonista se esconde, camina con cautela todo el tiempo mientras los primeros planos de su rostro lo muestran siempre reteniendo el aliento. El juego del gato y el ratón es solo un simple truco de guion para generar sorpresas y cumple con un suspenso bien trabajado. El problema con algunos flashback, sin embargo, es que suelen terminar con una frase motivacional sobre su futuro, pese a que algunos puedan parecer cínicos.
Los momentos menos logrados de “El Camino: Una película de Breaking Bad” son las introducciones de Walter White y la exnovia de Jesse, Jane (Krysten Ritter). Resultan impostados, puestos en escena para jugar con la nostalgia de los espectadores. Mientras White le confiesa envidiarlo porque “logró mucho siendo tan joven”, Jane le recuerda que no debe guiarse por lo que pueda “dictarle el universo” sino que tome esas decisiones él mismo. Ambas escenas no contribuyen a remarcar ninguna tensión y terminan siendo lo más flojo de la película.
Un momento extraordinario es el encuentro con el dueño del local de aspiradoras Ed (Robert Foster, actor que falleció el mismo día en que se estrenó “El Camino”), aquel que ayudó a Saul Goodman a ‘renacer’. Su desesperante actitud conlleva a que Jesse elija el camino menos deseado. Y esta decisión del personaje es una excusa para que Gilligan, durante la escena del encuentro de Jesse con Neil (Scott MacArthur), uno de los hombres que le hizo más daño, utilice el género western para lograr una victoria que lo lleve al camino de su propio perdón.
El final le hace justicia al personaje interpretado por Aaron Paul. Lo saca de la cálida y peligrosa Alburquerque para llevarlo a la fría y desolada Alaska. Su vía crucis terminó y ahora está en el camino de la redención, ese que desde “Breaking Bad” buscaba.
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