El 17 de mayo se celebra el Día del Internet para recordar que la Red de Redes ofrece mejoras en el nivel de vida de los pueblos y de sus ciudadanos.
Internet ha cambiado el modo de vivir de todos en el mundo. Su implementación a escala global la ha convertido en determinante para establecer la llamada Sociedad de la Información. Muchos no podríamos imaginar cómo sería de nuestra vida sin acceso a esta gran red de comunicación, que nos interconecta al instante con un solo clic.
El Perú no es ajeno al uso de Internet y desde fines de los 90s, nuestro país ya se unía a la tendencia global con el incremento de las cabinas públicas. A 2017, más del 46% de la población nacional tiene acceso a Internet a partir de los 6 años, según datos del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI).
La mayoría de usuarios de internet son niños, adolescentes y jóvenes, quienes son conocidos por los teóricos como nativos digitales y comprende a las personas nacidas desde 1980 hasta la actualidad, cuando ya existía una desarrollada tecnología digital de acceso masivo.
Para celebrar el Día del Internet y su importancia en nuestra sociedad, sometimos a un nativo digital y milenial a un experimento algo arriesgado: pasar un día completo sin usar la Red de Redes. Los resultados, en la siguiente crónica.
Internet es prácticamente toda mi vida. Desde el amanecer, hasta ‘pegar el ojo’ para dormir, reviso el celular y navego unas 80 veces al día, a veces casi sin darme cuenta.
El día que decidí desconectarme del mundo, pensé en prepararme. Avisé a mi novia, contactos más frecuentes y familiares que estaría 1440 minutos fuera de redes sociales y que de tratarse de una emergencia, podían llamar o enviarme un SMS.
La cara de confusión entre mis conocidos, me demostró que la práctica de enviar un mensaje de texto o hacer una llamada se ha vuelto arcaica.
Las primeras horas del día. Mi acceso a internet no solo se limita a mi vida personal. Mi trabajo también demanda el 99.9% del tiempo utilizando las redes por lo que opté por utilizar un día de descanso.
Desperté a las 9:00 de la mañana, y a diferencia de otros días libres ─en los que me aplastaba en la cama dos o tres horas con el celular antes de levantarme─ salí de casa para desayunar y fui a una cafetería.
La primera tentación inconsciente llegó después de hacer mi pedido. Cogí el celular y antes entrar a WhatsApp o Facebook, recordé mi misión del día. Guardé el teléfono y le di un vistazo a mí alrededor. Todos los comensales charlaban, reían o comían con seriedad, pero usaban sus celulares. El día sería largo. Te extraño, Internet.
Después de desayunar con la ceremonialidad de un monje tibetano, caminé de regreso a casa. Cogí el celular para escuchar algo de música, pero recordé que Spotify también usa internet, así que eso era trampa. Lancé una rabieta interna y aceleré el paso de vuelta a mi hogar. Te re-extraño, Internet.
Al llegar a casa, miré a mi alrededor y pensé en qué actividades podía realizar en mi día libre para no aburrirme. No podía usar Netflix, ni Spotify, menos Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, jugar en línea, ni nada por el estilo… pues todo requería de Internet. No me quedó de otra encender el invento que revolucionó el mundo en los años 30: la TV. ¡Quién te necesita, Internet!
Después de hacer ‘zapping’ por unas dos horas, pude apenas prestar atención a un documental, una película ya empezada, un canal de música y unos minutos de televisión nacional, solo para recordar lo pésima que era. Definitivamente estaba perdido, no terminaría el día sin internet. Pero no podía abandonar el reto. Internet, regresa a mí.
Antes de ir a almorzar, me senté a mirar el techo y me puse a pensar en los pendientes que tenía en el trabajo. Maldito Internet, ¡todo depende de ti!
