Según estudio, los niños que crecen con un perro durante el primer año de vida tienen un 13% menos de riesgo de sufrir asma en su edad escolar.
Investigadores de la Universidad de Uppsala (Suecia) han confirmado que los niños que crecen con animales tienen menos riesgo de desarrollar asma. Específicamente, el trabajo publicado en 'Jama Pediatrics' demuestra que los niños que crecieron con un perro como mascota tenían un 15% menos probabilidades de padecer asma que quienes no crecieron con animales.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores analizaron los datos de más de 1 millón de niños nacidos en Suecia entre 2001 y 2010, en edad pre escolar y escolar, y repasando la información sobre diagnóstico de asma y la presencia de perros y animales de granja en las familias.
El análisis de los datos reveló que un 5% de los niños del grupo en edad preescolar sufrió un episodio de asma antes de completar el estudio, mientras que un 4,2% de los niños del grupo en edad escolar tuvo un ataque de asma durante el séptimo año de vida.
Los resultados revelaron que los niños que crecieron con un perro durante el primer año de vida tenían un 13% menos de riesgo de asma en su edad escolar, mientras que estar aquellos que estuvieron expuestos a animales de granja en el primer año de sus vidas tenían un 52% menos de riesgo de asma en su edad escolar y un 31% en los de edad preescolar.
"Gracias a su diseño basado poblacional nuestros resultados son extrapolables a la población sueca, y por lo tanto, probablemente a otras poblaciones europeas con cultura similar en cuanto a la posesión de mascotas", explica la pediatra Catarina Almqvist Malmros, autora principal del estudio.
Los investigadores creen que la exposición constante a grandes cantidades de microorganismos y endotoxinas pueden adaptar al cuerpo y así reducir el riesgo de asma y así como de enfermedades infecciosas.
"Estudios anteriores ya habían demostrado que crecer en una granja reduce el riesgo de asma de un niño a la mitad. Pero ahora queríamos ver si dicha asociación existía también en los niños que crecen con perros en sus casas y nuestros resultados confirman que es así", afirma la investigadora Tove Fall.
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