Nadie nos enseña a gestionar las emociones incómodas y, por el contrario, se nos rechaza al expresarlas.
Una de las grandes lecciones de vida que se llevan mis pacientes es el aprender a aceptar sus emociones. Con esto me refiero a las emociones incómodas como rabia, ira, tristeza, decepción, culpa, impotencia, frustración; ya que las emociones cómodas no hace falta aceptarlas porque, en la mayoría de los casos, son aceptadas por todos.
Con qué frecuencia escuchaste a alguien decir: oye, ¿por qué están tan contento? ¡Ya deja de estar tan alegre!, ¡Cálmate! Como dije, en la mayoría de casos se nos acepta fácilmente cuando nos expresamos de esta forma.
En general, no se nos educa emocionalmente. Nadie nos enseña a gestionar las emociones incómodas y, por el contrario, se nos rechaza al expresarlas. A mis pacientes nunca antes les habían dicho que es fundamental para su salud emocional y mental, expresar la rabia, la tristeza, la impotencia y dejar que esta emoción fluya libremente por todo su cuerpo.
Aceptar las emociones se trata de esto. Permitir su existencia porque al permitirlas y aceptarlas, nos aceptamos a nosotros mismos.
Resulta que cuando somos niños hemos escuchado hasta el cansancio frases como: “los hombres no lloran”, “deja de llorar”, “qué fea te ves”, “no me gustas”, “qué van a decir de ti si sales así a la calle”, “¿ya estás de mal humor otra vez?”, “hay no, anda a otro lado con tu mala vibra”, “con esa cara asustas”, etc. Estas frases lo único que consiguen es que la persona que lo recibe sienta que no es aceptada y que sólo recibirá aceptación y amor si se comporta de determinada manera, entonces crecemos con la falsa creencia de que sólo si nos portamos bien nos van a querer, cuando el amor (me refiero al de nuestros padre) debe ser incondicional, es decir, haga lo que haga y tenga el humor o la emoción que tenga, soy digno de amor.
Esto va de la mano con el conflicto que luego tenemos de adultos al no aceptarnos como somos y por ende tampoco aceptamos a los demás cuando se comportan de esta determinada manera y entonces la mujer le dice al esposo: “ya vienes otra vez de mal humor, así no te quiero”, esto lo ven los hijos y así perpetuamos la no aceptación.
El ser humano pugna por ser aceptado, amado, valorado y sentir que pertenece al grupo o familia donde vive, sin embargo evita mostrarse con esa cara “poco agradable y mal humorada” y la guarda en lo que llamamos en Psicología, la sombra. Este es lugar a donde mando todo lo que no me gusta de mí y rechazo.
Resulta que es totalmente saludable poder decir “sí, así de renegona soy, eso es parte de mí”. Prueba decirte esto y aceptarte de esa forma poco cómoda, y cuando salga esa partecita de ti que tanto buscas ocultar, verás lo bien que se siente. Es un excelente ejercicio que te devuelve integridad. Te animo a probarlo.
Como adultos conocemos a algunos niños. Informa a los padres de tu alrededor al respecto y, si eres padres de familia, esta información es especial para ti. Nuestras primeras experiencias con el mundo marcan nuestro desarrollo emocional. Enseñar a los niños a lidiar con la ira es fundamental. La ira no es una emoción mala, pero si incómoda. Lo malo es lo que decidimos hacer cuando surge. Los niños necesitan aprender maneras saludables de lidiar con la ira y los sentimientos de enojo, y esto pasa por entender que la agresividad no es necesaria ni saludable.
Cuando un niño está enojado, es necesario ser empáticos y enseñarle que puede expresarse y que lo entiendes porque también te ha pasado.
Luego toca enseñarle a cómo calmar su cuerpo, respirando profundamente y esperando. Contar hasta diez es una fórmula que funciona con niños y adultos, y que permite tomar distancia y controlar la situación. Evidentemente, es esencial que los padres también usen este recurso para manejar su ira y que sus hijos los vean haciéndolo. Aprendemos rápidamente por imitación más que por consejos de cómo hacer las cosas, el reto está en predicar con el ejemplo coherente.
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