Para el almuerzo, decidí una vez más salir de casa. Esta vez fui más astuto y rebuscando entre mis cosas, encontré mi viejo iPod para poder sacarle la vuelta al uso de Spotify. Casi con nostalgia adolescente noté que no solo funcionaba de maravilla, sino que en él había canciones y bandas que no escuchaba hace unos años, antes que el streaming dominara el mundo y ya no fuera necesario descargar la música para escucharla.
Mi playlist nostálgico acompañó mi camino al restaurante. Caminé hasta el Óvalo de Miraflores y comencé la búsqueda, hasta donde la tripa aguantara. Llegué a la calle Berlín y encontré un restaurante que llevaba apenas unos meses abierto. Al ver la carta y pedir, el mozo me ofreció la clave WiFi. Mi respuesta lo dejó confundido. Ay sí, yo no uso Internet.
No me gusta almorzar solo, el celular y las redes sociales me ayudan a sentirme ‘acompañado’. “Los usuarios compulsivos de teléfonos deben ser estrangulados al nacer…”, es la frase que se me viene a la memoria, tomada de una columna de Umberto Eco escrita en 2015. Internet, me volverás un serial killer.
Después de una hora de observación paciente, lenta y aburrida, me levanto, pago la cuenta y camino taciturno. Me provoca ir al cine, y además, no se me ocurre hacer planes con nadie en ese momento. Quiero revisar la cartelera en el celular, pero me acuerdo que no puedo hacerlo, así que no tengo otra opción más que caminar hasta el cine y ver los horarios in situ.
Saco el iPod nuevamente y lo enciendo en modo aleatorio para acompañar mi paseo. Estar sin internet no es tan malo después de todo. Puedes caminar, respirar libertad y disfrutar momentos muy peculiares ─solo o acompañado─. Puedes convertirte en espectador primario del entorno, sin que tu horizonte se limite a una pantalla de 6 pulgadas. Internet, hay vida más allá de tus ilimitadas fronteras.
Paso la Embajada de Canadá y subo por Comandante Espinar con la intención de ir al cine más cercano. Conozco la ruta de memoria, pero me pongo a pensar qué sería de mí si estuviera en un lugar que no conozco. El GPS, el Google Maps o el Waze me salvarían en un instante. ¿Nos habremos vuelto más inútiles desde que tenemos teléfonos inteligentes? Internet, sin ti, me pierdo.
Llego al cine. Hago la cola. Veo la cartelera y por suerte encuentro una película que empezaba en 5 minutos, así que debía apurarme. Mi sala está al 70% de su capacidad, y al menos cuatro por fila están navegando en Internet. La película está a punto de empezar y noto que el brillo de los celulares es realmente incómodo. Pero a nadie le importa. Internet, has convertido a la gente en irrespetuosa.
Al terminar la película, ya es de noche. No quiero terminar el día así, por eso decido coger el teléfono y llamar a mi novia para tomar algo en un bar. Pactamos encontrarnos en una pizzería. Internet, no te necesito para mantener una relación sana.
Al encontrarnos le propongo un reto: conversemos toda la velada sin mirar nuestros teléfonos ni entrar a Internet. Le comento los resultados de mi ‘experimento’ y reflexionamos sobre el abuso de las redes sociales, los teléfonos, el internet y de cómo los seres humanos nos volvemos esclavos de una pantalla vibrante.
Vuelvo a casa pasada la medianoche. Sé que es momento de apretar el bendito botón de “Datos móviles” y por un momento dudo. ¡Qué distinto sería el mundo si no tuviéramos internet!
Todos tendríamos mayor contacto de persona a persona. Los almuerzos familiares serían como los de antes. Las charlas con los colegas serían más personales. Las citas de parejas serían más íntimas. Internet, nos deshumanizaste.
La reflexión dura poco pues es momento de entrar a Internet tras 24 horas. Enciendo el WiFi y mi teléfono no vibra; convulsiona. Se reventó la burbuja. Mi vida ha vuelto a la normalidad. Internet, qué estresante puedes llegar a ser.
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