La violencia no se origina en el hombre, pero este es quien la manifiesta con mayor vileza contra las mujeres, llegando a cometer terribles crímenes, llamados feminicidios.
Día a día los medios de comunicación reportan diversos actos violentos contra las mujeres, los cuales generalmente comienzan con insultos y amenazas para luego terminar en ataques violentos o feminicidio. Diversos estudios tratan de identificar el perfil o características personales de los agresores y las víctimas, prestando menor atención a las condiciones socio histórico y culturales de nuestra sociedad y la comprensión de las mujeres y hombres desde la complejidad de las relaciones, es decir, entender a la mujer en su relación consigo misma, en su relación con otras mujeres y en su relación con los hombres, y viceversa.
La violencia es un problema social que atenta contra todos los ciudadanos, mujeres, hombres, niños y niñas. La violencia no discrimina sexo, edad, nivel de instrucción, condición socioeconómica o preferencia sexual. La violencia no se origina en el hombre, pero este es quien la manifiesta con mayor vileza contra las mujeres, llegando a cometer terribles crímenes, llamados feminicidios.
La mayoría de las instituciones gubernamentales y no gubernamentales han dirigidos diversos proyectos hacia el trabajo con mujeres de distintas edades y clases sociales, sin embargo, se ha prestado menor atención al trabajo con hombres. Muchos de estos trabajos se han desarrollado bajo la idea de que, al empoderar a la mujer, esta podría enfrentar o modificar las relaciones que hasta entonces ha construido con los hombres.
La violencia suscita en la relación entre dos o más personas, por lo tanto, debemos orientar nuestro trabajo hacia las relaciones entre hombres y mujeres, construidas durante la formación o crianza de hombres y mujeres. Es decir, es necesario poner atención a las prácticas de crianza de nuestros hijos e hijas, siendo conscientes de cómo los estamos educando, si les estamos diciendo que un género es más importante o fuerte que otro, si estamos limitando o forzando a nuestros hijos (as) por su género; identificar todo tipo de práctica de crianza que puede promover, permitir o justificar la manifestación de un acto de violencia.
La lucha de las mujeres comenzó, de manera más visible, en el siglo XIX, desde entonces las mujeres han venido rediseñando su propia definición como mujer, lo que no ha sucedido con los hombres, quiénes al parecer se quedaron con los pensamientos de ese mismo siglo XIX. La nueva definición de ser mujer requiere de una nueva definición de ser hombre, comprender como vamos siendo, como vamos construyendo nuestras relaciones.
En pleno siglo XXI hemos logrado que justificar que no existen diferencias entre mujeres y hombres, en cuanto habilidades, capacidades y competencias, es decir, que ambos podemos hacer lo mismo, lograr lo mismo; pero en las prácticas concretas de la vida cotidiana seguimos repitiendo y validando las distinciones entre hombres y mujeres, lo que no permite construir una realidad en la que ambos puedan tratarse como iguales o semejantes, es decir, simplemente como personas.
Al parecer tenemos ideas del siglo XXI, pero aún mantenemos prácticas del siglo XIX. La lucha de las mujeres ha permitido su reflexión sobre ellas mismas, así que tenemos mujeres con pensamiento del XXI, lidiando con hombres del siglo XIX.
El reto de la igualdad entre hombres y mujeres seguirá vigente, hasta que ninguno de los dos justifique sus debilidades y/o fortalezas en la biología de sus cuerpos.
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